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Chapter 222 - DIOSES DEL MUNDO DEL RÍO (32)

Nos superan en número por tres a uno dijo Burton en voz alta a cualquiera que pudiera oír. Las grandes bestias y los Caballeros hacen las cosas aún peores. Pero intentad arrebatarles sus lanzas y mazas. Si alguno de ellos cae, coged sus armas.

De Marbot repitió el consejo para todo el grupo. Una mujer negra, un miembro de la

Iglesia de la Segunda Oportunidad, gimió:

¡Oh, Dios!, ¿qué podemos hacer? ¡No podemos derramar sangre! ¡Somos pacifistas, gente pacífica a tus ojos, Señor!

¡Maldita sea, mujer! gritó Burton. ¡Esas cosas no son humanas! ¡Son máquinas!

¡No es pecado luchar por tu vida contra ellas!

¡Eso es cierto! gritó un hombre negro. ¡No es pecado! ¡Luchad, hermanos y hermanas! Batallad por el Señor sin pecar! ¡Despedazadlos!

Un grupo, Burton creyó que eran Baptistas Revisados del Libre Albedrío, empezó a cantar un espiritual. Apenas habían entonado algunas palabras cuando de Marbot rugió pidiendo silencio.

¡Si cantáis, no podréis oír mis órdenes!

Con el francés a la cabeza, el cuadro empezó a trotar hacia los sillones. Burton, en la retaguardia, no dejaba de mirar hacia atrás. Los Caballeros y las bestias no habían acelerado su paso. Aparentemente, estaban programados para acercarse al grupo a una velocidad determinada.

El Jabberwock estaba cerca del extremo de la hilera de androides, avanzando desde el lado sur del campo. El monstruo era el atacante más peligroso, y deberían oponérsele al menos seis espadachines. Burton maldijo. Si tan sólo dispusiera de una espada en vez de estar agarrando un saxofón.

El grupo, las mujeres en el interior, los hombres formando concha a su alrededor, avanzó hacia las hileras de criaturas de pie ante los sillones. Habría unos doscientos o más allí, la mayor concentración de cuerpos. Quienquiera que fuese el que había planeado aquello, había supuesto correctamente que los humanos intentarían llegar a sus vehículos. Para alcanzar la colina a fin de poder entrar en la casa tenían que atacar a las grandes bestias y los Caballeros, y el aspecto de todos ellos era lo suficientemente temible como para que los humanos prefirieran ir en la otra dirección.

De pronto, la gente que iba delante de él gritó. Dio unos saltos hacia arriba a fin de poder echar una mejor mirada a lo que estaba asustándoles. Vio que los sillones estaban elevándose en el aire, sin conductores, y gruñó. Androides ocultos detrás de las líneas defensivas estaban enviando los sillones al aire. Aunque los humanos consiguieran

atravesar las defensas, no dispondrían de escapatoria aérea; tendrían que seguir avanzando hacia el bosque. Y allí podrían ser cazados.

De Marbot comprendió inmediatamente aquello. Gritó una orden de alto. La gente, sin embargo, siguió avanzando, empujando y apretando, hasta que los espadachines de de Marbot consiguieron detenerlos. Instantáneamente, el francés rodeó el grupo hasta llegar a la parte de atrás, que ahora se había convertido en la parte de delante.

¡Debemos atravesar sus líneas hasta la colina y hasta la casa! gritó de Marbot.

¡Dick, lleva a tus hombres al flanco izquierdo! ¡El honor de defendernos contra el

Jabberwock es tuyo!

Burton guió a su grupo como se le había ordenado. Los androides seguían avanzando lentamente y en silencio. Ahora se hallaban a unos veinte metros de los humanos.

De Marbot alzó su sable y aulló:

¡A la carga!

El y sus espadachines saltaron por delante de los demás, que se tomaron más tiempo del necesario para ganar un poco de velocidad. Eran indisciplinados y estaban asustados, de modo que algunos echaron a correr más aprisa que otros, tropezando con aquellos que iban en cabeza, y algunos, como era inevitable, cayendo y siendo pisoteados por otros. Burton solamente tuvo tiempo de echar una ojeada a la gritante y confusa multitud y al francés acercándose allá donde estaban los Caballeros Rojo y Blanco, el León, el Unicornio, una Morsa, el Grifón, y un Humpty Dumpty. Luego la abierta boca del Jabberwock, con sus cuatro dientes destellando, la saliva chorreando de su labio inferior, rugiendo, se lanzó contra él. Burton arrojó con todas sus fuerzas el saxofón dentro de su boca, y la cosa cerró automáticamente sus mandíbulas sobre el instrumento. Su hocico golpeó a Burton en el pecho, lo derribó de espaldas, y vació de aire sus pulmones. Rodó sobre sí mismo apartándose de su camino mientras intentaba recuperar el aliento, y varias mujeres cayeron encima de él.

El saxofón fue escupido y aterrizó cerca de su tendida mano derecha. Lo agarró. Una de las mujeres negras que se debatían sobre él chilló, y fue alzada en la boca del Jabberwock. Los dientes atravesaron su cuerpo; colgó fláccida y silenciosa. Con un agitar de su cabeza, el monstruo arrojó su cuerpo a un lado y culebreó su delgado cuello y su cabeza hacia adelante y hacia abajo, y agarró a otra chillante mujer.

Aunque todavía no había conseguido recuperar del todo su aliento, Burton logró desembarazarse de la única mujer que quedaba sobre él, rodó de nuevo, y corrió en dirección a la gigantesca pata delantera derecha del Jabberwock, Un Fulano y un Mengano avanzaron firmemente hacia él, sujetando largas lanzas, sus enormes rostros gordos e inexpresivos. Aullando, Burton corrió hacia ellos, sujetando fuertemente el saxofón.

Tan sólo estaban programados para hacer ciertas cosas, aunque éstas eran muchas. Una cosa que no se les había ordenado hacer era evitar la zona de la flagelante cola del Jabberwock, algo que cualquier humano hubiera hecho conscientemente. Como resultado de ello, los dos seres idénticos fueron barridos a la vez por la enorme cola escamosa. No, no solamente barridos. La cola rompió varios de sus huesos. Cayeron sobre la hierba, gimiendo.

Burton miró hacia atrás y hacia arriba. El Jabberwock no era consciente de su presencia; estaba ocupado matando a otra mujer. Burton corrió hacia sus cuartos traseros y aguardó a que la cola se agitara hacia la izquierda. Entonces, tuvo un atisbo de la cabeza y los hombros de Williams corriendo hacia la zona de estacionamiento de los sillones. Los androides estaban lanzándole torpemente sus lanzas y aguijoneándole con sus espadas, pero él seguía zigzageando desesperadamente. Luego Burton no pudo dedicarle más atención; saltó hacia adelante, aterrizó, se inclinó, y recogió la lanza que Fulano o Mengano había dejado caer. Se enderezó de nuevo, giró, y saltó de vuelta a la protección del flanco del monstruo. Alzó la lanza con ambas manos y la clavó contra el

colgante costado. Se hundió a medias en el cuerpo; la sangre brotó a chorro, empapando el mango de la danza. Aullando ensordecedoramente, la cosa se alzó sobre sus patas traseras; la mujer que tenía en su boca cayó fláccida.

Burton se giró y echó a correr. El extremo de la cola estuvo a un centímetro de golpearle. Un cerdo verde cargó contra él, sus retorcidos colmillos húmedos y amarillentos. Burton dio un salto hacia arriba y aterrizó sobre su lomo, pero resbaló y cayó sobre la hierba, amortiguando como pudo el impacto con sus manos. Una de las cartas, un tres de corazones, yacía boca abajo cerca de él, agitando sus largas y delgadas piernas. Burton se arrastró hasta ella, agarró la lanza que había llevado, y la hundió, empujando hacia arriba, en el vientre del Sombrerero Loco, que había estado a punto de alcanzarle con la punta de un sable. El Sombrerero retrocedió, las manos a sus costados, en vez de reaccionar instintivamente, como haría cualquier humano, sujetando el asta de la lanza. Su rostro, sin embargo, estaba retorcido por la agonía.

Burton soltó la lanza y recogió el sable que el otro había dejado caer. Ahora no se sentía tan desnudo y desamparado; ahora tenía un arma que podía utilizar como pocos. Inmediatamente un Mayordomo-Rana, una gigantesca lechuza, y una horrible Duquesa lo atacaron. El peso del pájaro, el afilado pico y las batientes alas lo hacían el más formidable. Cortó de un tajo la mitad de una de sus alas, partió el asta de la lanza del Mayordomo-Rana, decapitó a la lechuza con un tajo de costado, detuvo la lanza de la horrible Duquesa, y le atravesó el vientre con la espada.

Todo el campo era una melée ahora, llena con batallas individuales y en grupo. Muchos de los humanos se habían apoderado de armas. Aunque abrumados por el número, tenían una ventaja. Los androides no eran expertos con las armas ni eran capaces de improvisar una acción. Solamente podían golpear directamente al frente con las lanzas o abatir de arriba a abajo las espadas, y su habilidad en parar golpes era nula. Como resultado de ello, aquellos humanos que estaban armados estaban ganando a sus oponentes, y más y más humanos estaban apoderándose de armas. Por otra parte, siendo inferiores en número, no podían proteger sus flancos tanto como les hubiera gustado.

Las enormes bestias y los Caballeros tenían que ser vencidos primero. Luego era posible sólo posible que los humanos pudieran terminar con las criaturas inferiores.

Burton estaba libre de atacantes inmediatos por el momento. Miró rápidamente a su alrededor, intentando captar cómo estaba yendo la batalla. No pudo localizar a Alice, pero Puñado de Estrellas estaba aún subida en lo más alto de las montañas rusas. Debería bajar y ayudarles, pero no podía culparla por tener miedo de hacerlo. El campo resonaba con roncos gritos, aullidos, gruñidos y rugidos. El Caballero Blanco y el Caballero Rojo estaban aún sobre sus monturas, sus brazos alzándose y descendiendo mientras dejaban caer sus mazas llenas de púas sobre las cabezas de los humanos. El Caballero Blanco no se había puesto su yelmo; su gentil rostro era tan plácido como si estuviera discutiendo acerca del tiempo.

El Unicornio estaba muerto, su cuerno ensartado en el pecho de un húsar. El sable del hombre aún no había sido recogido por ninguno de sus compañeros. El León, rugiendo, retrocedía, mientras una de sus zarpas rasgaba los pechos de una mujer y la enviaba girando hacia atrás. Sus costados y melena, sin embargo, chorreaban sangre, y no toda era de sus enemigos. Mientras Burton miraba, un húsar dejó caer el filo de su sable sujeto con ambas manos contra su melena, y la bestia cayó.

Una mujer negra estaba cabalgando a lomos de una Morsa, sujetándose con una mano y apuñalándola repetidamente con una daga. Entonces la Morsa se alzó sobre sus cuartos traseros y cayó hacia atrás, aplastándola. Pero estaba demasiado malherida como para hacer otra cosa excepto gemir y agitar sus aletas.

El Jabberwock tenía clavadas ahora tres lanzas, pero aún seguía haciendo estragos. Partió a un hombre en dos de un mordisco mientras Burton miraba.

Un flamenco rosa saltó hacia Burton, agitando sus alas, tendiendo sus patas para agarrarle. Lo decapitó de un golpe de sable, se volvió, paró una espada con la que un Conejo Blanco intentaba golpearle, dio un paso adelante, agarrando la enguantada mano del Conejo, y dio un tirón, haciéndole perder el equilibrio. Antes de que pudiera recuperarlo, ya le había medio seccionado el cuello con el sable.

Burton se volvió para defenderse contra un tove, una criatura del tamaño de un perro y el aspecto combinado de un tejón, un lagarto y un sacacorchos. Su hocico de casi un metro de largo era un handicap para él, ya que tenía que alzarse sobre sus patas traseras para mantener el hocico fuera de su camino para morder. Burton le rebanó el hocico y corrió hacia tres cartas, un dos de corazones, un cuatro de diamantes, y una sota de tréboles. Estaban situadas lado contra lado, sujetando lanzas, pero atacó a la de la izquierda y terminó con ella antes de que las otras pudieran situársele detrás. Sus pies resbalaron en la sangre que cubría la hierba y cayó, los pies por delante, contras las piernas de la de en medio. El cuatro de diamantes cayó hacia adelante, pero su ancho cuerpo plano hizo de planeador y revoloteó por encima de Burton. La otra se volvió lenta y torpemente. Burton rodó sobre sí mismo, apartándose, y manteniendo el sable encima de su cabeza alcanzó sus patas, seccionándoselas.

Entonces se le acercó la Liebre de Marzo, con el palo de su mangual en la mano. Se trataba de un arma medieval consistente en un palo de madera de sesenta centímetros de largo al cual iba sujeta una cadena en cuyo extremo había una gran bola de hierro llena de púas. Manejada adecuadamente, podía hendir una armadura. Burton tuvo que retroceder ante ella, mientras miraba a su alrededor para asegurarse de que no había nadie a punto de saltar sobre él desde detrás o los lados. Luego dio un paso adelante mientras las púas pasaban apenas a unos centímetros de su cuerpo, y seccionó la mano que sujetaba el mango de madera. La Liebre de Marzo gritó, como estaba programado que lo hiciera si resultaba herida, pero no retrocedió como hubiera hecho cualquier humano. Se quedó allí hasta que la pérdida de sangre por el muñón hizo que se derrumbara.

Burton vio a otra Morsa, la última, caer ante una racha de cortes producidos por tres hombres. Entonces el Caballero Blanco estuvo sobre ellos, y derribó a dos antes de que Burton tuviera que darse la vuelta para defenderse contra un Carpintero y un mosquito del tamaño de un pollo. Tras acabar con ellos, atacó por detrás a una Reina Roja, rebanó su cabeza coronada, y se giró justo a tiempo para defenderse contra el Gato de Cheshire. La cabeza de aquella enorme criatura del tamaño de un lince estaba manchada de sangre; evidentemente había causado una considerable carnicería. Aullando, saltó sobre él, sus chorreantes patas tendidas, pero Burton dejó caer su espada contra su cráneo, directamente entre los ojos. Fue derribado hacia atrás, pero cuando se puso en pie vio que el felino estaba permanentemente fuera de acción.

Algo lo golpeó desde atrás. Aturdido, la vista nublada, sin saber qué había ocurrido ni dóndo estaba, cayó de rodillas. Ahora era una presa fácil para quien fuera que lo había golpeado, pero un hombre al que no reconoció corrió junto a él. Oyó el golpe sordo de un arma chocando contra otra arma mientras caía a cuatro patas, agitando la cabeza. Luego una mano lo ayudó a ponerse en pie. Sus sentidos regresaron lentamente, mientras la nuca le dolía de una forma horrible. El hombre que lo había rescatado era Monteith Maglenna. Sujetaba una ensangrentada espada de doble filo. Sus ropas estaban desgarradas y llenas de cortes, y la sangre rezumaba de una docena de heridas.

Esta vez ha ido cerca dijo roncamente. Burton miró a Bill el Lagarto y a la enrojecida gorra plana y a la maza en el suelo al lado del cuerpo.

Gracias dijo. Estaré bien en seguida.

Estupendo dijo Maglenna. Tenemos que acabar de una vez con ese maldito

Jabberwock. Ven a ayudar cuando te sientas con fuerzas.

El gran rubio se alejó corriendo, la espada firmemente sujeta con las dos manos, como si estuviera agarrando la claymore ancestral. Por aquel entonces, el Jabberwock estaba mostrando signos de hemorragias internas causadas por las lanzas y otras heridas. La sangre que brotaba por su boca no podía ser toda de sus víctimas. Estaba agazapado sobre sus cuatro patas, su cola agitándose todavía como un látigo pero no tan vigorosamente como antes. Su cabeza se volvió de uno a otro lado mientras les gritaba a los hombres y mujeres que lo acosaban. Estos, sin embargo, no se le acercaban demasiado; saltaban de un lado para otro, haciendo amagos, lanzándole golpes pero sin atreverse a ponerse al alcance de la aún peligrosa cabeza. Tras aquellos que lo mantenían ocupado había una hilera de gente luchando contra los androides, protegiendo las espaldas de los atacantes del Jabberwock. Allí, al menos, había una cierta organización.

Miró a su alrededor sintiendo mareos y náuseas. El Caballero Blanco y su caballo habían sido derribados, pero el Caballero Rojo, ayudado por algunas cartas, el Padre William, algunos Aguiluchos, dos Conejos Blancos, algunos toves, y un Carpintero, estaba abriendo cabezas a derecha e izquierda. Su caballo resbaló varias veces en la sangre pero se recuperó, y en un par de ocasiones tropezó con un montón de cuerpos. Gimió, sintiendo que le daba un vuelco el corazón. Tantos cuerpos humanos. Y quedaban aún muchos androides todavía en pie. Algunos no estaban luchando sino que estaban rematando a los humanos heridos. Debían tener órdenes de terminar con todos aquellos que derribaran antes de volver a la batalla.

Vio a Alice. Sujetaba un estoque, y sus ropas estaban manchadas de carmesí. Se había librado del tumulto y hubiera podido huir hasta su casa. Quizá había pensado en hacerlo, puesto que miró varias veces colina arriba, anhelante. Pero se dio la vuelta, corrió ladera abajo, y hundió su estoque en la espalda del Carpintero.

Puñado de Estrellas estaba descendiendo de las montañas rusas. Si tenía intención de unirse a la batalla o correr a un lugar seguro era algo que no tenía tiempo de descubrir ahora.

Se volvió y saltó al lomo de un Dodo que estaba rematando humanos heridos. Bajo sus alas poseía cortos brazos terminados en manos humanas, exactamente como en la ilustración de Tenniel. Lo corto de aquellos brazos hacía que los golpes de su espada no fueron efectivos, obligándole a golpear una y otra y otra vez antes de conseguir decapitar completamente a su víctima. Burton rebanó de un tajo su cabeza en el momento en que iba a darle el golpe de gracia a un chino.

Burton se preguntó dónde estaría Li Po. Tuvo la respuesta casi antes de hacerse la pregunta. Allí estaba el alto chino, sobre una gran mesa, luchando contra un trío de cartas con su estoque. Las cartas intentaban alcanzarle con su lanzas desde tres lados, pero él saltaba y danzaba, evitando los golpes, pateando los mangos de las lanzas hacia un lado y pinchándolas con la punta del estoque. Entonces Frigate, cubierto de sangre, corrió hacia él sujetando una extraña arma. Por un momento Burton no supo de qué se trataba. Luego, cuando fue alzada y dejada caer contra una de las cartas, Burton la reconoció. Era el narguilé de la Oruga. En pocos momentos, Frigate hubo derribado a dos de las cartas, y Li Po atravesó a la otra dos veces.

Burton se volvió de nuevo para ayudar a aquellos que estaban luchando contra el Jabberwock. Maglenna corría directamente hacia la bestia, sosteniendo muy alta su espada.

Como si fuera su hoja ancestral, pensó Burton.

Una docena de hombres y mujeres seguían azuzando todavía al monstruo; otra docena estaban protegiendo las espaldas de los atacantes. Mientras Maglenna estaba corriendo, la guardia trasera se vio reducida a seis, y algunos androides se lanzaron inmediatamente contra los otros humanos después de despachar a los heridos. Consiguieron atrapar a cuatro de los atacantes del Jabberwock por detrás, y el resto de los humanos se vieron

cogidos entre la gran bestia y los otros androides. Maglenna los ignoró a todos. Saltó desde un cuerpo justo en el momento en que el Jabberwock bajaba su cabeza para cerrar sus mandíbulas en torno a la cabeza de un hombre. Burton pudo oír el grito de guerra del escocés resonando por todo el campo. Maglenna iba a seccionar aquel correoso cuello, no había ninguna duda al respecto. Desgraciadamente, el cadáver que utilizó como plataforma de despegue se giró ligeramente bajo sus pies, y la punta de su hoja solamente hizo una herida en el escamoso cuello. Cayó de bruces al suelo, y su arma se escapó de sus manos con el impacto. Se puso rápidamente en pie, buscando su espada, pero el Jabberwock abrió su boca y dejó caer el cuerpo sin vida sobre Maglenna. Este lo echó a un lado y se puso en pie. Las gigantescas mandíbulas se cerraron sobre su cabeza y hombros, y su agitante cuerpo fue alzado por los aires. Volvió a caer sin cabeza ni hombros, que fueron escupidos un momento más tarde.

Burton pudo oír el grito de Alice por encima de todos los demás ruidos; lo conocía por larga experiencia. Volviéndose, la vio de pie allí, horrorizada, el dorso de su mano sobre su boca, sus ojos unos pozos oscuros muy abiertos.

Vio también al Caballero Rojo galopando sobre su caballo, cargando contra él, la maza llena de púas muy alzada sobre su cabeza. La armadura carmesí y el yelmo con forma de cabeza de caballo eran una terrible visión. El golpear de los cascos del caballo era como el retumbar de un tambor justo antes de que la trampilla de la horca sea abatida.

Burton trasladó el sable a su mano izquierda, se inclinó, recogió una lanza, y afirmó los pies para el lanzamiento. Su blanco no era el Caballero Rojo, sino su montura. Cuando estuvo a diez metros de distancia, arrojó la lanza, y su afilada y amplia cabeza se hundió en la espalda del caballo. Cayó hacia adelante, dando una voltereta. Su jinete voló por los aires y aterrizó con un resonar de acero sobre la hierba. Burton tomó el sable con su mano derecha y corrió hacia el caballo, que estaba empezando a ponerse de nuevo en pie, y le seccionó la yugular. El caballo también había sido programado para matar; había mordido y coceado mientras su jinete agitaba su maza; tenía que ser inutilizado primero.

El caballero estaba tendido en el suelo, inmóvil. Burton hizo girar el pesado cuerpo y soltó las sujeciones del yelmo. Tenía que asegurarse de que la cosa estaba muerta, no simplemente inconsciente. Entonces, viendo el rostro, retrocedió, presa del shock. Era el suyo propio.

Uno de los chistes de Alice dijo.

Se levantó, miró los muertos rasgos, y pensó en lo extraño que resultaba verse a sí mismo como un cadáver. Observó el campo entre él y el pie de la colina. Había cuerpos por todas partes, algunos de ellos formando montones. La única persona de pie en aquella dirección era Alice, que en aquel momento estaba extrayendo su estoque del cuerpo de un Humpthy Dumpty. Sus lágrimas estaban lavando la sangre de su rostro.

Entonces vio a Puñado de Estrellas corriendo de vuelta colina abajo con un lanzador de rayos en cada mano. Había huido, pero solamente para ir en busca de armas a la casa que pudieran asegurar su victoria, aunque podía ser que ella fuera la única que quedara con vida.

Se volvió. Había diez androides en pie, sin contar el Jabberwock. Tres humanos seguían luchando todavía, Li Po, un hombre negro y una mujer blanca, una de las amigas de Aphra Behn. La mujer se derrumbó ensartada por varias espadas mientras miraba.

El Jabberwock, respirando afanosa e irregularmente, caminó con torpeza hacia el grupo de combatientes. Se giró cuando estuvo cerca, y su cola empezó a fustigar, alcanzando a tres androides y al hombre negro. Li Po atravesó a la Reina Blanca que tenía frente a él y corrió hacia la zona de estacionamiento. Allí había aún tres sillones.

Frigate apareció desde algún lugar y se encaminó también hacia los sillones. Los androides que quedaban remataron al caído hombre negro antes de perseguir a los otros dos.

El Jabberwock giró su cabeza de izquierda a derecha, vio a Burton, y cojeó hacia él.

El campo estaba comparativamente tranquilo ahora, pero, repentinamente, Burton oyó el ruido de un motor acelerando. Fue seguido por una serie de explosiones, y Bill Williams, ensangrentado pero sonriente, condujo su vehículo desde detrás de la pequeña casa con las chimeneas como las orejas de un conejo y el techo de pelaje de conejo. Burton no sabía lo que había estado haciendo allí o cómo había llevado su moto hasta aquel lugar. Quizá la había empujado hasta allí durante la refriega, con la intención de marcharse en el momento oportuno. Quizá, y eso era más probable, simplemente había esperado una oportunidad de utilizarla. O había alcanzado la moto oculta y al llegar allí se había desvanecido a causa de sus heridas. Recobrándose, había seguido con su plan original. Fuera lo que fuese lo que había ocurrido, y Burton nunca llegaría a saberlo, el tipo estaba haciendo ahora lo que más sabía.

Mientras el monstruo avanzaba hacia Burton, sin volver la cabeza para averiguar la fuente del nuevo ruido, Williams aceleró su máquina. Serpenteando por entre los cuerpos, a veces pasando por encima de un brazo o una pierna extendidos, Williams se dirigió a toda velocidad hacia el costado del Jabberwock, y estrelló su moto contra sus costillas.

Tan grande fue el impacto que el Jabberwock fue desplazado algunos centímetros hacia un costado. Williams voló de cabeza por encima de su lomo y se estrelló contra el suelo. El monstruo alzó la cabeza tan alto como su cuello le permitía, lanzó un gran grito aullante, y murió.

Burton corrió hacia Williams y le dio la vuelta. Estaba muerto, el rostro aplastado y el cuello roto.

Aunque condenados, los androides avanzaron hacia Burton tal como estaban programados. Nunca llegaron a alcanzarle. Los sillones de Frigate y Li Po los golpearon y volvieron a golpearlos una y otra vez hasta que ya no pudieron volver a levantarse. Entonces los dos hombres bajaron de sus sillones y terminaron su trabajo.

Burton oyó un jadeo a sus espaldas. Volviéndose, vio que Puñado de Estrellas se había derrumbado al suelo, boca abajo. Había dejado caer los lanzadores de rayos para amortiguar su caída con las manos. Corrió hasta ella y la recogió. Sollozando, la mujer se abrazó desesperadamente a él.

Excepto los sollozos de Alice, Puñado de Estrellas y Frigate, el campo estaba completamente silencioso. Sólo él, ellos tres, y Li Po, habían sobrevivido. No. La Oruga Azul estaba sentada en su seta gigante, y el caballito mecedor volante, una criatura demasiado frágil para ser programada para matar, estaba también vivo. Ellos, sin embargo, no contaban.

Se sentía más débil, más vacío, de lo que nunca se había sentido en su larga vida. Estaba sumido en un profundo shock, como atontado, el mundo a su alrededor le parecía extraño y derivante.

¿Quién puede haber hecho algo tan terrible como esto? gimió Alice.

¿Quién, de hecho?

En aquel momento, William Gull gruñó y se sentó entre los muertos.