El pasado de Goering (19)
Luego, muchos años tarde, ese mismo Goering estaba cerca del estado de Parolando, sin nadie de la tripulación original de la balsa con él. Habían resultado muertos o se habían quedado en distintas áreas para realizar allí sus labores misioneras. Cuando Goering estaba a varios miles de kilómetros de Parolando, empezó a oír rumores de la gran estrella que había caído, el meteorito, y había impactado contra el suelo Río abajo. Se decía que ese impacto había matado a centenares de miles de personas directa o indirectamente, y destrozado el Valle a lo largo de más de cien kilómetros en ambas direcciones. Tan pronto como la zona se mostró de nuevo segura, sin embargo, muchos grupos de gente penetraron en ella, ansiosos de apoderarse del ferroníquel del meteorito. Tras salvajes luchas, dos bandas resultaron triunfantes. Se aliaron entre sí, y ocuparon el lugar.
Entre otros rumores corría el de que el meteorito había sido empezado a explorar y se estaba construyendo un gigantesco barco, y que dos hombres famosos estaban dirigiendo las operaciones. Uno de ellos era un escritor americano, Sam Clemens. El otro era el Rey Juan de Inglaterra, el hermano de Ricardo Corazón de León.
Hermann no sabía el porqué, pero aquellas historias hicieron brincar su corazón. Tuvo la impresión de que su meta era el lugar donde había caído la estrella, que siempre lo había sido, aunque no lo hubiera sabido hasta ahora.
Al final de un largo viaje, llegó a Parolando. Los rumores eran ciertos. Sam Clemens y el Rey Juan, apodado «Sin Tierra», eran cogobernantes del país que se asentaba sobre el tesoro del meteorito. Por aquel entonces, enormes cantidades del metal habían sido ya extraídas, y el área se parecía a un Ruhr en miniatura. Habían sido instaladas varias factorías siderometalúrgicas, plantas laminadoras, y fábricas de ácido nítrico, y la bauxita y la criolita eran procesadas para obtener aluminio. El mineral para la obtención de este aluminio, sin embargo, debía ser adquirido a otro estado. Y había problemas al respecto.
Soul City era un estado a unos cuarenta kilómetros Río abajo de Parolando. Se asentaba sobre enormes depósitos de criolita, bauxita y cinabrio, y pequeños depósitos de platino. Clemens y Juan necesitaban todos esos minerales, pero los dos gobernantes de Soul City, Elwood Hacking y Millón Firebrass, apretaban las clavijas en sus tratos
comerciales. Además, resultaba evidente que les gustaría echar mano al níquel y al acero del meteorito.
Hermann prestó poca atención a la política local. Su principia misión era convertir a la gente a las doctrinas de la Iglesia de la Segunda Oportunidad. Su misión secundaria, decidió al cabo de un tiempo, era detener la construcción del gran barco a paletas metálico. Clemens y Juan se habían obsesionado con el navío. Para construirlo, estaban dispuestos a convertir Parolando en una desolación industrial, a despojar la zona de toda vegetación excepto los invulnerables árboles de hierro. Estaban polucionando el aire con los humos y los hedores de las factorías.
Peor aún, estaban polucionando sus kas, y eso era asunto de Hermann Goering. La Iglesia sostenía que la humanidad había sido resucitada a fin de que tuviera otra oportunidad de salvar su ka. También se le había proporcionado la juventud y una completa libertad sobre las enfermedades y las necesidades materiales a fin de que pudiera concentrase en la salvación.
Aproximadamente una semana después de su llegada a Parolando, Hermann y algunos otros misioneros tuvieron una gran conferencia. Se celebró por la tarde, inmediatamente después del anochecer. Fueron dispuestas grandes fogatas en torno a una plataforma iluminada por antorchas. Hermann y el obispo local estaban en la plataforma con una docena de los miembros más distinguidos de su organización. Se había congregado una multitud de unas tres mil personas, compuesta por una pequeña minoría de conversos y una mayoría que había acudido a distraerse un rato. Esta última traía consigo sus botellas de alcohol y una tendencia a la provocación.
Después de que la banda terminara un himno, que se decía había sido compuesto por el propio La Viro, el obispo dirigió una corta plegaria. Luego presentó a Hermann. Algunos abucheos aquí y allá siguieron a la mención de su nombre. Evidentemente algunos de los componentes de la multitud habían vivido durante su época, aunque era posible que simplemente no les gustaran los de la Iglesia de la Segunda Oportunidad.
Hermann alzó las manos hasta que se restableció el silencio, y luego habló en esperanto.
¡Hermanos y hermanas! Oídme con el mismo amor con el que os hablo. El Hermann Goering que está ante vosotros no es el hombre que llevaba este mismo nombre y que vivió en la Tierra. Este aborrece a aquel hombre, a aquel ser diabólico. El hecho de que yo esté ahora aquí ante vosotros, un nuevo hombre, renacido, atestigua que el mal puede ser vencido. Una persona puede cambiar a mejor. Yo he pagado por lo que hice. He pagado con la única moneda que tiene algún valor. He pagado con culpabilidad y vergüenza y odio hacia mí mismo. He pagado con la voluntad de matar en mí a mi antiguo yo, y seguir adelante como un nuevo hombre.
»Pero no estoy aquí para impresionaros con lo canalla que fui. Estoy aquí para hablaros de la Iglesia de la Segunda Oportunidad. Cómo surgió, cuál es su credo, cuáles sus principios.
»Sé que aquellos de entre vosotros que fueron educados en países judeocristianos y musulmanes, y los orientales cuyos países fueron visitados u ocupados por cristianos o musulmanes, están esperando una llamada a la fe.
»¡No! ¡Por el Señor que hay entre nosotros, no voy a hacer eso! La Iglesia no va a pediros que creáis únicamente en la fe. La Iglesia os trae, no fe... ¡sino conocimiento!. No fe, he dicho. ¡Conocimiento!.
»La Iglesia no os pide que creáis en las cosas tal como deberían ser o quizá lleguen a ser algún día. La Iglesia os pide que consideréis los hechos y luego actuéis del modo como requieren los hechos. Os pido que creáis tan sólo en lo que puede ser creído.
»Considerad esto. Más allá de cualquier disputa, todos nosotros hemos nacido en la
Tierra y morimos allí. ¿Hay alguien entre vosotros que quiera contradecir eso?
»¿No? Entonces considerad esto. El hombre nace para el dolor y el mal del mismo modo que las chispas de un fuego ascienden. ¿Puede alguno de vosotros, recordando su vida en la Tierra y aquí, negar eso?
»Fuera cual fuese la religión en la Tierra, prometía algo que simplemente no era cierto. La prueba de ello es que no estamos ni en el Infierno ni en el Cielo. No hemos sido reencarnados, excepto en el limitado sentido de que nos han sido proporcionados nuevos cuerpos y una nueva vida después de nuestra muerte.
»La primera resurrección fue un shock tremendo, casi aniquilador. Nadie, ni religioso, ni agnóstico, ni ateo, estaba en la situación que creía iba a encontrar después del final de la existencia terrestre.
»Sin embargo, aquí estamos, nos guste o no. No hay escapatoria posible de este mundo, como la había en el Tierra. Si uno resulta muerto o se suicida, amanece al día siguiente vivo. ¿Puede alguien negar esto?
¡No, pero estoy seguro de que al infierno no debe gustarle nada esto! gritó un hombre. Hubo una risa general, y Hermann miró al hombre que había hecho la observación. Era el propio Sam Clemens, de pie en medio de la multitud, sobre una silla en una plataforma erigida para esa ocasión.
Por favor, hermano Clemens, ten la cortesía de no interrumpirme dijo Hermann. Muy bien. Hasta ahora, nos hemos ceñido a los hechos. ¿Puede alguien negar que este mundo no es un mundo natural? No quiero decir con eso que el propio planeta, el sol, las estrellas, sean artificiales. Este planeta fue creado por Dios. Pero el Río y el Valle no son naturales. Como esta resurrección no es tampoco un acontecimiento sobrenatural.
¿Cómo sabes esto? gritó una mujer. Ahora te estás alejando de los hechos. Estás deslizándote hacia las conjeturas.
¡Ni a conjeturas siquiera, se está deslizando a la nada! gritó un hombre. Hermann aguardó a que se apaciguaran las risas.
Hermana, puedo probarte que la resurrección no es obra directa de Dios. Fue realizada por gente como nosotros. Puede que no sean terrestres. Indudablemente son superiores a nosotros en sabiduría y ciencia. Pero se parecen mucho a nosotros. ¡Y algunos de nosotros hemos hablado frente a frente con ellos!
Un rugido ahogó su voz. No porque la multitud no hubiera oído aquello antes, aunque no en esos términos. Los incrédulos simplemente deseaban un poco de diversión para aliviar sus tensiones.
Hermann bebió un sorbo de agua y, cuando volvió a depositar el vaso, se había restablecido un comparativo silencio.
Este mundo y estas resurrecciones, si no son obra de manos humanas, sí han sido hechos por manos que son humanas en apariencia. Hay aquí dos hombres que pueden atestiguarlo. Por todo lo que sé, puede haber muchos otros. Uno de esos es un inglés llamado Richard Francis Burton. No era un desconocido en la Tierra en su época, de hecho fue bastante famoso. Vivió de 1821 a 1890, y fue un explorador, antropólogo, innovador, autor, y lingüista extraordinario. Quizá algunos de vosotros hayáis oído hablar de él. Si es así, por favor, levantad la mano.
»Oh, cuento al menos cuarenta manos, entre ellas la de vuestro cónsul, Samuel
Clemens.
A Clemens no parecía gustarle lo que estaba oyendo. Tenía el ceño fruncido, y masticaba frenéticamente la punta de su puro.
Goering procedió a contar de nuevo sus experiencias con Burton, acentuando lo que Burton le había dicho. La multitud se sintió cautivada; apenas se oía ningún sonido. Aquello era algo nuevo, algo que ningún misionero de la Segunda Oportunidad había dicho nunca.
Burton llamó a su misterioso ser el Etico. Ahora bien, según Burton, ese Etico que habló con él no estaba de acuerdo con sus compañeros. Aparentemente, existe una
división incluso entre los seres que podríamos considerar como dioses. Disputas o desavenencias en el Olimpo, si puedo emplear ese paralelismo. Aunque no creo que los que se llaman a sí mismos Éticos sean dioses, ángeles, ni demonios. Son seres humanos como nosotros pero que han alcanzado un nivel ético más alto que el nuestro. Cuál es su punto de desacuerdo, no lo sé, francamente. Quizá sea algo relativo a los medios utilizados para conseguir sus finalidades.
»¡Pero! ¡La finalidad es la misma! No hay duda al respecto ¿Y cuál es esa finalidad? En primer lugar, dejadme hablaros del otro testigo.
»De nuevo, para ser franco...
¡Pensé que eras Hermann! gritó un hombre.
Llámame Meier dijo Goering, pero no se detuvo a explicar el chiste.
»Aproximadamente un año después del Día de la Resurrección, el testigo estaba sentado en una cabaña en la ladera de una alta colina en un lugar lejos de aquí, en el norte. Tenía un nombre natal, Jacques Gillot, pero nosotros en la Iglesia nos referimos normalmente a él como La Viro, El Hombre. También lo llamamos La Fondinto, El Fundador. Había sido un hombre muy religioso durante toda su larga vida en la Tierra. Pero ahora su fe había sido aplastada, había quedado completamente desacreditada. Se sentía asombrado y muy turbado.
»Este hombre siempre había intentado llevar una vida muy virtuosa de acuerdo con las enseñanzas de su iglesia, que hablaba por boca de Dios. No creía que fuera un hombre bueno. Después de todo, el propio Jesucristo había dicho que ningún hombre era bueno, incluido El mismo.
»Pero, relativamente hablando, Jacques Gillot era bueno. No era perfecto; había mentido, pero únicamente para no herir los sentimientos de los demás, nunca para escapar a las consecuencias de sus propios actos. Nunca había dicho nada a espaldas de una persona que no pudiera decir en su cara. Nunca había sido infiel a su mujer. Se había dedicado intensamente a su mujer y a sus hijos sin pedirles nada a cambio. Jamás había negado a una persona un sitio en su mesa debido a su posición social, preferencias políticas, raza o religión. Había sido injusto un cierto número de veces, pero había sido por precipitación e ignorancia, y siempre había pedido disculpas y había reparado esas faltas. Había sido robado y traicionado, pero nunca había exigido venganza en nombre de Dios. Sin embargo, jamás había dejado que nadie le pisoteara sin luchar.
»Y había muerto con sus pecados perdonados y los últimos sacramentos administrados.
»Así que, ¿qué estaba haciendo aquí, codeándose con políticos, traidores, golpeaniños, hombres de negocios deshonestos, abogados poco éticos, doctores ambiciosos, adúlteros, violadores, ladrones, asesinos, torturadores, terroristas, hipócritas, falsarios, parásitos, es decir, toda la gente deshonesta, viciosa, incrédula?
»Mientras permanecía sentado en aquella cabaña debajo de las montañas, con la lluvia repiqueteando en el techo y el viento soplando y los relámpagos estallando, meditaba sobre esta aparente injusticia. Y reluctantemente llegó a esta conclusión. Alos ojos de Alguien, con A mayúscula, él no era mucho mejor que todos aquellos otros.
»No le hacía sentirse mejor el reflexionar que todos los demás se hallaban también en su misma situación. Cuando un hombre se está hundiendo en un bote, sabiendo que todos los demás se están hundiendo con él, esto no le sirve de mucho consuelo.
»¿Pero qué podía hacer al respecto? Ni siquiera sabía lo que se suponía que debía hacer.
»En ese momento, mientras miraba al pequeño fuego que ardía en la cabaña, oyó unos golpes en la puerta. Se puso en pie y tomó su lanza. Entonces, como ahora, los hombres malvados merodeaban de noche, buscando presas fáciles. No tenía nada de valor, pero hay hombres a quienes les gusta matar por el simple retorcido placer de hacerlo.
«Preguntó en su lengua nativa: ¿Quién es?
»Nadie que conozcas dijo una voz de hombre. Hablaba en francés de Quebec, pero con un acento extranjero. Nadie que desee hacerte ningún daño tampoco. No necesitas esa lanza.
»Aquello sorprendió a La Viro. La puerta y las ventanas estaban cerradas. Nadie podía ver el interior de la cabaña.
»Abrió la puerta. El resplandor de un relámpago iluminó las espaldas del desconocido, revelando a un hombre de mediana estatura, embozado en una capa y una capucha. La Viro retrocedió; el desconocido entró; La Viro cerró la puerta. El hombre echó hacia atrás su capucha. Ahora el fuego mostraba a un hombre blanco con pelo rojo, ojos azules, y rasgos agraciados. Bajo la capa llevaba un traje ajustado de una sola pieza hecho de un material plateado. De un cordón plateado en torno a su cuello colgaba una espiral dorada.
»Las ropas eran suficientes para decirle a La Viro que no era un habitante del Río. El hombre se parecía a un ángel, y podía serlo. Después de todo, la Biblia decía que los ángeles se parecían a los hombres. Al menos, eso era lo que habían dicho los sacerdotes. Los ángeles que habían visitado a las hijas de los hombres en los días de los patriarcas, los ángeles que habían rescatado a Lot, y el ángel que había luchado con Jacob, habían pasado por hombres.
»Pero la Biblia y los sacerdotes que se la habían leído habían demostrado estar equivocados en muchas cosas.
»Mirando al desconocido La Viro se quedó maravillado. Al mismo tiempo, se sintió encantado. ¿Por qué un ángel, entre toda la gente, le honraría a él con su visita?
»Entonces recordó que Satán era también un ángel, que todos los demonios eran ángeles caídos.
»¿Qué era realmente?
»¿O no era ninguna de las dos cosas? Después de todo, La Viro, pese a su falta de educación formal y su humilde extracción, era inteligente. Tuvo la impresión de que existía una tercera alternativa. Aquello lo tranquilizó un poco, aunque no se sintió más cómodo por ello.
»Tras pedir permiso, el desconocido se sentó. La Viro vaciló, luego él también se sentó en una silla. Se quedaron mirándose el uno al otro por un momento. El desconocido unió sus manos en un gesto como si fuera a rezar y frunció el ceño como si estuviera pensando la mejor forma de empezar. Aquello era extraño, puesto que sabía lo que deseaba y debía haber tenido tiempo de prepararse para su visita.
»La Viro le ofreció una bebida alcohólica. El desconocido dijo que prefería té. La Viro se apresuró a echar el polvo en el agua y agitarlo. El desconocido permaneció en silencio hasta que le dio las gracias a La Viro por el té. Tras dar un sorbo, dijo:
»Jacques Gillot, quién soy y de dónde vengo y por qué estoy aquí es algo que tomaría toda la noche y todo el día explicarte en detalle. Lo poco que puedo decirte será la verdad... en una forma que puedas comprender a tu nivel. Soy uno de los componentes de un grupo que ha preparado este planeta para vosotros, a los que hemos resucitado. Hay otros planetas reformados para otros terrestres, pero esto no te interesa por el momento. Algunos de ellos están siendo usados ahora. Algunos otros están esperando ser usados.
»Hizo una pausa para dar otro sorbo al té.
»Este mundo es para aquellos que necesitan una segunda oportunidad. ¿Qué es la segunda oportunidad? ¿Qué era la primera oportunidad? En estos momentos debes haber aceptado ya el hecho de que tu religión, de hecho ninguna de las religiones terrestres, sabía realmente lo que sería la vida después de la muerte. Todas ellas hicieron suposiciones y luego las establecieron como artículos de fe. Aunque, en un cierto sentido, algunas de ellas estuvieron cerca de la verdad, si aceptas sus revelaciones como simbólicas.
»Y entonces el visitante dijo que los de su especie se llamaban a sí mismos los Éticos, aunque tenían otros nombres para identificarse a sí mismos. Se hallaban en un plano mucho más elevado de desarrollo ético que la mayoría de los seres de la Tierra. Pero que observara que había dicho la mayoría. Esto indicaba que había algunos de nosotros que habíamos alcanzado el mismo nivel que los Éticos.
»El visitante dijo que su gente no eran los primeros Éticos, en absoluto. Los primeros fueron una antigua especie, no humana, originaria de un planeta más viejo que la Tierra.
»Esos eran individuos que se habían quedado deliberadamente atrás, se habían mantenido como seres de carne, en vez de Seguir Adelante. Y cuando vieron que había una especie, también no humana, que era capaz de continuar por ellos El Trabajo, mostraron a esa especie cómo hacerlo. Y ellos Siguieron Adelante.
»El visitante llamó a esa especie los Antiguos. En comparación con aquellos que habían sido sus mentores, los Éticos eran muy jóvenes.
»Eso es lo que el visitante dijo que habían aprendido los Éticos de los Antiguos. El Creador, Dios, el Espíritu Único, llamadlo como queráis, lo forma todo. El es el universo; el universo es él. Pero su cuerpo está formado por dos esencias. Una es la materia; la otra, a falta de una palabra mejor, es la nomateria.
»Todos nosotros sabemos lo que es la materia. Filósofos y científicos han intentado definirla exactamente, pero han fracasado. Sin embargo, todo el mundo sabe lo que es la materia. La experimentamos de forma directa.
»¿Pero qué hay acerca de la nomateria? ¿Qué es realmente?