En la Torre Oscura (48)
Llegaron ante una enorme puerta cerrada encima de la cual había más de aquellos caracteres intraducibles. Burton detuvo el tren de sillones y saltó del suyo. Un botón en la
pared parecía ser el único medio obvio de abrir la puerta. Lo pulsó, y las dos secciones se deslizaron alejándose la una de la otra y se metieron en sus alojamientos. Miró a un enorme pasillo que terminaba en otras dos puertas aún más enormes. Burton oprimió el bolón junto a esas.
Contemplaron una enorme cámara en forma de domo que debía tener casi un kilómetro de ancho. El suelo era de tierra en el cual crecía una brillante hierba verde de hoja corta y, además, árboles. Unos arroyos la atravesaban aquí y allá, sus fuentes formaban pequeñas cataratas de doce a quince metros de altura. Había multitud de arbustos en flor, y de tanto en tanto rocas de sobre plano que habían servido como mesas, si las bandejas y tazas y cubiertos que había en ellas significaban algo.
El techo era de un color azul puro con jirones de nubes cruzándolo, y un simulacro de sol estaba en su cenit.
Penetraron y miraron a su alrededor. Había esqueletos humanos tendidos aquí y allá, el más cercano junio a una roca. Había también huesos de pájaros, venados, y algunos animales parecidos a galos y perros y mapaches.
Debían venir aquí para sentirse de nuevo cerca de la naturaleza dijo Frigate. Una imitación muy razonable, hay que reconocerlo.
Habían razonado que X había transmitido un código por radio que había activado la pequeña esfera negra en los cerebros de los habitantes de la Torre y había ocasionado que el veneno se esparciera por sus cuerpos. ¿Pero por qué habían muerto los animales?.
Hambre.
Abandonaron la cámara. Antes de que hubieran viajado otro par de kilómetros, llegaron a otra curiosidad, la más desconcertante y la que más admiración les causó. Una pared transparente a su izquierda que se proyectaba al exterior revelaba un pozo brobdingnagiano. Una brillante y cambiante luz resplandecía abajo. Salieron de los sillones para echar una mirada abajo al fondo. Y lanzaron gritos de asombro.
Ciento cincuenta metros debajo de ellos había un rugiente horno de formas de muy diferentes colores, todas ellas muy apiñadas, pero pareciendo atravesarse las unas a las otras o fundiéndose en algunos momentos.
Burton se protegió los ojos con una mano y miró fijamente hacia allá. Al cabo de un rato pudo distinguir ocasionalmente las formas de las cosas que giraban y giraban allá abajo y saltaban arriba y abajo y hacia todos lados.
Se volvió, notando que le dolían los ojos.
Son wathans. Exactamente iguales a aquellos que vi sobre las cabezas de los doce
Consejeros. La pared debe ser de algún material que nos permite verlos.
Nur le tendió un par de gafas oscuras.
Toma. Las encontré en una caja en un estante cerca de aquí.
Burton y los demás se pusieron las gafas y miraron al enorme pozo. Ahora podían ver aquellas cosas más claramente, los cambiantes colores en las siluetas que se expandían y se contraían constantemente, los tentáculos de seis lados que brotaban, se agitaban, flagelaban, luego se contraían y desaparecían de nuevo en el cuerpo principal.
Burton, inclinándose hacia adelante, su espalda pegada a la pared, miró hacia arriba. El relumbrar le mostraba un techo de metal gris a unos treinta metros encima de él. Se dio la vuelta e intentó ver al otro lado del pozo. No pudo. Entrecerró los ojos y volvió a mirar hacia abajo. Muy muy al fondo parecía haber algo sólido y gris. ¿O era su imaginación, una ilusión creada por la metamorfoseante horda, lo que le hacía pensar ahora que la solidez estaba pulsando?
Retrocedió unos pasos, se quitó las gafas, y se frotó los doloridos ojos.
No sé lo que significa esto, pero no podemos permanecer más tiempo aquí.
Pasaron junto a un cierto número de arcadas abriéndose a pozos que no proseguían más arriba. Pero después de haber recorrido cuatrocientos metros, llegaron a uno que se extendía hacia arriba más allá de su nivel.
Puede que éste nos conduzca al nivel donde se halla la puerta superior.
De nuevo aguardaron hasta que cada uno hubiera llegado sano y salvo a la parte de arriba del pozo antes de que el siguíente iniciara el trayecto.
La arcada se abría a otro corredor. Había trece puertas a lo largo de este, cada uno de ellas dando entrada a una muy amplia suite de lujosamente amuebladas habitaciones. En una de ellas había una mesa de lustrosa madera rojiza en la cual había una esfera transparente. Suspendidas dentro de ella había tres figuras del tamaño de muñecos.
Parecen como Monat y otros dos de su misma especie dijo Burton.
Algo así como fotografías tridimensionales dijo Frigate.
No sé dijo Alice. Parece existir un parecido de familia. Por supuesto, supongo que todos ellos deben parecer iguales a cualquiera que no esté familiarizado con la raza. Sin embargo...
Croomes llevaba largo tiempo sin decir nada. Su sombrío rostro había indicado, sin embargo, que estaba luchando terriblemente para aceptar la realidad de aquel lugar. Nada allí había sido como ella esperaba; no había habido ningún coro de ángeles dándoles la bienvenida, ningún Dios sentado en un trono radiante de gloria con su madre sentada a Su derecha para darle la bienvenida.
Ahora dijo:
Esos dos podrían ser sus padres.
Habla muchas cosas que investigar en las habitaciones, pero Burton les apresuró a que salieran.
Habrían recorrido unos sesenta metros cuando llegaron a una arcada, la primera que habían visto en la pared de la derecha. Burton bajó del sillón y miró al pozo. Su fondo estaba al nivel del suelo; su techo no estaba a más de quince metros sobre sus cabezas.
Jirones de niebla lo cruzaban, aparentemente arrastrados desde el exterior por unas aberturas en la pared opuesta.
Retiró la cabeza.
Este pozo puede que conduzca al domo del exterior, allá donde sólo Piscator pudo entrar.
El japonés había sido inteligente y valeroso. Probablemente había hecho lo mismo que Burton, había probado el invisible campo en el pozo, había imaginado que podía sostenerle, y luego había descendido. ¿Pero cómo podía haber activado el campo si no conocía el código o lo que fuera que lo operaba?
De todos modos, aquel pozo era distinto de los demás. Era muy corto, y había un solo camino que seguir si uno estaba en la parte de arriba. Unos sensores podían determinar que el campo fuera activado si alguien pretendía entrar desde arriba. Los sensores podían detectar que se trataba sólo de una persona y que no se metería en el pozo a menos que deseara ir abajo. Hacer el camino a la inversa podía requerir un código de alguna clase. O quizá no, la parte inferior del campo podía actuar como la superior, sólo que a la inversa.
¿Dónde estaba Piscator?
Para probar su teoría, Burton penetró en el pozo. Al cabo de tres segundos, fue elevado lentamente. En la parte superior del pozo, dio un paso adelante y se halló en un corto corredor de metal. Se curvaba a su final e indudablemente daba al corredor del domo.
La niebla remolineaba en la esquina, pero las luces eran lo suficientemente fuertes como para atravesarla.
Penetró en el corredor, e inmediatamente sintió una muy ligera resistencia. Su fuerza se incrementó a medida que se debatía por avanzar.
Cuando estuvo jadeando e incapaz de avanzar un centímetro más, retrocedió. Su regreso al pozo no presentó ningún obstáculo. Cuando regresó al nivel inferior, informó brevemente a los demás.
El campo trabaja en ambos sentidos concluyó.
Según el informe del Parseval dijo el moro había tan sólo una entrada. Sin embargo... debe haber una abertura, una puerta de algún tipo, por la que puedan penetrar los aparatos aéreos. No había ninguna en la parte superior de la Torre. Creo, de todos modos, que simplemente no eran visibles. También deben existir campos éticos en las entradas para los aparatos aéreos. De otro modo, cualquiera podría penetrar de esa forma. Incluido X. Seguramente debió salir algunas veces con un vehículo aéreo para asuntos legítimos.
Olvidas el hipotético distorsionador de wathans dijo Burton. Eso debería permitir a X entrar también por el acceso del domo.
Sí, lo sé. Lo que estoy diciendo es que si podemos hallar el hangar de los aparatos aéreos, y luego descubrimos cómo manejarlos, podremos abandonar este lugar en cualquier momento que queramos.
Tienen que ser mejores y más fáciles de hacer volar que un aeroplano dijo Frigate.
Sin la menor duda.
Esperad, tengo una idea dijo Frigate, sonriendo. Piscator era un sufí, y no tuvo problemas para entrar, Tú eres un sufí y un ético altamente desarrollado. ¿Por qué no sales e intentas volver a través del domo?
El moro le devolvió la sonrisa.
Te gustaría comprobar si realmente estoy tan avanzado como debería, ¿eh? ¿Y qué ocurrirá si no puedo salir? ¿O, si lo consigo, no puedo volver a entrar? No, Peter. Sería una pérdida de tiempo y una exhibición de orgullo por mi parte. Tú lo sabes, y sin embargo me animas para que lo haga. Estás azuzándome. Como discípulo, a veces te falta la adecuada actitud reverente hacia tu maestro.
Volvieron a sus sillones, y volaron lentamente siguiendo el curvado corredor. Burton estaba empezando a tener la impresión de que su inspección estaba siendo muy informativa, aunque a menudo desconcertante, pero carente de toda utilidad. No había forma de encontrar a X.
¿Pero qué otra cosa podía hacer? No había directorios en las paredes, y aunque los hubiera no podrían leerlos. Era frustrante y fútil proceder de este modo, pero tampoco podían simplemente sentarse en un lugar y esperar a que X los encontrara. Si lo hacía, iría armado con alguna arma irresistible. De eso no había la menor duda.
Por otra parte, habían sido afortunados localizando las residencias de los doce y de Monat Grrautut y la entrada del domo. Quizá el lugar donde X había realizado sus experimentos o el centro de control que utilizaba estuvieran cerca de su apartamento.
Llegaron a una puerta cerrada y la pasaron. Debían haber varios miles de ellas en aquel enorme lugar. No podían permitirse el tiempo de abrirlas todas.
Pero cuando estaban a unos diez metros más allá de ella, Burton levantó la mano señalando un alto.
¿Qué ocurre? preguntó Alice.
Tengo un extraño presentimiento, como una intuición. Hizo descender el sillón hasta el suelo.
Será sólo un momento comprobarlo.
Pulsó un botón en la pared junto a la puerta, y la puerta se deslizó silenciosamente en su alojamiento, abriéndose. Al otro lado había una cavernosa estancia con un variado equipo sobre una serie de mesas y, contra las paredes, muchos armarios. Había un solo esqueleto. Una violenta explosión había atrapado evidentemente a alguien mientras estaba pasando junto a uno de los armarios o haciendo algo en él. La parte superior del armario había estallado, a juzgar por el metal retorcido hacia afuera, los trozos de
sustancia cristalina en el suelo, y los trozos de metal dentro del esqueleto. Este yacía a unos seis metros del destrozo, y bajo los huesos había oscuras manchas de sangre.
Un poco más allá del esqueleto la explosión había derribado una construcción metálica en forma de estrella de sobre una mesa. Ahora yacía en el suelo, emitiendo lo que parecían ondas de calor de varios colores.
Inmediatamente delante de Burton y cerca del centro de la estancia había un sillón volante. Estaba posado en el suelo y vacío, y en un lado de él y en uno de sus brazos había manchas de sangre fresca.
Justo detrás de la silla había un gran disco giratorio sobre un cilindro de aproximadamente sesenta centímetros de alto. Un hombre estaba sentado en una silla de algún material semitransparente en medio de la plataforma fija. Ante él había una consola con un panel de instrumentos inclinado y varias pantallas iluminadas. Estaba ajustando un dial, los ojos fijos en el osciloscopio más grande. Burton podía ver su perfil.
Burton se llevó un dedo a los labios y, con la oirá mano, hizo un gesto a sus compañeros para que abandonaran sus sillones. Luego desenfundó su revólver e indicó que los demás hicieran lo mismo.
El operador tenía largo pelo rojizo, una piel de un pálido blanco, y al ojo que Burton podía ver le fallaba un pliegue epicántico. Si el hombre no hubiera sido tan gordo, tal vez Burton no lo hubiera identificado. Gordo, sin embargo, no podía ser olvidado en tan poco tiempo.
Burton atravesó lentamente la puerta en dirección al hombre. Los demás se abrieron en abanico, las pistolas preparadas. Cuando estuvieron a un par de metros de él, el hombre los vio. Se alzó a medias de su silla, hizo una mueca, y volvió a sentarse. Adelantó una mano, rebuscó en un hueco tras el panel, y la retiró sujetando un artilugio de extraño aspecto. Tenía una empuñadura como de pistola, un cañón de unos treinta centímetros de largo y ocho centímetros de diámetro, y una esfera en su extremo del tamaño de una manzana grande. Burton gritó en voz muy alta:
¡Loga! Echó a correr hacia él.