Punto de vista de Jefecito
Hasta hace poco no tenía sueños de futuro. Después de todo, conseguir suficiente comi- da para el día ya era difícil y se hace más difícil cuando en la capital de la ciudad hace más frío cada día.
Encontrar muerto a alguien con quien hablaste la mañana anterior no era nada raro, y es por eso que hice todo lo que pude para sobrevivir. Sin embargo, esa forma irracional de vivir tiene sus límites, y lo descubrí por las malas.
Para vivir robamos, nos cogían y nos llevaban a un callejón donde entre varios adultos nos daban una paliza. Me daban patadas sin contenerse por todo el cuerpo. No tenía más elección que esperar a que acabaran. Un día pensé que moriría antes de que acabasen. Sin embargo, tuve suerte y acabaron antes de lo normal, quizá el motivo es que apestaba porque me había lavado con agua de alcantarilla el día anterior.
Pero, ese día, mi destino dio un giro de 180 grados. Aquí hay comida sabrosa, un sitio se- guro donde dormir, ropa limpia y bonita, armas para defendernos por nosotros mismos y, más que nada, hay alguien que nos ofrece protección.
Fue como un sueño, aunque claro, nada es gratis. La moneda de cambio éramos nosotros mismos, hacer lo que se nos dijera con los roles que nos dieron.
El entrenamiento diario que nos asignaron era duro. Para nosotros, que no teníamos apenas para comer, el entrenamiento era casi inaguantable, pero lo resistimos. Resisti- mos, resistimos y resistimos. Apretamos los dientes y continuamos con el entrenamien- to. Y llegó el día en que vimos los resultados.
El bosque estaba a una hora andando de la capital, hoy nos dirigíamos allí. Esta vez el comandante venía con nosotros también, y todos estaban animados. El comandante es nuestro salvador, sin él, la mitad de nosotros estaríamos muertos.
La primera vez que conocí al comandante fue terrorífico, pero descubrimos que este lugar era cálido, no podríamos haber imaginado otro lugar así. No sé qué piensan los otros pero, al menos, quiero proteger este cálido lugar. Es por eso que quería hacerme poderoso para el comandante que nos enseñó cómo vivir, que nos dio un lugar al que pertenecer. Por poco que fuera, cualquier cosa sería más que nada, quería ser de ayuda. Quería ser útil.
Cuando me reafirmé en mis sentimientos, formamos equipos de 4 bajo las instrucciones
del comandante y nos introducimos en el bosque.
A pesar de que nos enseñaron en el entrenamiento, andar por el bosque sin estar acos- tumbrado era difícil. Además, los monstruos que aparecían iban tras nuestras vidas sin piedad. Era escalofriante. Pensé que empezaría a temblar si bajaba la guardia, pero me armé de coraje y arremetí contra uno de ellos con mi lanza. La sensación de la piel rajada, los músculos perforados y los órganos desgarrados del conejo dentado que nos atacó era única, y sentí como la vida se le escapaba cuando mi lanza atravesó, con suerte, su corazón.
Miré como agonizaba el conejo dentado. Lo que sentí no era la culpa de robar una vida sino, más bien, un fuerte sentido de orgullo. El sentimiento de alguien débil, al que uti- lizaban, volviéndose más fuerte.
Poco a poco, pero firmemente, me vuelvo más fuerte. Todavía es un sueño lejano, pero quiero ser útil al comandante algún día. Ese es mi objetivo, y es por lo que, por ahora, me enfoco en matar a los monstruos de uno en uno.
No es un resultado excepcional, pero aún queda mucho camino que recorrer. Encontré un sueño que antes no tenía y hay muchas cosas que quiero hacer.
La desesperación de entonces es ya un mal recuerdo. Ahora mismo, solo necesito cami- nar hacia delante con un único propósito.
Se descubrió un fiel seguidor de Rou, posible futuro comandante de su grupo.
Se constituyó un niño que habría que educar con cuidado.
Se aseguró una fuerza prometedora para el futuro.