Cuando despertó había dos dolores en su cabeza, el nuevo mucho peor que el antiguo. También sufría otra vez de diplopía. Se sentó y miró a su alrededor, a la borrosa escena. Había cuerpos de prisioneros aquí y allá. Algunos habían sido muertos por los otros, y algunos habían sido golpeados hasta morir por los guardias. Tres de los guardias estaban tendidos en el polvo, uno de ellos muerto, los otros sangrando. Aparentemente, algunos prisioneros habían arrebatado las lanzas de los guardias y se habían tomado una pequeña venganza antes de resultar muertos. Yeshua estaba de pie apartado del resto de los prisioneros, sus ojos cerrados y su boca moviéndose. Parecía como si estuviera rezando, pero Mix dudaba que lo hiciera. Cuando volvió a apartar la vista, vio a una veintena de lanceros cruzando la puerta del recinto. Kramer iba a la cabeza. Mix observó al bajo y gordo jovenzuelo con su pelo castaño obscuro y sus ojos muy pálidos caminando hacia él. Su porcino rostro parecía complacido. Probablemente, pensó Mix, se sentía contento de que Mix y Yeshua no hubieran resultado muertos.
Kramer se detuvo a unos pocos pasos de Mix. Su aspecto era ridículo, aunque él debía pensar que tenía una espléndida figura. Llevaba una corona de madera de roble que llevaba engastado en cada una de sus siete puntas un botón redondo hecho con conchas de moluscos. Sus párpados superiores estaban pintados de azul, una afectación de los hombres de su tierra, y una afectación que Mix consideraba afeminada. Los extremos superiores de su capa de toalla negra estaban asegurados en torno a su grueso cuello con un pesado broche hecho de cobre, un metal tremendamente raro y caro. En uno de sus gordezuelos dedos llevaba un anillo de roble en el cual estaba incrustada una esmeralda sin tallar, también un producto raro. Una toalla faldellín negra rodeaba su barriga, y sus botas largas hasta la rodilla eran de piel de pez negra. En su mano derecha sostenía un largo cayado de pastor, símbolo de que era el protector de sus ovejas su gente. También significaba que había sido destinado por Dios a ese papel.
Detrás de Kramer había dos magullados y ensangrentados y desnudos prisioneros, a los que Mix no había visto nunca antes. Eran hombres bajos y de piel obscura, con rasgos levantinos.
Mix entrecerró los ojos. Estaba equivocado. Conocía a uno de los dos. Era Mattithayah, el hombrecillo que había confundido a Mix por Yeshua cuando habían sido hechos prisioneros de Kramer por primera vez.
Kramer señaló a Yeshua. Habló en inglés, con fuerte acento alemán.
¿Es ese el hombre?
Mattithayah soltó un torrente de palabras ininteligibles. Kramer le asestó un puñetazo en la mandíbula que le hizo retroceder tambaleándose. Habló al otro prisionero. Este contestó en inglés, pero en un inglés tan alterado como el de Kramer, aunque se viese claramente que su lengua nativa era distinta.
¡Yeshua! grito. ¡Rabí! ¡Maestro! ¡Llevamos años buscándote! ¡Y ahora estás aquí tú también!
Se echó a llorar, y abrió los brazos y avanzó hacia Yeshua. Un guardia le golpeó en la espalda con el asta de su lanza, en la zona de los riñones, y el hombrecillo gruñó y cayó de rodillas, el rostro retorcido por el dolor.
Yeshua había mirado una vez a los dos prisioneros, luego había lanzado un gruñido y había hundido de nuevo la cabeza entre las rodillas.
Kramer, ceñudo, murmurando, se acercó a Yeshua y le agarró por su largo cabello. Tiró hacia arriba y obligó a Yeshua a mirarle.
¡Loco! ¡Anticristo! gritó. ¡Pagarás por tus blasfemias! ¡Lo mismo que los locos de tus dos amigos!
Yeshua cerró los ojos. Sus labios se movieron mudos. Kramer le golpeó en la boca con el dorso de la mano y la sangre brotó en la comisura izquierda.
Kramer gritó luego:
¡Habla, maldito! ¿Pretendes tú ser Cristo? Yeshua abrió los ojos. Luego habló con voz queda.
Yo sólo pretendo ser un hombre llamado Yeshua. Si ese Cristo vuestro existiese y estuviese aquí, se horrorizaría, se volvería loco de desesperación al ver para lo que han servido sus enseñanzas.
Kramer golpeó a Yeshua con tal fuerza que este cayó de espaldas. Kramer le asestó una patada en las costillas.
¡Renuncia a tus blasfemias! ¡Renuncia a tu satánica locura! ¡Te ahorrarás mucho dolor en este mundo si lo haces, y quizá puedas salvar así tu alma en el otro!
Yeshua alzó la cabeza, pero no dijo nada hasta que hubo recuperado el aliento.
¡Haz conmigo lo que quieras, gentil impuro!
¡Cierra tu sucia boca, monstruo chiflado! gritó Kramer.
Yeshua lanzó un gruñido al recibir otra patada de Kramer en las costillas, y se quedó un rato gimiendo.
Kramer, su negra capa ondeando tras él, avanzó a largas zancadas hacia
Mattithayah y su compañero.
¿Aún sostenéis que este lunático es el Hijo de Dios?
Los dos prisioneros estaban pálidos, pese a su piel obscura, y sus caras parecían de cera. Ninguno de los dos contestó a Kramer.
¡Contestadme, cerdos! gritó. Luego arrebató la lanza a uno de los soldados y empezó a pegarles con el asta. Los prisioneros intentaron escapar a sus golpes, pero se lo impidieron los soldados.
Yeshua, que había logrado ponerse de pie, dijo:
Es tan salvaje porque teme que ellos puedan decir la verdad.
¿Qué verdad? dijo Mix.
Su doble visión estaba incrementándose y sentía como si fuera a vomitar. Estaba empezando a perder interés en todo excepto en sí mismo. ¡Dios, si solamente pudiera morir antes de que lo ataran a la estaca y prendieran fuego a la leña!
He oído antes esa pregunta dijo Yeshua.
Mix no supo por un momento lo que quería decir Yeshua. Luego la iluminación lo inundó. Yeshua había creído que él había dicho: «¿Qué es la verdad?».
Después de que Kramer hubiera golpeado a Mattithayah y a su amigo hasta hacerles perder el conocimiento, ambos fueron arrastrados por las piernas fuera de la puerta, sus cabezas golpeando contra las irregularidades del suelo, sus brazos arrastrándose detrás de ellas. Kramer avanzó hacia Yeshua, su lanza muy alta, como si tuviera intención de administrarle el mismo tratamiento. Mix esperó que lo hiciera. Quizá, en su ira, matara a Yeshua y así lo salvara del fuego.
Aquello frustraría enormemente a Kramer. Pero un hombre sudoroso y jadeante entró corriendo por la puerta, y gritó en voz muy alta el nombre de Kramer. Pasaron treinta segundos, sin embargo, antes de que pudiera recobrar el aliento. Traía malas noticias.
Aparentemente, se estaban acercando dos flotas, la una procedente de Río arriba, la otra de Río abajo. Ambas eran enormes. Los estados del norte de Kramer y los estados del sur de los recién conquistados territorios se habían sentido galvanizados y se habían unido en una acción contra Kramer, y los Hunos del otro lado se habían unido a ellos. Finalmente se habían dado cuenta de que debían aliarse y atacar a Kramer antes de que este se lanzara contra ellos.
Kramer se puso pálido, y golpeó al mensajero en la cabeza con su lanza. El hombre cayó sin un solo sonido.
Kramer estaba en mala situación. La mitad de su propia flota había resultado destruida en su victoria, y el número de sus soldados se había visto considerablemente reducido. Iba a pasar mucho tiempo antes de que estuviera preparado para otro ataque, y no estaba en condiciones de resistir una invasión de una fuerza tan enorme. Estaba perdido, y él lo sabía.
Pese a su dolor, y a la certeza del fuego que lo aguardaba, Mix consiguió sonreír. Si Kramer era capturado, indudablemente sería torturado y luego quemado vivo. Era de justicia que así fuera. Quizá si el propio Kramer sentía sobre su carne las horribles llamas, no estuviera tan ansioso de someter a otros a ellas cuando se alzara de nuevo. Pero Mix lo dudaba. Kramer gritó órdenes a sus generales y almirantes para que se prepararan para la invasión. Una vez se hubieron ido, se volvió, jadeante, hacia Yeshua. Mix lo llamó.
¡Kramer! Si Yeshua es quien esos hombres dicen que es, y no tienen ninguna
razón para mentir, entonces, ¿qué será de ti? Has matado y torturado sin ningún motivo; y has puesto así tu alma en gravísimo peligro.
Kramer reaccionó tal como Mix había esperado que hiciese. Lanzó un grito y corrió hacia Mix, enarbolando el asta de la lanza. Mix la vio caer sobre él.
Pero Kramer debió haber controlado su golpe. Mix despertó un cierto tiempo más tarde, aunque no completamente. Estaba de pie y atado a una gran estaca de bambú. Bajo él había un montón de pequeños troncos de bambú y agujas de pino.
A través de su enturbiada visión, pudo ver a Kramer aplicando la antorcha. Esperó que el viento no desviara el humo y lo apartara de él. Si ascendía recto, entonces moriría de asfixia y nunca sentiría las llamas sobre sus pies.
La madera crujió. La suerte no estaba con él. El viento estaba desviando el humo de su cuerpo. De pronto, empezó a toser. Miró a su derecha y vio, vagamente, que Yeshua estaba atado a otra estaca muy cerca de él. Contra el viento. Bien, pensó. El pobre viejo Yeshua arderá, pero el humo de su fuego me matará antes de que yo arda.
Empezó a toser violentamente. Los dolores en su cabeza le golpeaban como puños. Su visión se enturbió por completo. Cayó hacia el olvido.
Pero antes de esto oyó, lejana y distorsionada, la voz de Yeshua, como un trueno sobre las montañas:
¡Ellos sí saben lo que hacen!