Llegamos a la ciudad-fortaleza de «Trient» a media tarde. Era una gran ciudad rodeada por una gran pared blanca y robusta. Deducí que tendría que ser difícil tirar abajo esta fortaleza dado que había incluso armas de asedio1 anidadas en las paredes de la ciudad.
Mientras pensaba en ello, me di cuenta de que parecía como si acabara de haber una gran conmoción por allí. Probablemente era por mi presencia, siendo un ogro negro acompañado de Kumajirou y Kurosaburou.
Creo que ni siquiera podré poner un pie en la ciudad... Estoy seguro de que la situación po- dría acabar muy mal... Justo entonces, llegó el subdirector y obligó a los guardias a per- mitirme la entrada. Parece ser que el subdirector es realmente influyente en esta región.
Para demostrarle mi gratitud, acordé venderle algunos de mis caparazones de trotupien- te a un buen precio. De todos modos, decidí que sería mejor ocultar mi cuerpo bajo una capa, aunque no pudiera ocultar mis cuernos, pero por lo menos daba menos el cante.
Los humanos constituían la mayoría de la población de la ciudad-fortaleza, aunque vi algunas especies de otras razas animales y subhumanas. Podría decirse que había unos
6 humanos por cada 1 no-humano, así estaba la proporción.
La ciudad, por lo general, era muy alegre; había una infinidad de tiendas en la calle prin- cipal, se oía como resonaban en las calles las risas y parloteos de los niños, los edificios estaban llenos de luces; el ambiente era agradable.
Aunque ciertamente también había aspectos oscuros, pero se trataba de una ciudad don- de pasarlo bien, por lo general.
Visité algunas tiendas cuando entramos y, más tarde, fui a buscar un hostal donde hos- pedarnos por la noche. El día de hoy fue bastante ajetreado.
Mi plan es quedarnos en esta ciudad durante cuatro o cinco días. Les he dicho a las chi- cas humanas que pueden venir conmigo o quedarse en la ciudad cuando nos vayamos, que respetaría su decisión fuera cual fuera.
1 Las armas de asedio medievales incluyen la catapulta, la ballista, el trabuquete o el ariete; las modernas, con la aparición de la pólvora, son el cañón o el arcabuz.