Peter Jairus Frigate había nacido en 1918 en North Terre Haute, Indiana, cerca de las orillas del río Wabash. Aunque se calificaba a sí mismo de racionalista, creía, o afirmaba creer, que cada zona terrestre poseía sus propiedades psíquicas únicas. Así, el suelo del condado de Vigo había absorbido las peculiares cualidades de los indios que habían vivido allí y de los pioneros que los habían arrojado de sus tierras y se habían establecido en su lugar. Su propia psique, empapada con los efluvios de amerindios y naturales de Indiana, nunca podría verse libre de ellos por mucho que se evaporaran en otros climas y tiempos.
En un cierto sentido, contengo pieles rojas y hombres de la frontera.
Su voz recordaba a la gente la de aquel actor cinematográfico de Montana, Gary Cooper, pero de tanto en tanto el acento de Indiana se asomaba en ella. A veces alargaba las eses, e intercalaba expresiones típicas, y deformaba otras palabras con su acento peculiar.
En su infancia, se había visto sometido a la Ciencia Cristiana, aquella mezcla de filosofía hindú y budista transmutada a la religión occidental por la trastornada y neurótica Mary Baker Eddy. Sus padres habían sido originalmente Episcopalistas Metodistas y Baptistas, pero había ocurrido un «milagro» cuando la tía de su padre fue enviada a casa
desde un hospital para que muriera de un cáncer incurable. Un amigo le había recomendado que leyera La Clave de las Escrituras y, mientras lo estaba haciendo, el cáncer había remitido. La mayor parte de la familia de Frigate en Terre Haute se había convertido en devotos discípulos de Eddy y de Jesucristo como Científico.
El niño Peter Frigate había confundido de alguna manera la figura de Jesús con aquella de los científicos sobre los cuales leía a la edad de siete años, el doctor Frankenstein y Doolittle y Van Hesling. Dos de ellos estaban implicados con la devolución de la vida a la gente muerta, y Doolittle, al que más tarde fundió con San Francisco, estaba implicado con animales que hablaban. El precoz e imaginativo muchacho visualizó a un barbudo Cristo envuelto en una túnica trabajando en un laboratorio cuando no estaba recorriendo otros lugares y predicando.
¿Debemos operar ahora, Judas? Creo que esa pierna va ahí, pero no tengo ni la menor idea de dónde viene este ojo ni en qué lugar encajarlo.
Esta conversación tenía lugar cuando Jesús estaba intentando resucitar a Lázaro. El problema se había complicado con los otros cuerpos que habían sido depositados en la tumba de Lázaro antes que él. Tras permanecer tres días en un agujero en unos riscos en aquel clima cálido, Lázaro estaba más bien descompuesto, y de ahí la confusión. De ahí también las máscaras antigás que llevaban Jesús y sus ayudantes, Judas y Pedro, encima de sus mascarillas quirúrgicas.
Cerca de ellos había enormes retortas con líquidos burbujeantes y un generador estático lanzado retorcientes chispas eléctricas de polo a polo, y otro equipo de laboratorio de aspecto impresionantemente hollywoodiano. Este equipo no procedía del film Frankenstein, que no apareció hasta 1931, sino de una película muda seríalizada que Frigate había visto cuando tenía seis años.
Judas, el tesorero de la organización del doctor Cristo, que dependía enteramente de contribuciones voluntarias, estaba nervioso acerca de los gastos.
Esta operación va a dejarnos a cero le dijo roncamente al gran científico.
Sí, pero piensa en la publicidad. Cuando el millonario, José de Arimatea, se entere de eso, vendrá corriendo con montones de siclos. Además, es deducible de sus impuestos.
En años posteriores, cuando pensaba en aquella escena, Frigate estaba seguro de que por aquel entonces no sabía nada acerca de cosas tales como publicidad y deducciones de los impuestos. Debía haber reconstruido su imaginación infantil. La imaginación trabaja tanto hacia atrás como hacia adelante, mejor, de hecho.
Quizá fue esta versión de Cristo como científico lo que inclinó al joven Frigate hacia la lectura de la ciencia ficción. Aunque siguió leyendo también a Swift, Twain, Doyle, London, Dumas, Baum, y Homero, y también leyó la Biblia, y una edición de John Bunyan ilustrada por Doré. En algún lugar, muy profundo en las bullentes y lodosas profundidades de su subconsciente, sus impulsos religiosos se mezclaban con su adoración hacia la ciencia como salvadora de la humanidad. Las primitivas revistas y libros de ciencia ficción que leyó se basaban en la premisa de que la racionalidad, la lógica y la ciencia sacarían al Homo sapiens del lío en que se había metido durante los últimos cien mil años. Entonces no había aprendido todavía, pese a que vivía en una civilización altamente tecnológica, que la Vieja Edad de Piedra, la Media Edad de Piedra, la Moderna Edad de Piedra, la Edad de Bronce, la Edad de Hierro, y la Edad Media estaban en todo niño recién nacido. Un equipaje que acompañaba a todas las personas a lo largo de toda su vida. Pocos eran los que conseguían librarse de aquella impedimenta, y nadie podía desembarazarse totalmente de ella. Bien, Nur podía ser una excepción.
Hay algunas cosas acerca de esas eras que son deseables había dicho Nur. Yo no me he librado completamente de ellas, estoy seguro.
Cuando Frigate tenia once años, sus padres cayeron en una apatía religiosa. Dejaron de acudir, durante un tiempo, a la Primera Iglesia de Cristo Científico en el bulevar
Hamilton en Peoria. Pero aunque no deseaban que su hijo mayor dejara de asistir a la iglesia, no deseaban tampoco transportarlo cada mañana a la Iglesia de Cristo Científico. Así que lo apuntaron a la escuela sabatina de la Iglesia Presbiteriana de la avenida Arcadia, que estaba a una distancia que podía recorrerse a pie.
Fue allí donde se metió de cabeza y a toda velocidad teológica en la predestinación. Aún no se había recuperado de la concusión del alma y del trauma filosófico resultantes de la colisión.
Todo el mundo se convirtió para mí en un asilo para convalecientes después de eso
le había dicho Frigate a Burton en una ocasión. Bueno, es posible que esté exagerando algo.
Hasta entonces, Frigate había estado convencido de que uno era recompensado con el Cielo si vivía una vida llena de buenas acciones y pensamientos y sin la menor duda acerca de la existencia de Dios y la validez de la Biblia.
Los presbiterianos mantenían que no había ninguna diferencia aunque tú creyeras que estabas lleno de gracia y llevaras una vida cristiana ejemplar. Dios había decretado miles de años antes de que tú nacieras, antes de crear el universo, de hecho, que esta persona aún no nacida sería salvada y que esa otra persona aún no nacida sería condenada. Su creencia era como la teoría de Twain del predeterminismo. Desde el momento en que el primer átomo golpeó contra el segundo átomo creado, una cadena de movimientos se había puesto en marcha a fin de que ese primer átomo colisionara con el segundo átomo en ese ángulo determinado y a esa velocidad determinada. Si el ángulo o la velocidad hubieran sido distintos, todo lo que hubiera ocurrido a partir de entonces hubiera sido diferente. Tu curso a través de la vida estaba ya establecido. Nada de lo que hicieras podía cambiarlo. Todas tus acciones estaban predeterminadas. Para utilizar el lenguaje de computadoras del siglo XX, preprogramado.
El problema era que no podías decirte a ti mismo: «¿Qué infiernos?», y llevar una vida impía de disolución. Tenías que comportarte como si fueras un completo cristiano. Lo que era peor, tenías que ser uno. Tenías que creer realmente; no podías ser un hipócrita.
Pero no podías saber hasta después de tu muerte si Dios te había elegido para subir volando al Paraíso o para caer a las eternas llamas del Infierno.
Realmente, si los presbiterianos tenían razón, podías ser una persona malvada durante toda tu vida. Pero si Dios te había señalado como uno de los salvados, te arrepentirías en el último momento y ascenderías sin problemas a las bendiciones eternas. ¿Quién, sin embargo, iba a correr el riesgo de que esto ocurriera o no?
»Hubiera debido contarle a mis padres mis agonías espirituales al respecto. Ellos me hubieran enderezado diciéndome que no existe eso que se llama predeterminación, ni un Infierno literal. Al menos, hubieran intentado tranquilizar mi mente. Pero no les dije nada, lo cual te puede dar una idea de mi comunicabilidad... y sufrí. Ellos, por supuesto, no tenían ni idea de lo que me estaban enseñando allá en aquella iglesia a la que podía irse caminando. Un corto paseo a la Desesperación, la Duda, y el Infierno.
¿Tanto sufriste realmente? había preguntado Burton.
No todo el tiempo. Sólo de tanto en tanto, aquí y allá. Después de todo, era un muchacho saludable y activo. Y observé que si los adultos en la iglesia creían realmente en la predeterminación, no se comportaban como si lo creyeran. No estaban en absoluto obsesionados por las dudas y los pesares acerca de su extraña doctrina. Aparentaban estar de acuerdo en la iglesia, y olvidaban todo aquello tan pronto como salían por su puerta. Antes quizá.
«Además, leyendo acerca de la vida de Twain, vi que él no creía en este universo sin Dios y estrictamente mecánico. Actuaba como si poseyera libre albedrío pese a que hablaba mucho acerca de su ausencia en los seres humanos.
A la edad de doce años, Frigate se convirtió en un ateo.
Más bien, debería decir, un devoto creyente en la ciencia como nuestra salvadora. La ciencia tal como es utilizada por la gente racional. No obstante, había olvidado lo que Swift había dicho, implicado al menos, acerca de que la mayor parte de la gente era como los yahoos de sus Viajes de Gulliver.
Se había apresurado a rectificar y modificar su afirmación. La mayor parte de la gente eran simplemente brutos como los yahoos; sólo una minoría eran genuinos, absolutamente auténticos yahoos. Una minoría bastante importante, sin embargo.
La ciencia podía ser nuestra salvadora únicamente en un sentido limitado, y si no se abusaba de ella. Pero abusamos y utilizamos mal todas las cosas. Eso no lo aprendí realmente hasta que tuve treinta y cinco años, de todos modos. A la mitad de mi vida, como Dante, estaba justo frente a las Puertas del Infierno.
A él le tomó largo tiempo darse cuenta de que la gente es irracional la mayor parte del tiempo, y normalmente más que eso había dicho Nur. ¡Vaya sorprendente revelación!
No sólo la Era Paleolítica, sino también el mono bípedo vive en nosotros había dicho Burton. No estoy seguro, sin embargo, de que esto no sea un insulto a los monos.
Frigate había mantenido durante muchos años que no existía nada parecido al alma. Pero entonces pensó que si Dios no le había proporcionado al Homo sapiens un alma, entonces éste debería fabricarse su propia alma. Escribió una historia basada en la idea de almas artificiales que aseguraban a la gente la inmortalidad que Dios, si existía, había olvidado crear.
Por todo lo que sabía, nadie había pensado nunca en aquello, y le ofrecía una muy buena premisa para una novela de ciencia ficción. También le hizo consciente de que, en algún lugar dentro de él, seguía creyendo que solamente la humanidad podía salvarse a sí misma. No había ningún salvador que acudiera de los Cielos o de otro planeta para redimir a la humanidad.
Estaba equivocado, y sin embargo en lo cierto había dicho Frigate. Nuestra salvación era el alma sintética, pero había sido inventada por una especie extraterrestre.
Esa alma, el wathan, no es nuestra salvación había dicho Nur. Es solamente un medio para alcanzar un fin. La salvación debe seguir saliendo de nosotros.
La ciencia y el impulso religioso se habían combinado para construir el Mundo del Río y el wathan, pero esos solamente podían llevarte un trecho del camino. A partir de ahí, la ciencia se desvanecía como el sol en el ocaso, y la metafísica tomaba su lugar.
Mientras tanto, tenías que vivir un segundo tras otro, moverte con el fluir del tiempo. Te gustara o no, tenías que dormir y comer y excretar y, como Burton decía, cultivar tu yo con la debida atención hacia los demás. Podías formular preguntas, pero si no recibías respuestas en este momento, podías esperar recibirlas algún día.
Cuando Frigate fue presentado a Puñado de Estrellas y habló con ella durante un ralo, pensó tener una cierta dificultad en comprenderla. Ella hablaba esperanto, pero puesto que había vivido en una zona ocupada principalmente por chinos del siglo VII D.C. y sabinos italianos del siglo v A.C., su esperanto estaba repleto de palabras desconocidas. Al cabo de un rato, se disculpó y regresó a su apartamento. Como Burton, se sentía preocupado porque Li Po no había consultado a sus compañeros acerca de Puñado de Estrellas. El grupo necesitaba nuevos miembros; ocho no eran suficientes como para proporcionar la variedad y la frescura necesaria. Estaban muy unidos a causa de las dificultades que habían tenido que sufrir mientras se debatían para alcanzar su meta, pero su intimidad había hecho de ellos una familia, y como la mayor parle de las familias, se ponían a veces nerviosos los unos con los oíros y se peleaban a causa de trivialidades. Excepto Nur.
Frigate pensaba que era a la vez correcto y necesario resucitar a otros. Pero esos otros tenían que ser cuidadosamente considerados antes de ser admitidos. No necesitaban busca-problemas.
Li Po había abierto las compuertas. El resto del grupo desearía resucitar a sus propios muertos, y actuando así no habría límite al número de los que podían ser traídos hasta allí ni consideración hacia sus cualificaciones.
Burton sentía lo mismo que Frigate y, sin la menor duda, la mayor parte del grupo también. Sin embargo se veía imposibilitado, por ahora, de controlar a esos individualistas. Era un hombre valiente, fuerte y osado, pero no era un buen líder excepto en situaciones que requerían una acción inmediata y violenta. Simplemente no era un administrador para tiempos de paz.
Nur el-Musafir debería ser la persona a la que siguiera y obedeciera el grupo ahora, pero no se había presentado voluntario para el cargo, y probablemente no lo haría nunca. De todos ellos, era el más prudente. Sabía que nadie podía controlar el inevitable movimiento hacia la anarquía.