Lentamente, mayestáticamente, el Parseval avanzaba por encima del abismo. Su morro alzado, sus propulsores en ángulo agudo. El viento que brotaba por el agujero se desviaba hacia abajo al golpear contra el borde superior del cañón, y el dirigible tenía que evitar ser dominado por la corriente descendente. Cyrano tenía que calcular exactamente el impulso, manteniendo la aeronave a la misma altitud, apuntada hacia el centro del orificio en forma de arco. Un ligero error podía dar como resultado que la gran nave se estrellase contra el borde del cañón y se partiera en dos.
Jill pensaba que, si ella fuera el capitán, no hubiera corrido el riesgo de entrar por allí. Hubiera sido mejor rodear la montaña, buscando alguna otra entrada. Sin embargo, eso significaba usar mucho más combustible. Luchando contra aquellos fuertes vientos, los motores ya debían estar quemando el suficiente combustible como para comprometer su regreso a Parolando. Quizá la nave no pudiera alcanzar nunca ni siquiera al Mark Twain.
Cyrano estaba sudando, pero sus ojos brillaban y su expresión era tensa. Si estuviera asustado no tendría ese aspecto. Jill tenía que admitirse que, después de todo, era el mejor en una situación así. Sus reflejos eran los más rápidos, y el pánico no lo inmovilizaría. Para él, aquello debía parecerse mucho a un duelo con espadas. El viento atacaba; él paraba el ataque; el viento contraatacaba; el contraparaba.
Ahora estaban metiéndose en las espesas nubes que brotaban del agujero. De pronto, estuvieron al otro lado.
Aunque seguían cegados por la niebla, podían ver las señales del radar. Ante ellos había un mar, a un kilómetro por debajo. A su alrededor estaba el gran círculo de la montaña. Y al frente, en el centro del mar, a cincuenta kilómetros de distancia, había un objeto que se alzaba enormemente sobre el agua, aunque las montañas que lo rodeaban lo hacían parecer enano.
Cyrano, observando el tubo de rayos catódicos del panel, dijo:
¡Admirad la Torre!
El operador del radar, sentado ante su equipo en el lado de babor, confirmó su existencia.
Firebrass ordenó que el dirigible ascendiera a tres mil metros. Los propulsores no podían dar todo su empuje para elevar rápidamente el aparato porque tenían que luchar con los vientos.
Sin embargo, mientras ascendían, observaron que el viento disminuía. Cuando la nave hubo alcanzado la altitud deseada, pudo avanzar casi horizontalmente. Ahora su velocidad estimada con respecto al suelo era de unos ochenta kilómetros a la hora. A medida que se acercaban a la Torre, fueron ganando velocidad.
El cielo era ahora más brillante que en el crepúsculo, iluminado a la vez por el débil sol y los racimos de masas estelares.
Ahora los radares podían barrer todo el mar y alcanzar la cima de la pared más distante. La masa de agua casi circular tenía casi cien kilómetros de anchura. La pared opuesta se alzaba a la misma altura que la que tenían más cerca.
¡La Torre! estalló Firebrass. ¡Tiene casi dos kilómetros de alto! ¡Y dieciséis de ancho!
Hubo una interrupción. El ingeniero jefe, Hakkonen, informó que se estaba formando hielo en el casco. Esto no ocurría sin embargo en las ventanas de la sala de control, puesto que estaban hechas de plástico resistente al hielo.
Desciende a mil quinientos metros, Cyrano dijo Firebrass. El aire es más cálido allí. El Río, entrando en el mar, seguía arrastrando consigo mucho calor después de su
paso por las regiones árticas. Las aguas desprendían parte de este calor, de modo que la temperatura a mil quinientos metros era de dos grados sobre cero. Pero, a mayor altitud, el aire saturado de humedad se convertía en una trampa de hielo.
Mientras el dirigible perdía altura, el operador del radar informó que la cara interior de las montañas no era tan lisa como la exterior. Había innumerables orificios y salientes, como si los creadores de la montaña no hubieran considerado necesario pulimentar el interior.
La estrecha cornisa descrita por Joe Miller había sido detectada por el radar. Conducía desde la cima de la montaña hasta el fondo. Había otra estrecha cornisa que proseguía casi al nivel del mar, terminando en una abertura de unos tres metros de ancho por dos de alto.
Nadie hizo ningún comentario al respecto. Pero Jill se preguntó en voz alta por qué habría sido practicado el gran orificio por el cual había penetrado el dirigible.
Quizá esté destinado a sus naves aéreas, si poseen alguna dijo Firebrass. Podría ser usado para evitar el tener que sobrevolar la montaña.
Aquella parecía una razón tan buena como cualquier otra. Quizá dijo Piscator. De todos modos, el destello de luz que tanto sorprendió a Joe Miller no pudo provenir de los rayos del sol pasando a través del orificio. En primer lugar, el agujero está siempre cegado por ese flujo de nubes. En segundo lugar, aunque los rayos del sol hubieran pasado a través de él, no hubieran podido iluminar la cima de la Torre. Joe dijo que la niebla se despejó momentáneamente. Pero ni siquiera así hubieran podido los rayos alcanzar la parte superior de la Torre. Y aunque lo hubieran hecho, él no estaba en línea recta con los rayos y la Torre. Observaréis que la cornisa no avanza lo suficiente como para situarse en alineación.
Quizá ese rayo de luz procediera realmente de la nave que vio un minuto más tarde dijo Firebrass. Estaba descendiendo, y quizá sus motores tuvieran que emitir algún tipo de energía, en alguna forma, para comprobar su velocidad de descenso. Joe pensó que eran los rayos del sol.
Es posible dijo Cyrano. O quizá la luz era una señal de la Torre. De todos modos, si bien la Torre es lo suficientemente grande como para ser vista por Joe, y éste se hallaba en un punto elevado en esa cornisa como para ver un objeto situado a cincuenta kilómetros de distancia, ¿cómo pudo ver un objeto mucho más pequeño, el aparato aéreo?
Quizá no fuera tan pequeño dijo Firebrass.
Guardaron silencio durante un momento. Jill intentó calcular el tamaño de una aeronave que pudiera ser vista a esa distancia. No podía decirlo con exactitud, pero pensó que al menos debería tener un kilómetro de diámetro.
Prefiero no pensar en eso dijo Cyrano.
Firebrass le ordenó que hiciera dar al dirigible una vuelta en torno al mar. El radar indicaba que los lados de la torre circular eran lisos y sin aberturas, excepto algunos orificios a unos doscientos cincuenta metros por debajo de la cima.
Había una diferencia entre la altura exterior de la Torre y la interior. Dentro, bajo unas paredes de doscientos cincuenta metros de altura, estaba la lisa superficie de un campo de aterrizaje de unos dieciséis kilómetros de anchura.
Esas aberturas al fondo de la pared están ligeramente más abajo que el centro dijo
Firebrass. Deben ser para que la humedad pueda salir por los orificios.
Lo más interesante, sin embargo, era la única protuberancia en el «campo de aterrizaje». Estaba situada en un extremo, al sur todas las direcciones desde el centro de la Torre eran el sur, y era una semiesfera con un diámetro de dieciséis metros y una altura de ocho.
Si no es una entrada, me como mi taparrabo dijo Firebrass. Agitó la cabeza. Sam se sentirá decepcionado cuando oiga esto. No hay forma de que nadie pueda penetrar en la Torre excepto por el aire.
Aún no estamos dentro murmuró Piscator.
¿Eh? Sí, lo sé. Pero no vamos a dejarlo ahora. Escuchad, todo el mundo. Sam ordenó que efectuáramos tan sólo un viaje de exploración. Creo que intentar penetrar en esta Torre entra dentro de la definición de explorar.
Firebrass estaba siempre dinámico, pero ahora todo su cuerpo parecía temblar y su rostro estaba iluminado como si todos sus nervios se hubieran convertido repentinamente en transmisores de luz. Incluso su voz temblaba por la excitación.
Debe haber armas defensivas, manuales o automáticas, ahí abajo. La única forma de descubrirlo es probar. Pero no deseo arriesgar la nave más de lo necesario.
»Jill, voy a ir ahí abajo con un pequeño grupo en un helicóptero. Tú te quedarás a cargo de la nave, es decir serás el capitán, aunque sólo sea por poco tiempo. Pase lo que pase, habrás cumplido con tu ambición.
»Mantendrás la nave a unos mil metros encima de la parte alta de la Torre y a unos mil metros de distancia de ella. Si a nosotros nos ocurriera cualquier cosa, regresarás con el dirigible junto a Sam. Es una orden.
»Si veo algo sospechoso, daré la alarma. Entonces te marcharás inmediatamente y dejarás que yo me las arregle como pueda. ¿Comprendido?
Sí, señor dijo Jill.
Si ese domo es una entrada, puede que tenga un sistema mecánico o electrónico de Sésamo Ábrete. Puede que no. No creo que ellos piensen que podemos llegar desde aquí arriba. No creo que haya nadie dentro. O quizá si, y simplemente estén esperando a ver lo que hacemos antes de entrar en acción. Esperemos que no.
Me gustaría ir contigo, capitán dijo Cyrano.
Tú te quedarás aquí. Eres nuestro mejor piloto. Vendrás tú, Anna, y Haldorson, que puede pilotar un helicóptero, y también Metzing, Arduino, Chong, y Singh. Es decir, si se ofrecen voluntarios.
Obrenova telefoneó a los otros en sus puestos, y respondieron que se presentaban más que voluntarios.
Firebrass informó a la tripulación de los descubrimientos del radar a través del sistema general de transmisiones. Les explicó también que un grupo iba a aterrizar sobre la Torre dentro de poco.
Apenas había terminado cuando recibió una llamada de Thorn. Firebrass escuchó durante un minuto, luego dijo:
No, Barry, tengo ya suficientes voluntarios. Colgó el teléfono.
Thorn estaba muy ansioso por venir conmigo dijo a los demás. Parecía muy decepcionado cuando le dije que no. No creí que esto fuera tan importante para él.
Jill telefoneó a la sección del hangar y le dijo a Szentes, el oficial jefe de mantenimiento, que preparara el helicóptero numero 1.
Firebrass estrechó la mano de todo el mundo en la sala de control excepto Jill. Le dio un fuerte abrazo. Ella no estuvo segura de si le gustó. Parecía tan poco oficial, y además era tan parecido a un abrazo de adiós. ¿Tenía Firebrass alguna duda acerca de las posibilidades de retorno? ¿O simplemente ella estaba proyectando sus propias ansiedades sobre él?
Fuera cual fuese la verdad, se veía sometida a conflictivas emociones. Le molestaba que la tratara de forma distinta a los demás, aunque se sentía reconfortada de que se mostrara especialmente afectuoso con ella. Era extraño que no sufriera ninguna úlcera: estaba abocada a tantos y tan frecuentes sentimientos contradictorios. Pero nunca había oído de nadie que sufriera de úlceras en este mundo. Las tensiones mentales y nerviosas parecían manifestarse únicamente en sus formas psíquicas. Sus alucinaciones, por ejemplo.
Un momento más tarde, ella ya no era la única excepción. Cyrano le había pedido a Piscator que ocupara su puesto por un minuto. Luego se había levantado y había abrazado al capitán, mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas.
¡Mi querido amigo, no debes mostrarte tan triste! ¡Puede haber peligro ahí, pero no hay por qué tener miedo! ¡Yo, Savinien de Cyrano de Bergerac, estaré a tu lado!
Firebrass se soltó, palmeó al francés en el hombro, y se echó a reír.
¡Hey, no quiero que nadie piense que algo puede ir mal! ¡No estaba diciendo adiós, sino hasta pronto! ¡Infiernos! ¿Acaso no puedo...? Oh, está bien! No, Cyrano, vuelve a tu puesto.
Sonrió, sus dientes muy blancos en su oscuro rostro, y les hizo un gesto con la mano.
¡Hasta pronto!
Anna Obrenova, con aspecto muy pensativo, le siguió. Metzing, con expresión muy grave y teutónica, salió tras ella.
Jill dio órdenes inmediatamente para que la nave se colocara en la posición que Firebrass había ordenado. El Parseval empezó a descender en círculo. Cuando se hubo hundido en la niebla, sus focos fueron conectados. Aunque potentes, sólo podían penetrar unos ciento cincuenta metros. El dirigible tomó posición, inmovilizándose en su lugar, su morro apuntando al viento, su velocidad exactamente compensada con la fuerza del viento. Cuatro túneles de luz se sumergían en la niebla, pero no mostraban nada excepto nubes de color gris oscuro. La torre estaba delante y más abajo, invisible, aunque parecía radiar una ominosidad vacía, seudópodos que se extendían para aferrar la nave.
Nadie habló. Cyrano prendió un puro. Piscator se inmovilizó detrás del operador del radar y observó los barridos de los osciloscopios. El radio operador estaba pendiente de sus diales, recorriendo todo el espectro de frecuencias. Jill se preguntó qué era exactamente lo que esperaba encontrar.
Tras lo que parecía una hora pero eran tan sólo quince minutos, Szentes llamó a la capitana pro tempore. La compuerta inferior estaba abierta, el helicóptero estaba con los motores calentados, listo para despegar en un minuto.
Szentes parecía preocupado.
Hay un pequeño problema, Miz Gulbirra, y por eso la he llamado antes del despegue. Thorn apareció e intentó discutir con el capitán para que lo llevara con él. El capitán le dijo que volviera a su puesto.
¿Lo hizo?
Sí, señor. El capitán me dijo que la llamara a usted para que se asegurara. Thorn no puede haber tenido tiempo todavía de regresar a la sección de cola.
Muy bien, Szentes. Me encargaré de ello.
Cortó la comunicación, y maldijo en voz baja. Allí estaba, comandante de la nave desde hacía tan sólo quince minutos, y enfrentada ya a un problema disciplinario. ¿Qué demonios le ocurría a Thorn?
Sólo había una cosa que hacer. Si ignoraba el comportamiento de Thorn, podía perder el control de la nave, el respeto de la tripulación.
Telefoneó a la sala de control auxiliar en la parte inferior la estructura de cola. Salomo
Coppename, un surinamés, segundo oficial de cola, respondió.
Arreste al señor Thorn. Haga que lo conduzcan a su cabina bajo guardia, y asegúrese de que queda una guardia montada ante su puerta.
Coppename debió preguntarse qué ocurría, pero no hizo ninguna pregunta.
Y llámeme tan pronto como esté allí.
Sí, señor.
Una luz roja en el panel de control dejó de parpadear. La compuerta inferior acababa de ser cerrada. El radar captó el blip del helicóptero N° 1 descendiendo en dirección a la cima de la Torre.
Una voz surgió de pronto por la radio.
Aquí Firebrass.
Le captamos claro y definido dijo el radio operador.
Estupendo. Nuestra audición es también de cinco sobre cinco. Estoy disponiéndome a aterrizar a un centenar de metros del domo. Nuestro radar funciona perfectamente, de modo que no debe de haber ningún problema. Espero que la pared bloquee la mayor parte del viento cuando aterricemos. Jill, ¿estás ahí?
Sí, capitán.
¿Qué has hecho con Thorn?
Jill se lo contó, y Firebrass aprobó.
Eso es lo que yo hubiera hecho. Le preguntaré por qué estaba tan ansioso de venir con nosotros cuando vuelva. Si... si no vuelvo, por alguna razón, interrógalo tú. Pero manténlo bajo guardia hasta que este asunto de la Torre haya terminado.
Jill ordenó a Aukuso que conectara la radio con el sistema general de comunicación. No había razón alguna para que todo el mundo no pudiera escuchar.
Ahora estamos descendiendo. El viento es más débil ahora. Jill, yo...
¡La compuerta inferior se está abriendo! Exclamó Cyrano. Señaló con el dedo a una parpadeante luz roja en el panel.
Mon Dieu!
Volvió a señalar, esta vez hacia el parabrisas de la sala de control.
No era necesario. Todo el mundo en la sala de control pudo ver la llameante bola que había aparecido repentinamente en el oscuro grisor.
Jill gimió.
¡Capitán! dijo Aukuso a voz en grito. ¡Vuelva, capitán! No hubo respuesta.