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Chapter 148 - EL LABERINTO MÁGICO SECCIÓN 5 - Soliloquio de Burton (15)

Soliloquio de Burton (15)

A última hora de la noche, mientras la excepcionalmente densa y alta bruma envolvía incluso la timonera, Burton iba rondando de un lado para otro.

Incapaz de dormir, caminaba de un lado para otro sin ningún lugar preciso donde ir... excepto la imperiosa necesidad de alejarse de sí mismo.

¡Maldito sea yo! ¡Siempre intentando eludirme a mí mismo! Si tuviera la inteligencia de una vaca, me quedaría y me enfrentaría con él. Pero él puede eludirme, ganarme, el Jacob a mi ángel. Sin embargo... yo también soy Jacob. Tengo un diente roto, no una cadera rota, soy un Jacob autómata, un ángel mecánico, un demonio robot. La escalera a los cielos sigue colgando junto a su ventana, pero no puedo encontrarla de nuevo.

»El destino es puro azar. No, no es cierto. Yo creo el mío propio. Aunque no yo, de todos modos. Esa cosa que me conduce, el demonio que me gobierna. Aguarda sonriendo en el rincón más oscuro, y cuando yo he adelantado mi mano para coger el premio, él salta afuera y me lo arrebata.

»Mi ingobernable temperamento. La cosa que me engaña y se ríe y parlotea y corre alejándose para esconderse y volver a surgir otro día.

»Ah, Richard Francis Burton, Dick el Rufián, Dick el Negro, como acostumbraban a llamarme en la India. ¡Ellos! Las mediocridades, los robots corriendo por el sendero del ferrocarril de la reina Victoria... ellos no sentían ningún interés por los nativos excepto para acostarse con sus mujeres y tragar buena comida y engullir buena bebida y amasar una fortuna si podían. Ni siquiera sabían hablar el idioma nativo después de treinta años en la mayor gema en la corona de la reina. ¡Una gema, ja! ¡Un hediondo foco de infección! ¡El cólera y sus hermanas! ¡La peste negra y sus hermanos! ¡Hindúes y musulmanes riéndose a espaldas del bueno del Sahib! Los ingleses ni siquiera saben fornicar bien. Las mujeres se reían de ellos y regresaban junto a sus morenos amantes para hallar satisfacción después de que el Sahib había vuelto a su casa.

»Advertí al gobierno dos años antes de que ocurriera, el motín de los cipayos, ¡y se rieron de mí! ¡De mí, el único hombre en la India que conocía al hindú, al musulmán!

Hizo una pausa en el descansillo superior de la gran escalera. Las luces brotaban al exterior, y los sonidos de la fiesta atravesaban la bruma sin agitarla. Ninguna cortina era movida por ninguna respiración.

¡Arrgh! ¡Malditos sean todos! Se ríen y coquetean, y el destino aguarda a por ellos. El mundo está haciéndose pedazos. El conductor del negro camello aguarda a por ellos tras el siguiente meandro del Río. ¡Estúpidos! Y yo, estúpido también.

»Y en este Narrbooot, esa gran nave de locos, duermen algunos hombres y mujeres que en sus horas de vela complotan contra mí, complotan contra todos los nativos de la Tierra. No. No todos nosotros somos nativos de este universo. Ciudadanos del cosmos.

Escupo por encima de la barandilla. A la bruma. El Río discurre ahí abajo. Recibe esta parte de mí que nunca regresará excepto en otra forma de agua. H2O. Heces del infierno Dobladas Oprimiéndonos. Qué extraño pensamiento. ¿Pero no son extraños todos los pensamientos? ¿No derivan siguiendo la corriente como botellas conteniendo mensajes enviados por ese Gran Náufrago al mar? Y si consiguen alojarse en la mente, en mi mente, entonces creo que yo los he originado. ¿O existe un magnetismo entre algunas almas y algunos pensamientos, y sólo aquellos con el campo peculiar de los pensadores son arrastrados hasta los pensadores? ¿Y luego el individuo que los recibe los remodela para hacerlos encajar en su propio carácter y piensa orgullosamente si es que piensa en algún sentido superior al de una vaca que ha sido él quién los ha originado? Restos y desechos a la deriva, mis pensamientos, y yo los arrecifes.

»¡Podebrad! ¿En qué estás soñando? ¿En la Torre? ¿En tu hogar? ¿Eres uno de los secretos, o simplemente un ingeniero checo? ¿O ambas cosas?

»Llevo catorce años en este barco fluvial, y el barco lleva girando sus ruedas de paletas Río arriba desde hace treinta y tres. Ahora soy el capitán de los marines de ese exaltado bastardo y asno real, el rey Juan. El que siga con vida prueba que puedo dominar mi temperamento.

»Otro año más y llegaremos a Virolando. Allá el Rex se detendrá por un tiempo, y hablaremos con La Viro, La Fondinto, el Papa de la congregación de la Iglesia de la Segunda Oportunidad: ¡Segunda oportunidad, el culo de mi santa tía! Aquellos que nos hicieron esto no tienen ahora ninguna oportunidad. ¡Están atrapados en su propia trampa! Alzados por su propio petará, que en francés significa «pequeño pedo». Como dice Mix, no tenemos ni la oportunidad que pueda tener un pedo en medio de una tormenta.

»Ahí afuera en las orillas. Los miles de millones que están durmiendo en estos momentos. ¿Dónde está Edward, mi querido hermano? Un hombre brillante, y esa pandilla de thugs le hundieron el cráneo, y no volvió a pronunciar una sola palabra en cuarenta años. No hubieras debido salir a cazar el tigre ese día, Edward. El tigre era el hindú que vio esa oportunidad de golpear y robar a un odiado inglés. Aunque también se lo hacía a su propio pueblo, si se le presentaba la oportunidad.

»¿Pero acaso eso importa ahora, Edward? Tu terrible herida debe estar curada, y debes poder hablar como antaño. Quizá no ahora, de todos modos. ¡Lázaro! Puede que tu cuerpo esté pudriéndose. Que no haya Jesús para ti. Ningún «Levántate y anda».

»¡Y mi madre! ¿Dónde estará ella? La cándida mujer que convenció a mi abuelo de que dejara al crápula del hermano de ella, su otro hijo, una buena parte de su fortuna. El abuelo cambió de opinión y decidió ir a ver a su abogado para arreglar las cosas de modo que yo recibiera ese dinero. Y cayó muerto antes de conseguir hablar con su abogado, y mi tío recibió la fortuna y se la gastó en los casinos de juego franceses. Y así yo no pude conseguir un destino decente en el ejército regular, y no pude financiar mis exploraciones como hubieran debido ser financiadas, y nunca llegué a ser lo que hubiera debido ser.

»¡Speke! ¡El innombrable Speke! ¡Me engañaste descubriendo las fuentes del Nilo, tú, rastrero incompetente, boñiga de camello enfermo! Regresaste furtivamente a Inglaterra tras prometerme que no anunciarías nuestros descubrimientos hasta que yo regresara, y mentiste acerca de mí. Pero pagaste por ello: te pegaste un tiro. Finalmente tu conciencia te ganó. Cómo lloré. Yo te apreciaba, Speke, aunque te odiara. ¡Cómo lloré!

»Pero si la casualidad nos pone de nuevo frente a frente... ¿qué ocurrirá? ¿Echarás a correr? Seguramente no poseerás el pervertido valor de tenderme tu mano para que la estreche. ¡Judas! ¿Tendría que besarte del mismo modo que Jesús besó al traidor?

¡Judas! No, ¡te daría una patada en el trasero que te elevaría casi hasta la cima de las montañas!

»La mordedura de las enfermedades africanas se había apoderado de mí. Pero me recuperé, ¡y fui yo quien descubrió las fuentes del Nilo! ¡No Speke, no la hiena, no el chacal Speke! Mis disculpas, hermana Hiena y hermano Chacal. Sólo sois animales, y

tenéis vuestra utilidad en el esquema de las cosas. Speke no merecía siquiera besaros vuestro hediondo orificio anal.

»¡Pero cómo lloré!

»Las fuentes del Nilo. Las fuentes del Río. Habiendo fracasado en descubrir unas,

¿fracasaré también en descubrir las otras?

»Mi madre nunca demostró hacia ninguno de nosotros, yo Edward, María, el menor afecto. Hubiera podido ser muy bien nuestra institutriz. No. Nuestras institutrices nos demostraron más amor, nos dedicaron más tiempo, que ella.

»Un hombre es lo que su madre hace de él.

»¡No! Hay algo en el alma que se eleva por encima de la falta de amor, que me conduce más y más hacia... ¿qué?

»Hacia ti, padre, si puedo llamarte así. No. No padre. Engendrador. Maldito asmático hipocondríaco egoísta malhumorado. Eterno autoexiliado y viajero. ¿Cuál era tu hogar? Una docena de países extranjeros. Ibas de aquí para allá buscando la riqueza que creías no tener. Y nosotros éramos arrastrados tras de ti. Ignorantes mujeres nuestras institutrices y borrachos curas irlandeses nuestros tutores. ¡Vete con tu asma a otro sitio, maldito seas! Pero ya no. Has sido curado por los desconocidos que hicieron este mundo.

¿Lo has sido? ¿No habrás encontrado alguna excusa para engañarte a ti mismo y deslizarte de nuevo en la hipocondría? Es tu alma, no tus pulmones, la que sufre de asma.

»Junto al lago Tanganika, Ujiji, la enfermedad me arrojó en manos de los demonios. En mi delirio me vi a mí mismo burlándome, parloteando, riéndome de mí. Despreciándome. Ese otro Burton que se burla de todo el mundo pero principalmente de sí mismo.

»Sin embargo la enfermedad no pudo detenerme, y seguí... seguí... aunque no entonces. Speke fue el que siguió, y él... él... ¡jaaa... jaaa...! Me río, y eso sobresalta a los guardianes y despierta a los durmientes. ¡Ríe, Burton, ríe, Payaso! Ese yanki del culo, Frigate, me dice que fui yo quien sigue siendo reconocido como el gran explorador, y que tu traición fue sabida por todos. ¡Yo, yo, no tú, tú el Innombrable! Yo he sido reivindicado, no tú.

»Mis infortunios empezaron por el hecho de no ser francés. De haberlo sido, no hubiera tenido que luchar contra los prejuicios ingleses, contra la rigidez inglesa, contra la estupidez inglesa. Yo... Pero no nací francés, aunque soy descendiente de un bastardo de Luis XIII. El Rey Sol. La sangre lo dirá.

»¡Qué estupidez! La Sangre de Burton, no la del Rey Sol, lo dirá.

»Viajé, incapaz de asentar mis pies en ningún sitio, por todo el mundo. Pero Omne solum -forti patria. Cada región es la patria de los fuertes. Yo fui el primer europeo en entrar en la sagrada y prohibida ciudad de Harar y salir con vida de aquel infernal agujero etíope. Yo fui quien realizó un peregrinaje a la Meca como Mirza Abdulla Bushiri y escribió el más famoso, detallado, y verídico libro acerca de ello, y que hubiera sido despedazado en caso de ser descubierto. Yo fui quien descubrió el lago Tanganika, Yo fui quien escribió el primer manual del uso de la bayoneta para el ejército británico. Yo fui...

»¿Por qué me cuento a mí mismo todas esas vanaglorias? No es lo que un hombre ha hecho lo que cuenta, sino lo que le queda por hacer.

»¡Ayesha! ¡Ayesha! ¡Mi belleza persa, mi auténtico primer amor! Hubiera renunciado al mundo, a mi ciudadanía británica, me hubiera convertido en un persa y hubiera vivido contigo hasta la muerte. ¡Fuiste tan vilmente asesinada, Ayesha! Te vengué, maté al envenenador con mis propias manos, asfixié la vida que había en él y enterré su cuerpo en el desierto. ¿Dónde estás tú, Ayesha?

»En algún lugar. Y si nos encontramos de nuevo... ¿qué ocurrirá? Aquel amor voraz es ahora un león muerto.

»Isabel. Mi esposa. La mujer... ¿la amé realmente alguna vez? Le tuve afecto. No el gran amor que sentía por Ayesha y que ahora siento aún por Alice. «Paga, haz las

maletas y sígueme», le decía cada vez que emprendía un nuevo viaje, y ella lo hacía, tan obedientemente y tan sin quejarse como una esclava. Yo era un héroe, su dios, decía, y ella se había establecido una lista de reglas de la perfecta esposa. Pero cuando me volví viejo y amargado, un descuidado fracaso, ella se convirtió en mi enfermera, mi cuidadora, mi guardiana, mi vigilante de la prisión.

»¿Qué ocurriría si la viera de nuevo, esa mujer que decía que nunca podría amar a ningún otro hombre ni en la Tierra ni en el Cielo? Pero este mundo no es el Cielo. ¿Qué haría yo? ¿Decirle: «Hola, Isabel, ha pasado mucho tiempo?»

»No, echaría a correr como el peor de los cobardes. Me escondería. Y sin embargo...

»Aquí está la entrada de la sala de máquinas. ¿Está Podebrad de guardia esta noche?

¿Y si lo está? No puedo enfrentarme a él hasta que alcancemos las fuentes.

»Por ahí viene una silueta, imprecisa en la bruma. ¿Es un agente de los Éticos? ¿O X, el renegado, emboscándose entre las nieblas? Siempre está aquí ahora, siempre lo están todos, tan elusivos como el concepto mismo del tiempo y la eternidad, sin materialidad ni sustancia.

»¿Quién hay ahí? debería gritar. Pero él... o ella... ha desaparecido.

»Mientras me hallaba en esa transición entre el sueño y el despertar, entre la muerte y la resurrección, vi a Dios.

»Me debes la carne dijo él, ese viejo gentleman barbudo vestido a la usanza de

1890, y en otro sueño me dijo: Paga.

»¿Pagar qué? ¿Cuál es el precio?

»No pregunté por la carne, no pedí volver a nacer. La carne, la vida, tenían que ser gratis.

»Hubiera debido detenerle. Hubiera debido preguntarle si un hombre posee el libre albedrío o todas sus acciones, y sus no acciones también, están determinadas. Si en el Entretejido del mundo está escrito ya que eso-y-aquello llegará a ese determinado lugar a las 10:32 de la mañana y partirá a las 10:40 por la vía 12. Si yo soy un tren en Sus líneas férreas, entonces no soy responsable de nada de lo que haga. El bien y el mal no son asunto mío. De hecho, no existen ni el bien ni el mal. Sin libre albedrío, no tienen razón de ser.

»Pero no pude detenerle. Y aunque lo hubiera conseguido, ¿hubiera comprendido Su explicación acerca de la muerte y la inmortalidad, del determinismo y del indeterminismo, de la determinación y la indeterminación?

»La mente humana no puede aprehender esos conceptos.

Pero si no puede es por culpa de Dios... si es que existe un Dios.

»Cuando estaba supervisando el área del Sind en la India, me convertí en un sufí, un Maestro Sufí. Pero observándolos en el Sind y en Egipto y viéndoles terminar proclamándose & sí mismos Dios, llegué a la conclusión de que el misticismo extremo era algo que estaba muy relacionado con la locura.

»Nur ed-Din el-Musafir, que es un sufí, dice que yo no comprendo. Uno, hay sufíes falsos y engañados, degenerados de esa gran disciplina. Dos, cuando un sufí dice que él es Dios, no lo dice literalmente. Está diciendo que es uno con Dios, aunque no Dios.

»¡Gran Dios! Penetraré en Su corazón, en el corazón del Misterio y de los misterios. Soy una espada viviente, pero estoy atacando con mi filo, no con mi punta. La punta es la más mortífera, no el filo. Desde ahora atacaré con la punta.

»Sin embargo, si no descubro mi camino a través del laberinto mágico, deberé buscar un hilo que seguir que me conduzca a la gran bestia que vive en su corazón. ¿Dónde está ese hilo? No Ariadna. Yo mismo deberé ser el hilo, y Ariadna, y Teseo. Porque yo soy...

¿por qué no pensé en eso antes?... yo soy el laberinto.

»No exactamente. Siempre hay un no exactamente. Pero en los asuntos humanos, y en los divinos, un blanco cercano es a veces tan bueno como un blanco directo. Cuanto más grande sea el obús, menos importa que no impacte en el centro mismo de la diana.

»Pero una espada no es buena a menos que esté bien equilibrada. Según me han dicho, y tengo al enciclopédico Frigate como autoridad en ello, muchos han afirmado que la Naturaleza se desenfrenó en mí, que yo no tenía uno sino treinta espléndidos talentos. Pero que yo no poseía ningún sentido del equilibrio ni de la dirección. Que era una orquesta sin director, una espléndida nave con un solo fallo: carecer de brújula. Como he dicho yo de mí mismo, soy un rayo de luz sin ningún foco.

»Si no puedo ser el primero en hacer algo, no lo hago.

»Es lo normal, lo perverso y lo salvaje que hay en los hombres, no la divinidad en su naturaleza, lo que me fascina.

»Que, aunque siempre fui profundamente instruido, jamás comprendí que la sabiduría tiene poco que ver con el conocimiento y la literatura, y nada que ver con el aprender.

»¡Estaban equivocados! ¡Si alguna vez tuvieron razón, ya no la tenían!

Burton erraba arriba y abajo, buscando no sabía el qué. Cruzó un corredor en penumbras e hizo una pausa junto a una puerta. Dentro tenía que estar Loghu, a menos que estuviera bailando en el gran salón, y Frigate. Estaban juntos de nuevo, tras pasar por dos o tres amantes cada uno en catorce años. Ella no había conseguido tolerarlo durante mucho tiempo, pero luego él había conseguido ganarla de nuevo aunque era posible que fuera el otro Frigate al que ella aún seguía amando, y ahora compartían la misma cabina. De nuevo.

Siguió adelante, viendo a una imprecisa figura débilmente silueteada a la luz junto a la salida. ¿X? ¿Otro que sufría insomnio? ¿El mismo?

Se detuvo fuera en el texas y observó a los guardias haciendo su ronda. ¿Alguna novedad? No, ninguna novedad.

Siguió caminando. ¿De dónde vienes?, se preguntó a sí mismo. De vagabundear de aquí para allá, no sobre este mundo gigantesco sino sobre este cosmos en miniatura del barco fluvial.

Alice estaba de nuevo en su cabina, después de haberlo abandonado hacía algo menos de catorce años y haber vuelto hacía doce. Esta vez, permanecerían juntos para siempre. Quizá. Pero se alegraba de su vuelta.

Surgió a la cubierta de aterrizaje y alzó la vista hacia la débil luz que emanaba de la sala de control. Su enorme reloj dejó oír catorce campanadas. Las dos de la madrugada.

Ya era hora para Burton de regresar a la cama e intentar conquistar de nuevo la ciudadela del sueño.

Alzó la vista hacia las estrellas y, mientras lo hacía, un frío soplo de viento procedente del norte barrió la bruma de la cubierta superior... momentáneamente. En algún lugar, allá al norte, estaba la Torre envuelta en las frías y grises nieblas. En su interior estaban, o habían estado, los Éticos, las entidades que creían que tenían el derecho de hacer alzarse a los muertos sin su permiso.

¿Tenían ellos las llaves de los misterios? No de todos los misterios, por supuesto. El misterio de ser uno mismo, de la creación, del espacio y del infinito, del tiempo y de la eternidad, puede que jamás fueran resueltos.

¿O lo serían?

¿Había en algún lugar, allá en la Torre o profundamente enterrada bajo la superficie del planeta, una máquina que convertía a lo metafísico en físico? ¿Podía el hombre manejar todo lo físico o si no podía era capaz al menos de conocer la autentica naturaleza de lo que hay más allá de la materia? Podía ser cualquiera de las dos cosas. El no conocía la auténtica naturaleza de la electricidad, pero la había esclavizado para sus propósitos.

Agitó un puño hacia el norte, y se fue a la cama. SECCIÓN 6 - En el «No Se Alquila»: el hilo de la razón