Caminó hasta el Río y se metió en él, limpiándose el sudor. Luego trotó a lo largo de la orilla (no se permitía construir cabañas dentro de un límite de treinta metros) hasta la zona portuaria. Vagó por allí hasta la hora de la cena, hablando con algunos amigos. Mientras tanto, observaba a los dos hombres del Abigarrado. Seguían entrevistando aún a la gente, aunque lubricaban sus gargantas con frecuentes libaciones. ¿Iba a acabarse la cola alguna vez?
Justo antes de la hora de la cena, Farrington se puso en pie y anunció en voz alta que no iba a tomar más solicitudes. Los que estaban aún en la cola protestaron, pero él dijo que ya tenía bastante.
En aquel momento el jefe de Ruritania, el «Barón» Thomas Bullitt, apareció con sus consejeros. Bullitt había gozado de una cierta fama en su tiempo. En 1775 había explorado las cataratas del río Ohio, en la zona donde después se levantaría Louisville, Kentucky. Comisionado por la universidad William and Mary de Virginia, había cartografiado la zona. Y luego había desaparecido de la historia. Su ayuda de campo, Paulus Buys, un holandés del siglo XVI, iba con él. Ambos invitaron a la tripulación del Abigarrado a una fiesta en su honor aquella noche. La razón principal de la invitación era oír las aventuras del barco. Los habitantes del Río gozaban con la charla y los relatos excitantes, puesto que sus diversiones eran limitadas.
Farrington aceptó, pero dijo que seis de los miembros de su tripulación deberían quedarse en la nave como guardias. Frigate siguió a los hombres hasta una gran zona techada, el Auditorio de la Ciudad. Antorchas y fogatas disipaban la oscuridad, y una orquesta tocaba mientras empezaba la variedad local de la contradanza. Frisco y Tex permanecieron por allá unos momentos, hablando con los prohombres de la ciudad y sus esposas y amigos íntimos. Frigate, como miembro del populacho, no fue admitido en el círculo sagrado. Sabía, sin embargo, que la celebración iba a hacerse mucho menos formal un poco más tarde. Mientras aguardaba en la cola para recibir el litro de alcohol puro gratuito que se concedía por persona en tales celebraciones, se le unió su compañera de cabaña.
Eve Bellington le hizo una seña y luego se colocó en la cola doce personas tras él. Era alta, maciza, con pelo negro y ojos azules, un melocotón de Georgia. Nacida en 1850, había muerto dos días antes de cumplir los ciento un años. Su padre era un rico plantador de algodón con una distinguida hoja de servicios como mayor en la caballería confederada. La plantación Bellington fue incendiada durante la marcha de Sherman a través de Georgia, y los Bellington se habían encontrado arruinados. Su padre marchó entonces a California, donde encontró el suficiente oro como para comprar una parte de una firma naviera.
Eve se había alegrado de ser rica de nuevo, pero pese a todo no perdonó a su padre el haberlas abandonado a su madre y a ella, dejándolas a sus propios recursos durante la ocupación y los primero días de la Reconstrucción.
Durante la ausencia de su padre, Eve y su madre habían vivido con el hermano de su padre, un apuesto hombre que sólo tenía diez años más que Eve. La había violado (sin demasiada resistencia por parte de ella, había admitido Eve) cuando tenía quince años. Cuando su madre descubrió que su hija estaba embarazada, había disparado contra su tío a las piernas y a los genitales. Sobrevivió unos cuantos años como un eunuco inválido en prisión.
Entonces la señora Bellington se trasladó a Richmond, Virginia, donde su esposo se reunió con ellas. El hijo de Eve y su tío creció alto y apuesto, y adorado por su madre. Tras una furiosa pelea con su tío abuelo, se marchó de casa para probar fortuna en el Oeste. Una carta de Silver City, Colorado, fue lo último que Eve supo de él. Desapareció en algún lugar de las montañas Rocosas, según el informe enviado por un detective.
La madre de Eve había muerto en un incendio, y su padre de un ataque al corazón mientras intentaba rescatar a su madre. El primer marido de Eve murió de cólera poco después, y antes de cumplir los cincuenta años había perdido otros dos maridos y seis de sus diez hijos.
Su vida había sido la de una heroína de una novela en la cual hubieran colaborado Margaret Mitchell y Tennessee Williams, le dijo Pete. A ella no pareció gustarle mucho la observación.
Tras más de treinta años en el Mundo del Río, Eve había conseguido vencer sus prejuicios hacia los negros y su odio hacia los chaquetas azules. Incluso había llegado a enamorarse de un yankee. Peter nunca le dijo que su bisabuelo había servido en un regimiento de Indiana que había participado en la «vergonzosa» marcha con Sherman. No deseaba enfriar su afecto.
Peter avanzó en la cola y recibió el alcohol en su bol de tierra cocida. Mezcló una parte de alcohol con tres partes de agua en un recipiente de bambú y retrocedió para hablar con Eve, que seguía aún en la cola. Le preguntó dónde había estado todo el día. Ella respondió que había estado paseando por ahí, pensando.
El no le preguntó en qué había estado pensando. Lo sabia. Ella estaba intentando encontrar un modo de romper sus relaciones de una forma que no fuera demasiado dolorosa. Llevaban alejándose el uno del otro desde hacía meses, mientras su amor se enfriaba irremediablemente. Peter también había estado pensando sobre eso. Pero los dos esperaban a que el otro tomara la iniciativa.
Peter dijo que la vería más tarde, y empujó entre la ruidosa multitud hacia Farrington. Rider estaba en la pista de baile, girando y gritando con la mujer de Bullitt.
Peter aguardó hasta que el capitán terminara de contar una de sus aventuras en el Yukon en 1899, en plena fiebre del oro. La historia de Farrington, que implicaba la pérdida de algunos de sus dedos a causa del escorbuto, se convirtió de algún modo en una experiencia hilarante.
Señor Farrington dijo Peter, ¿ha tomado usted ya su decisión?
Farrington hizo una pausa, con la boca abierta ya para empezar otra historia. Sus enrojecidos ojos parpadearon.
¡Oh, sí! dijo. Usted es... este... hummm... Frigate, ¿no? Peter Frigate. Ese que había leído tanto. Sí, Tom y yo hemos tomado nuestra decisión. Anunciaremos nuestra elección en algún momento de la fiesta.
Espero ser yo dijo Peter. Realmente deseo ir con ustedes.
El entusiasmo es algo que tiene gran importancia dijo Farrington. La experiencia aún cuenta más. Ponga las dos cosas juntas, y tendremos un auténtico marinero.
Peter inspiró profundamente y se lanzó de cabeza.
Esta incertidumbre me está matando. ¿Puede al menos decirme si he sido eliminado? Si lo he sido, podré ahogar mi pena.
Farrington sonrió.
¿Realmente significa tanto para usted? ¿Por qué?
Bien, deseo llegar hasta el final del Río. Farrington enarcó las cejas.
¿Ah, sí? ¿Espera hallar allí la respuesta a todas sus preguntas?
No deseo millones, deseo respuestas a mis preguntas dijo Peter. Es una cita de un personaje de Los hermanos Karamazov, de Dostoievski.
El rostro de Farrington se iluminó.
¡Eso sí que es grande! He oído hablar de Dostoievski, pero nunca he tenido la suerte de leerlo. No creo que hubiera ninguna traducción de sus obras al inglés en mi época. Al menos, nunca encontré ninguna.
Nietzsche admitió que había aprendido mucho acerca de psicología leyendo a los escritores rusos dijo Peter.
Nietzsche, ¿eh? ¿Lo conoce usted bien?
Lo he leído en inglés y en alemán. Fue un gran poeta, el único filósofo alemán que podía escribir en una prosa que no era indigesta. Bueno, eso no es justo, Schopenhauer podía escribir cosas que no te dejaban dormir y te llevaban incluso hasta el ataque de nervios en tu deseo por llegar al final de la frase. De todos modos, no estoy de acuerdo con el concepto del Ubermensch de Nietzsche. El hombre es una cuerda tendida sobre el abismo que separa al animal del superhombre. Quizá no sea esta la cita exacta; hace tanto tiempo desde que leí por última vez Así hablaba Zarathustra.
»De todos modos, sí creo que el hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre. Pero el superhombre en el que estoy pensando no es el de Nietzsche. El auténtico superhombre, hombre o mujer, es la persona que consigue librarse por sí mismo de todos los prejuicios, neurosis y psicosis, que se da cuenta de todo su potencial como ser humano, que actúa naturalmente sobre las bases de la bondad, la compasión y el amor, que piensa por sí mismo y se niega a seguir a la manada. Ese es el genuino superhombre con el que estoy compenetrado.
»Ahora, tome usted el concepto nietzschiano de superhombre tal como nos lo presenta
Jack London en su novela El lobo de mar.
Peter hizo una pausa, y luego preguntó:
¿La ha leído? Farrington sonrió.
Varias veces. ¿Qué opina de Lobo Larsen?
Creo que es más superhombre el de London que el de Nietzsche. Era la idea que tenía London de cómo debía ser el superhombre. Nietzsche se hubiera sentido abrumado por la brutalidad de Larsen. Sin embargo, London lo hace morir de un tumor cerebral. Y supongo que London quería mostrar con ello que hay algo inherentemente corrompido en el Larsen superhombre. Quizá eso es lo que quería transmitirle al lector. Si lo hizo, pasó por encima de las cabezas de los críticos literarios sin que ninguno se apercibiera de ello. Nunca comprendieron el significado de la forma de morir de Larsen. También creo que London estaba mostrando igualmente que el hombre, incluso el superhombre, tiene sus raíces en su naturaleza animal. Forma parte de la Naturaleza, y no importa cuáles sean sus realizaciones mentales, no importa cuánto desafíe a la Naturaleza, no puede escapar a los hechos físicos. Es un animal, y por ello está sujeto a las enfermedades, como el tumor cerebral. Así caen los poderosos.
»Pero creo que Lobo Larsen era también, en algunos aspectos, lo que Jack London hubiera deseado ser. London vivía en un mundo brutal, y pensaba que se tenía que ser un superbruto para sobrevivir. Sin embargo, London poseía empatía; sabía que tenía que pertenecer al pueblo del abismo. Pensaba que las masas podrían encontrar alivio a sus
sufrimientos, y realizar su potencial humano, a través del socialismo. Luchó por ello a lo largo de toda su vida. Al mismo tiempo, era un poderoso individualista. Esto entraba en conflicto con su socialismo, y cuando esto ocurrió, sus creencias socialistas perdiera la batalla. No era ninguna Emma Goldman.
»De hecho, su hija Joan lo criticó por eso en su estudio di su vida.
No lo conozco dijo Farrington. Debió ser escrito después de que yo muriera. ¿Sabe usted algo más sobre ella, que le ocurrió tras la muerte de London, cómo murió?
Conocí a un intelectual en Londres que la conoció muy bien dijo Peter.
En realidad, el intelectual sólo había mantenido una breve correspondencia con ella y se habían encontrado una vez. Peter no le importaba exagerar las cosas si eso podía abrirle entrada al barco.
Fue una socialista muy activa. Murió en 1971, creo. Su libro sobre su padre era muy objetivo, especialmente teniendo en cuenta que él se había divorciado de su madre para unirse otra mujer más joven.
»De todos modos, creo que London deseaba ser un Lobo Larsen porque eso le hubiera proporcionado una cierta insensibilidad a las desgracias de aquel mundo. Un hombre que no sufre por los demás no puede hacerse daño a sí mismo. A menos, él lo creía así. En realidad, aún se hacía más daño.
»London puede que se diera cuenta de esto y, de hecho, intentó incluir esa idea en sus libros. Al mismo tiempo, deseaba ser un Larsen, incluso aunque eso significara helarse por dentro, es decir, convertirse en un superbruto. Pero los escritores poseen contracorrientes en su mar psíquico, como todos los seres humanos. Es por eso por lo que, cuando los críticos han terminado con ellos, los grandes escritores siguen siendo un enigma. Cuando los cielos estén colgados y los océanos ahogados, el único secreto seguirá siendo el hombre.
¡Me gusta eso! exclamó Farrington. ¿Quién lo escribió?
E. E. Cummings. Otra de sus frases que es mi favorita ¡Escuchad! Hay un universo endiabladamente bueno aquí lado... ¡vayamos a él!
Peter pensó que quizá se estaba pasando un poco. Farrington, sin embargo, parecía estar disfrutando.
Una vez Frigate estuviera en el barco, podría plantear temas que quizá irritaran e incluso encolerizaran a Farrington. Por ejemplo, el conocimiento que tenía el hombre de Nietzsche provenía principalmente de conversaciones con un amiga: StrawnHamilton. Aparentemente había intentado en algunas ocasiones leer al filósofo en inglés. Pero se había sentido tan cautivado por las frases poéticas y los slogans que no habla entrado en la auténtica filosofía. Había tomado de Nietzsche lo que le había gustado y había ignorado el resto... como había hecho Hitler. Aunque esto no quería decir que Farrington fuera un Hitler.
¿Qué era lo que su hija había dicho? «Los alegres efímeros...» «el Superhombre...»
«¡viven peligrosamente!... son más potentes que el vino».
En cuanto a los conocimientos de Farrington sobre el socialismo, no había leído nada de Marx excepto El manifiesto comunista. Pero, como su hija había dicho, ignorar a Marx era una práctica común entre los socialistas americanos de entonces.
Había muchas otras cosas que discutir... y que desdeñar. London había deseado el socialismo sólo en beneficio de los pueblos germánicos. Creía firmemente que los hombres eran superiores a las mujeres. Que la fuerza creaba el derecho. Y no era, en un cierto sentido de la palabra, un auténtico artista. Escribía sólo por dinero, y si hubiera tenido suficiente dinero hubiera dejado de escribir. Al menos había proclamado que lo haría. Frigate lo dudaba. Cuando se es escritor una vez, se es siempre.
Bien dijo Peter, se diga lo que se diga contra London, probablemente Fred Lewis Patton tuvo la última palabra. Dijo que era fácil criticarlo, fácil deplorarlo, pero imposible evitarlo.
A Farrington aquello le gustó aún más. Pero dijo:
Ya basta de London, aunque me gustaría encontrarme con él algún día. Escuche. Su idea del superhombre suena como la del hombre ideal de la Iglesia de la Segunda Oportunidad. Incluso suena más como la de uno de los miembros de mi tripulación, ya sabe, el pequeño árabe, aunque realmente no es un árabe. Es un moro español, nacido en el siglo XII después de Cristo. Sin embargo, no pertenece a la Iglesia de la Segunda Oportunidad.
Había señalado con el dedo a un hombre que Frigate había visto entre la tripulación del Abigarrado. Estaba de pie en el Centro de un circulo de ruritanos, con un vaso y un cigarrillo entre sus manos. Parecía estar diciendo algo divertido; al menos los que permanecían a su alrededor se estaban riendo. Mediría metro sesenta de altura y era delgado aunque parecía correoso, y exhibía una gran nariz. Se parecía a un joven Jimmy Durante.
Nureddin elMusafir dijo Farrington. Nur para abreviar.
En árabe significa LuzdelaFe elViajero dijo Frigate.
¿Conoce el árabe? dijo Farrington. Nunca he podido aprender ningún idioma extranjero excepto el Esperanto.
Aprendí muchas palabras de las Mil y una noches de Burton. Hizo una pausa.
Bien, ¿qué me dice? ¿Estoy eliminado?
Sí y no dijo Farrington. Se echó a reír ante la expresión desconcertada de Frigate, y le dio una palmada en el hombro. ¿Puede mantener la boca cerrada?
Como un monje trapense.
Bien, entonces se lo diré, Pete. Tom y yo habíamos elegido a ese enorme polinesio que hay allí. Indicó a Maui, un gigantesco originario de las islas Marquesas, que parecía real mente un polinesio con sus toallas blancas en torno a su cintura y la enorme flor blanca clavada en su denso, rizado negro pelo. Fue contramaestre en un ballenero y luego arponero durante treinta años. Da la impresión de ser una máquina de matar en una pelea. Tom y yo convinimos que era con mucho el más cualificado. Pero no sabe nada de libros, y yo necesito gente instruida a mi alrededor. Puede que suene snob, pero así es.
»Le diré una cosa. He cambiado de opinión. Queda usted enrolado... en lo que a mí respecta. ¡No, espere un minuto! No se ponga tan alegre. Tengo que hablar con Tom de esto. Espere. Volveré enseguida.
Se metió entre los bailarines, tomó a Rider de la mano, y se lo llevó entre protestas hacia un lado. Peter los observó mientras hablaban, Rider miró hacia él varias veces, pero no parecía estar discutiendo.
Peter se alegró de no tener que utilizar su carta escondida. Si no hubiera tenido otra elección, les hubiera dicho que conocía sus verdaderas identidades. No sabía lo que podía llegar a pasar a continuación. Ambos hombres debían tener alguna buena razón para viajar con nombres falsos. Quizá se hubieran apresurado a marcharse, dejándole a él atrás si les amenazaba con descubrirles. O quizá lo hubieran llevado consigo, sólo para mantener su boca cerrada, y luego lo hubieran arrojado por la borda en mitad del Río.
Posiblemente Farrington sospechase algo de lo que pasaba por su mente. Debía haberse preguntado por qué un hombre tan familiarizado con la obra de London no lo había reconocido. En cuyo caso, Farrington podía haber decidido que Frigate estaba jugando algún tipo de juego. Podía haber decidido llevárselo con él Río arriba y luego averiguar cuáles eran sus intenciones.
Sin embargo, Peter no creía correr ningún peligro de ser asesinado. Ni Farrington ni Rider eran asesinos. De todos modos, si bien algunos cambiaban a mejor en aquel mundo, otros cambiaban a peor. Y él no tenía idea de cuán desesperado podía ser aquel juego.
Rider se dirigió hacia él, le estrechó la mano, y le dio la bienvenida a bordo. Unos minutos más tarde, Farrington detuvo la música y anunció su elección del nuevo enrolado. Por aquel entonces, Peter había llevado a Eve al exterior y le había dado la noticia.
Eve permaneció inmóvil por un momento. Luego dijo:
Sí, sabía que estabas intentando enrolarte en ese barco. No es fácil mantener un secreto aquí, Peter. Lo que más siento es que no me hayas dicho que pensabas marcharte.
Intenté hablar contigo dijo él. Pero te habías ido sin decirme adónde.
Eve se echó a llorar. Los ojos de Peter estaban húmedos. Pero ella secó sus lágrimas, sorbió ruidosamente y dijo:
No me siento triste porque te vayas, Peter. Siento pena por la muerte de nuestro amor. Hubo un tiempo en que pense que duraría eternamente. Hubiera debido saber mejor que estas cosas no ocurren.
Yo sigo queriéndote.
Pero no lo suficiente, ¿verdad? Oh, no te lo estoy reprochando, Peter. Yo siento lo mismo. Es sólo que... Me gustaría que las cosas hubieran terminado de otro modo.
Encontrarás a algún otro. Al menos, no nos separaremos odiándonos.
Hubiera sido mejor de ese modo. Es triste cuando dos personas aún se quieren pero no pueden seguir viviendo juntas. Pero cuando ves morir lentamente el amor, enfriarse todo... No puedo soportar la indiferencia.
Es mejor que las cosas hayan sucedido así dijo él. Si aún nos siguiéramos amando, yo me hubiera quedado o hubiera intentado que nos admitieran a los dos a bordo.
Y entonces me lo hubieras estado reprochando siempre. No, ésta quizá no sea la mejor forma, pero es la única forma.
Él la atrajo hacia sí para besarla, pero ella le ofreció la mejilla.
Adiós, Peter.
No te olvidaré.
Será mejor que nos olvidemos dijo ella, y se marchó.
Peter volvió bajo el techado. La gente se arracimó a su alrededor para felicitarle. Pero no se sentía feliz. Eve lo había trastornado, y se sentía incómodo siendo el centro de la atención pública. Luego, Bullitt vino y le estrechó la mano.
Lamentamos que te vayas, Frigate dijo. Has sido un ciudadano modelo. De todos modos, hay algo...
Se volvió hacia el oficial de orden que estaba a su lado y le dijo:
Señor Armstrong, por favor confisque las armas del señor Frigate.
Peter no protestó, puesto que había prometido entregarlas si abandonaba Ruritania. Sin embargo, no había dado su palabra de que luego no las robara. Eso es lo que hizo aquella misma madrugada, cuando aún era oscuro.
Se dijo a sí mismo que había trabajado demasiado haciéndolas para abandonarlas ahora. Además, había sido herido una vez al servicio de aquel estado. Ruritania le debía aquellas armas.
Habían recorrido apenas un kilómetro Río arriba cuando ya sentía remordimientos y el deseo de regresar y devolverlas. Aquel acceso de honestidad duró todo un día, pero al término del mismo estaba curado.
O creyó que lo estaba. El sueño recurrente volvía de nuevo a él. Esta vez continuaba más allá del punto donde permanecía de pie desnudo fuera de la casa. Seguía arrojando piedras contra la ventana del dormitorio pero no conseguía despertar a Roosevelt. Dio la vuelta a la casa probando puertas y ventanas, y cuando llegó a la puerta delantera encontró que no estaba cerrada con llave. Se deslizó furtivamente a la habitación de delante, luego a la pequeña cocina, y dio los dos pequeños pasos necesarios para alcanzar la puerta opuesta al cuarto de baño. Esto lo condujo al pie de la empinada escalera que subía hasta el desván, una parte del cual había sido acondicionado como un
pequeño dormitorio. Tenía que caminar muy lentamente, andando sobre la puntas de los pies. Los peldaños crujían abominablemente si los pisabas en su centro.
Fue entonces cuando vio que las puertas del dormitorio de sus padres y el de los niños pequeños estaban abiertas. La luz de la luna penetraba en ellos. (No importaba si era al amanecer cuando había abierto la puerta delantera. Era un sueño). A su brillante luz vio que el gran lecho de bronce de estilo antiguo estaba vacío. También lo estaba el de su hermana pequeña. Miró por la esquina y vio que las literas de Mungo y James Jr. tampoco estaban ocupadas.
Roosevelt tampoco estaba en su cama.
Presa del pánico, miró afuera por la ventana de atrás. La caseta del perro en el patio trasero también estaba vacía.
Todo el mundo, incluido el perro, había desaparecido sin una palabra.
¿Qué crimen sin nombre había cometido él?