Esta es otra de mis obras de autor ficticio, publicada por primera vez en una revista bajo la firma de «Harry Manders». A Manders se le supone autor de la historia que narra su asociación con A. J. Raffles, el famoso ladrón de guante blanco. A la muerte de este último, Manders se hizo periodista. Cuando más arriba digo «famoso», tal vez debiera haber dicho antaño famoso.
Cualquier aficionado a las novelas policíacas y de misterio, actuales o del pasado, reconocerá de inmediato los nombres de Harry «Gazapo» Manders y Arthur J. Raffles. A principios de siglo, Raffles era tan conocido como Sam Spade, Philip Marlowe y Lew Archer lo son actualmente. De hecho, «Raffles» se utilizó en literatura inglesa como sinónimo de «ladrón de guante blanco». Creo que incluso figuraba en los diccionarios, pero en las enciclopedias y diccionarios de que dispongo, no aparece la palabra. Una lástima.
Los admiradores de Sherlock Holmes reconocerán la historia, cuyo título he parafraseado, y también al inspector Hopkins. Sin embargo, puede que a algunos no les resulte familiar el inspector Mackenzie, que aparecía en las historias de Raffles y fue quien finalmente capturó a Manders.
Me lo pasé en grande haciendo que los pasos de Holmes y Raffles se cruzaran, por fugaz que fuera su encuentro, y que Raffles resolviera tres crímenes que Holmes no logró aclarar.