En el «No Se Alquila»: nuevos reclutas y pesadillas de Clemens (13)
Los ojos de de Marbot probaban que la maquinaria de la resurrección no siempre funcionaba perfectamente.
Jean Baptiste Antoine Marcelin, barón de Marbot, había nacido en 1782 con ojos marrones. Hasta mucho después del Día de la Resurrección no descubrió que habían cambiado de color. Fue cuando una mujer lo llamó Ojos Azules.
Sacre bleu! ¿Es eso cierto?
Se apresuró en busca de un espejo de mica que recientemente había comprado en un barco mercante la mica era rara, y vio su rostro por primera vez en diez años. Era un rostro alegre, rubicundo, con su chata nariz y su sonrisa siempre dispuesta y sus centelleantes ojos. Un rostro agraciado.
Pero los ojos eran azul pálido.
¡Merde!
Luego pasó al esperanto.
¡Si alguna vez tengo al alcance de mi espada a esas abominables abominaciones que me hicieron esto...!
Regresó echando humo a la mujer que vivía con él, y repitió su amenaza.
Pero si no tienes ninguna espada dijo ella.
¿Acaso siempre tienes que tomarme al pie de la letra? No importa. Tendré una algún día; tiene que haber hierro en algún lugar de este pedregoso planeta.
Aquella noche soñó en un pájaro gigante de rojizas plumas y pico de buitre que comía rocas y cagaba bolas de acero.
Pero no había pájaros en aquel mundo, y si hubieran habido no hubieran sido oiseaux de fer.
Ahora tenía armas de metal, un sable, un machete, una espada, un estilete, un cuchillo largo, un hacha, una lanza, pistolas, y un rifle. Era el brigadier general de los marines, y tenía la ambición de llegar a general. Pero odiaba la política, y no tenía interés ni habilidad en el deshonorable juego de la intriga. Además, sólo a través de la muerte de Ely S. Parker podía llegar a ser el general de la marinería del No Se Alquila, y eso lo hubiera entristecido. Le gustaba el jovial indio séneca. Casi todos los postpaleolíticos a bordo medían casi metro ochenta, algunos de ellos más incluso. Los paleolíticos tenían a hombres muy bajos entre ellos, pero esos, con sus masivos huesos y músculos, no necesitaban ser más altos. De Marbot era el pigmeo entre ellos, sólo metro sesenta, pero Sam Clemens lo adoraba y admiraba su alegría y su valor. A Sam también le gustaba oír las historias de las campañas de de Marbot y tener a su alrededor a personas que antiguamente habían sido generales, almirantes y hombres de estado.
La humildad es buena para ellos decía Sam, refiriéndose a la tripulación: doma su carácter. El francés es un comandante de primera clase, y me divierte verle dar órdenes a esos grandes monos que le rodean.
De Marbot era por supuesto capaz y lleno de experiencia. Tras unirse al ejército republicano de Francia cuando tenía diecisiete años, ascendió rápidamente al cargo de ayuda de campo del mariscal Augereau, al mando del VII Cuerpo en la guerra contra Prusia y Rusia desde 1806 a 1807. Luchó bajo las órdenes de Lannes y Masséna en la Guerra Peninsular, y participó en la campaña de Rusia en la guerra de 1812 y la terrible retirada desde Moscú, y, entre otras, en la campaña alemana de 1813. Fue herido once veces, gravemente en Hañau y Leipzig. Cuando Napoleón regresó de su exilio en Elba, promocionó a de Marbot a general de brigada, y de Marbot fue herido en la sangrienta batalla de Waterloo. De Marbot fue exiliado por el rey Borbón, pero regresó a su país natal en 1817. Tras servir bajo la monarquía juliana en el asedio de Amberes, fue recompensado algunos años más tarde siendo nombrado teniente general. De 1835 a
1840 participó en las expediciones argelinas, y a la edad de sesenta años fue herido por última vez. Se retiró tras la caída del rey Luis Felipe en 1848. Escribió sus memorias, que
encantaron tanto a Arthur Conan Doyle que lo utilizó como base para su personaje de ficción el brigadier Gerard. La principal diferencia entre el personaje literario y el real era que de Marbot era inteligente y receptivo, mientras que Gerard, aunque valeroso, no era muy brillante.
Cuando tenía setenta y dos años, el bravo soldado de Napoleón murió en la cama en
París.
Una buena medida del afecto que sentía Clemens hacia él era que le había contado todo acerca del Misterioso Extraño, el Etico renegado.
Aquel día el barco fluvial estaba anclado mientras Clemens entrevistaba a los voluntarios para cubrir varios puestos a bordo. Los horribles acontecimientos ocurridos tras el fallo de las piedras de la orilla derecha se hallaba a dos meses de distancia en el pasado, y el Río estaba ahora libre de hedores y restos de los cuerpos en descomposición.
De Marbot, enfundado en un casco de duraluminio rematado por una cresta de tiras de piel de pez endurecidas con cola y una coraza de duraluminio, con el aspecto de la idea popular de un guerrero troyano, caminaba arriba y abajo junto a la larga hilera de candidatos. Su trabajo era preentrevistarlos. De este modo, a veces podía eliminar a los no aptos y ahorrarle a su capitán tiempo y trabajo.
Hacia la mitad de la hilera vio a cuatro hombres que parecían conocerse muy bien entre sí. Se detuvo junto al primero, un hombre muy moreno, alto y musculoso, con unas enormes manos. El color de su piel y su pelo muy ondulado sólo podían significar que era un mulato, y lo era.
Ante la educada pregunta de de Marbot, dijo que su nombre era Thomas Million Turpin. Había nacido en Georgia allá por 1873 no estaba muy seguro del año, pero sus padres se habían trasladado a St. Louis, Missouri, cuando él era joven. Su padre regentaba el Dólar de Plata, una taberna en el barrio chino de la ciudad. En su juventud Tom y su hermano Charles habían comprado una participación en la Mina Cabezagrande cerca de Searchlight, Nebraska, y habían trabajado en ella, pero, tras dos años sin encontrar oro, habían vagabundeado por el Oeste durante un tiempo antes de regresar a St. Louis.
Turpin se había instalado en el Distrito y había trabajado como apagabroncas y tocando el piano, entre otras cosas. Allá por 1899 era el hombre más importante de la zona, controlando la música, el licor y el juego. Su Café Rosebud, el centro de su pequeño imperio, era famoso en toda la nación. En la planta baja era un bar-restaurante, y en los pisos un «hotel», una casa de citas.
Turpin, sin embargo, era más que un personaje influyente en su tiempo. Era, según sus propias afirmaciones, un gran pianista, aunque admitía que no era tan bueno como Louis Chauvin. Un adelantado de la música sincopada, era reputado como el padre del ragtime en St. Louis, y su «Harlem Rag», publicado en 1897, era la primera pieza de ragtime publicada por un negro. Había escrito la famosa «St. Louis Rag» para la apertura de la feria mundial de la ciudad, pero ésta había sido luego postpuesta. Murió en 1922, y desde que había despertado en el Mundo del Río había estado vagando por aquí y por allá.
He oído que tenéis un piano en vuestro barco dijo, sonriendo. Te aseguro que me gustaría poner mis manos sobre sus teclas.
Hay diez pianos dijo de Marbot. Toma esto. Le tendió a Turpin una varilla de madera de quince centímetros de largo grabada con las iniciales M. T.
Cuando llegues a la mesa, entrégale esto al capitán.
Sam se sentiría feliz. Le encantaba el ragtime, y en una ocasión había dicho que no podía encontrar suficientes intérpretes de música popular para su barco. Además, Turpin tenía un aspecto fuerte y capaz. Tenía que serlo para haber conseguido éxito en el barrio chino siendo casi negro.
El hombre detrás de él era un chino de aspecto alocado llamado Tai-Peng. Medía metro setenta y cinco de altura y poseía unos grandes y brillantes ojos verdes y un rostro demoníaco. Su pelo negro caía hasta su cintura, y llevaba tres flores de árbol de hierro prendidas en su coronilla. Proclamaban a grandes voces chillonas haber sido un gran espadachín, amante y poeta en su tiempo, que era el de la dinastía T'ang en el siglo viii d.C.
Fui uno de los Seis Holgazanes de la Corriente de Bambú y también uno de los Ocho Inmortales de la Copa de Vino. Puedo componer poesía sobre la marcha de mi turco nativo, en chino, en coreano, en inglés, en francés y en esperanto. Cuando llega el momento de hacer actuar la espada, soy tan rápido como un colibrí y tan mortífero como una víbora.
De Marbot se echó a reír y dijo que él no elegía a los reclutas. Pero le entregó al chino una varilla y se trasladó al hombre que estaba detrás de Tai-Peng.
Era un hombre bajo, aunque pese a ello más alto que de Marbot, de piel oscura, ojos negros, gordo, y con una prominente barriga a lo Buda. Sus párpados eran ligeramente epicánticos, y su nariz aquilina. Su hendida barbilla era masiva. Era, dijo, Ah Qaaq, y procedía de la costa oriental de un país que de Marbot llamaría México. Su gente había llamado la zona en la que vivía el País de la Lluvia. No sabía exactamente cuándo había vivido según el calendario cristiano, pero de sus charlas con gente instruida calculaba que debía haber sido allá por el año 1000 antes de Cristo. Su lengua nativa era el maya; era un ciudadano del pueblo que culturas posteriores habían llamado los olmecas.
Ah, sí dijo de Marbot. He oído hablar de los olmecas. Tenemos algunos hombres realmente instruidos en la mesa del capitán.
De Marbot sabía que los «olmecas» habían fundado la primera civilización en Mesoamérica, y que todas las demás civilizaciones de los tiempos precolombinos habían derivado de ella, los posteriores mayas, los toltecas, los aztecas, todos los demás. El hombre, si era un antiguo maya, no tenía la cabeza artificialmente aplastada y los ojos desviados tan comunes en ese pueblo. Pero de Marbot reflexionó que esos detalles, por supuesto, podían haber sido rectificados por los Éticos.
Eres una de esas rarezas, un hombre gordo dijo de Marbot. En el No Se Alquila llevamos una vida extremadamente activa, no hay lugar para los indolentes ni los glotones, y exigimos también que el candidato posea algo especial que lo cualifique.
Ah Qaaq dijo con voz chillona, aunque no tan chillona como la del chino:
El gato gordo puede parecer blando, pero es muy fuerte y muy rápido. Déjame demostrártelo.
Tomó el mango de su hacha de cabeza de pedernal, un palo de roble de casi medio metro de largo y cinco centímetros de grueso, y lo partió como si fuera un terrón de azúcar. Luego alzó la cabeza del hacha y la tendió al francés para que la sopesara.
Unos cuatro kilos, calculo dijo de Marbot.
¡Espera!
Ah Qaaq tomó la cabeza del hacha y la lanzó como si fuera una pelota de béisbol. Con los ojos muy abiertos, Marbot la contempló trazar un alto arco antes de caer lejos sobre la hierba.
Mon Dieu! ¡Nadie excepto el poderoso Miller sería capaz de lanzarla tan lejos! Te felicito, sinjoro. Toma esto.
También soy un excelente arquero, y muy bueno con el hacha dijo Ah Qaaq tranquilamente, No lamentarás tomarme a bordo.
El hombre detrás del olmeca era exactamente de su misma altura y tenía un cuadrado físico hercúleo. Incluso se parecía a Ah Qaaq en su nariz aguileña y su redonda y hendida mandíbula. Pero no era gordo, y aunque era casi tan moreno como él, no era amerindio. Su nombre, dijo, era Gilgamesh.
He luchado con Ah Qaaq dijo Gilgamesh. Ninguno de los dos ha podido derrotar al otro. Soy también excelente con el hacha y el arco.
¡Estupendo! Bien, mi capitán se sentirá complacido con tus historias sobre Sumeria, de las cuales estoy seguro estás lleno. Y yo también me sentiré complacido de tener a un rey y a un dios a bordo. He conocido a algunos reyes, aunque no me han gustado la mayor parte de ellos. En cuanto a los dioses, bien, eso es otra historia. ¡El capitán nunca se ha tropezado con un dios antes! ¡Aquí está, toma esto!
Siguió adelante, y cuando estuvo fuera de la vista y del oído del sumerio si lo era, se echó a reír hasta que terminó revolcándose por la hierba. Tras un rato se puso en pie, se secó las lágrimas, y reanudó su preexamen de los candidatos.
Los cuatro fueron aceptados, junto con otros seis. Cuando subieron por la pasarela a la cubierta de calderas, vieron a Monat el extraterrestre de pie junto a la barandilla, sus agudos ojos clavados en ellos. Se mostraron sorprendidos, pero de Marbot les dijo que siguieran adelante. Ya les explicaría más tarde todo acerca de la extraña criatura.
Los reclutas no se encontraron con Monat aquella tarde tal como estaba previsto. Dos mujeres se pelearon por un hombre y empezaron a dispararse la una a la otra. Antes de que la discusión quedara zanjada, una mujer estaba seriamente herida y la otra había saltado fuera del barco, su cilindro en una mano y una caja con sus posesiones en la otra. El hombre decidió irse también, puesto que prefería a la mujer que había empezado el tiroteo. El barco se detuvo, y se le permitió desembarcar. Sam se sintió tan alterado por todo aquello que pospuso las presentaciones en el gran salón hasta el día siguiente.
En algún momento de aquella noche, Monat Grrautut desapareció.
Nadie oyó ningún grito. Nadie vio nada sospechoso. El único indicio fue una mancha de sangre junto a la barandilla de la cubierta de paseo a popa, y podía haber sido un olvido de los equipos de limpieza después de las batallas junto a las piedras de la orilla izquierda.
Clemens sospechaba que alguno de los cuatro nuevos reclutas podía ser el responsable. Esos, sin embargo, afirmaron resueltamente que pasaron toda la noche durmiendo en sus cabinas, y nadie pudo aportar ninguna prueba que refutara sus afirmaciones.
Mientras Sam estudiaba el caso y deseaba haber tenido a Sherlock Holmes a bordo, el No Se Alquila siguió adelante. Tres días después de la desaparición de Monat, Cyrano de Bergerac hizo señales al barco para que lo recogiera. Sam maldijo cuando lo vio. Hubiera deseado pasar junto a Cyrano durante la noche, pero ahí estaba, y al menos una cincuentena de miembros de la tripulación lo habían visto también.
El francés subió a bordo sonriendo y besó rápidamente a sus amigos en las mejillas y a sus amigas prolongadamente en la boca. Cuando penetró en la sala de control, gritó:
¡Capitán! ¡Qué historia tengo para contar! Clemens, ceñudo, se dio a todos los diablos.