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Chapter 13 - Segunda parte 02 - LOS ENCICLOPEDISTAS (05)

Segunda parte 02 - LOS ENCICLOPEDISTAS (05)

—Si la Junta sigue sin decidirse…

—¿La Junta? No hay que contar con

ella. Pasado mañana, su importancia

como un factor de los asuntos de

Términus no valdrá una oxidada moneda

de medio crédito.

Lee asintió lentamente.

—Sin embargo, me extraña que no

hayan hecho nada para detenernos hasta

ahora. Usted dijo que no estaban

enteramente en las nubes.

—Fara está al borde del problema. A

veces me pone nervioso. Y Pirenne

sospecha de mí desde que me eligieron.

Pero, como ve, nunca han podido

comprender lo que ocurría. Toda su

educación ha sido autoritaria. Están

seguros de que el emperador, sólo porque

es el emperador, es todopoderoso. Y

están seguros de que la Junta de síndicos,

sólo porque la Junta de síndicos actúa en

nombre del emperador, no puede dejar de

dar órdenes. Esta incapacidad para

reconocer la posibilidad de revuelta es

nuestra mejor aliada.

Se levantó de la silla con esfuerzo y

fue al frigorífico.

—No son malos compañeros, Lee,

cuando se dedican a la Enciclopedia, y

nosotros velaremos por que se dediquen a

eso en el futuro. Pero son totalmente

incompetentes cuando se trata de

gobernar Términus. Ahora váyase y

empiece a disponerlo todo. Quiero estar

solo.

Se sentó en el borde de la mesa y

contempló el vaso de agua.

¡Por el Espacio! ¡Si por lo menos

estuviera tan seguro como parecía! Los

anacreontianos aterrizarían al cabo de dos

días y, ¿qué tenía como base más que un

conjunto de nociones y suposiciones

acerca de los planes de Hari Seldon con

respecto a aquellos cincuenta años? Ni

siquiera era un buen psicólogo, sólo un

aficionado con escasa experiencia que

intentaba adivinar las intenciones de la

mente más importante de la época.

Si Fara tuviera razón; si Anacreonte

fuera todo el problema que Hari Seldon

había previsto; si la Enciclopedia fuera

todo lo que le interesara preservar…

entonces, ¿de qué serviría el golpe de

Estado?

Se encogió de hombros y bebió el

vaso de agua.

7

En la Bóveda había muchas más de seis

sillas, como si se esperara una asistencia

mucho mayor. Hardin se percató

pensativamente de ello y fue a sentarse en

un rincón lo más alejado posible de los

otros cinco.

Los miembros de la Junta parecieron

no tener nada que objetar. Hablaban entre

ellos en susurros, que se convertían en

sibilantes monosílabos, y después

callaron por completo. De todos ellos,

sólo Fara parecía razonablemente

tranquilo. Había sacado el reloj y lo

contemplaba seriamente.

Hardin dio un vistazo a su propio

reloj y después al cubículo de vidrio —

absolutamente vacío— que ocupaba la

mitad de la habitación. Era la única

particularidad de la estancia, pues aparte

de esto no había la menor indicación de

que una partícula de radio estuviese

consumiéndose hasta el preciso momento

en que saltaría el seguro, se haría una

conexión y…

¡La intensidad de la luz disminuyó!

No se apagó, sino que únicamente se

tornó amarilla, y se produjo tan

súbitamente que Hardin dio un salto.

Había alzado la mirada hacia la luz del

techo con verdadera sorpresa, y cuando la

bajó el cubículo de vidrio ya no estaba

vacío.

¡Lo ocupaba una persona! ¡Una

persona en una silla de ruedas!

No dijo nada durante unos momentos,

sino que cerró el libro que tenía en el

regazo y apoyó los dedos en él. Y

después sonrió, y su rostro pareció cobrar

vida.

—Soy Hari Seldon. —La voz era

blanda y apagada.

Hardin estuvo a punto de levantarse

para saludarle, pero se detuvo a tiempo.

La voz continuó hablando:

—Como ven, estoy confinado a esta

silla y no puedo levantarme para

saludarles. Sus abuelos se fueron a

Términus hace unos meses, en mi época,

y desde entonces sufro una incómoda

parálisis. Como ya saben, no les veo, de

modo que no puedo saludarles

convenientemente. Ni siquiera sé cuántos

de ustedes están aquí, y por eso creo que

debo conducirme con informalidad. Si

alguno está levantado, que haga el favor

de sentarse; y si prefieren fumar, a mí no

me importa. —Se oyó una risa entre

dientes—. ¿Cómo iba a importarme? En

realidad no estoy aquí.

Hardin buscó un cigarro casi

inmediatamente, pero lo pensó mejor.

Seldon apartó el libro como si lo

dejara sobre una mesa que hubiera a su

lado, y cuando sus dedos lo soltaron

desapareció.

—Hace cincuenta años —dijo— que

se estableció esta Fundación; cincuenta

años durante los cuales los miembros de

la misma han ignorado para qué

trabajaban. Era necesario que lo

ignoraran, pero ahora la necesidad ha

desaparecido.

»Para empezar, la Fundación de la

Enciclopedia es un fraude y siempre lo ha

sido.

Hubo un alboroto a espaldas de

Hardin y una o dos exclamaciones

ahogadas, pero él no se volvió.

Hari

Seldon

continuaba,

naturalmente, imperturbable. Prosiguió:

—Es un fraude en el sentido de que ni

a mí ni a mis colegas nos importa nada

que llegue a editarse o no uno solo de sus

volúmenes. Ha cumplido su propósito,

puesto que gracias a ella obtuvimos una

carta del emperador, gracias a ella

atrajimos a cien mil personas necesarias

para nuestro plan, y gracias a ella

logramos mantenerlas ocupadas mientras

los acontecimientos iban tomando forma,

hasta que fue demasiado tarde para que

retrocedieran.

»En los cincuenta años que han

estado trabajando en este proyecto

fraudulento, no tiene objeto suavizar los

términos, les han cortado la retirada, y ya

no tienen más remedio que seguir en el

infinitamente más importante proyecto

que era, y es, nuestro verdadero plan.

»Para eso les hemos colocado en este

planeta y en este tiempo, para que al cabo

de cincuenta años hayan sido conducidos

a un punto en que no tienen libertad de

acción. De ahora en adelante, y a lo largo

de siglos, el camino que deben seguir es

inevitable. Se enfrentarán con una serie

de crisis, tal como ahora se enfrentan con

la primera, y en todos los casos su

libertad de acción será análogamente

limitada, de modo que sólo les quedará

un camino.

»Es el camino que nuestros

psicólogos eligieron, y por una razón.

»Durante siglos, la civilización

galáctica se ha estancado y ha declinado,

aunque sólo unos pocos se dieron cuenta

de ello. Pero ahora, al fin, la Periferia se

está desligando y la unidad política del

imperio se ha quebrantado. En algún

punto de estos cincuenta años pasados,

los historiadores del futuro trazarán una

línea imaginaria y dirán: "Esto señala la

Caída del imperio galáctico".

»Y tendrán razón, aunque casi

ninguno reconocerá esta Caída durante

muchos siglos.

»Y después de la Caída sobrevendrá

la inevitable barbarie, un período que,

según dice nuestra psicohistoria, debería

durar, bajo circunstancias normales, otros

treinta mil años. No podemos detener la

Caída. No deseamos hacerlo, pues la

cultura del imperio ha perdido toda la

vitalidad y valor que había tenido. Pero

podemos acortar el período de barbarie

que debe seguir reduciéndolo hasta sólo

un millar de años.

»Los pros y los contras de este

acortamiento no podemos decírselos;

igual que no podíamos decirles la verdad

acerca de la Fundación hace cincuenta

años. Si ustedes descubrieran estos pros y

estos contras, nuestro plan podría fallar;

como hubiera sucedido si hubieran caído

en la cuenta de que la Enciclopedia era

un fraude; pues entonces, al saberlo, su

libertad de acción aumentaría y el

número

de

variables

adicionales

introducidas serían mayores de las que

nuestra psicología es capaz de controlar.

»Pero no lo harán, porque no hay

psicólogos en Términus, y nunca los

habrá, excepto Alurin, y él era uno de los

nuestros.

»Pero puedo decirles una cosa:

Términus y su Fundación gemela del otro

extremo de la Galaxia son las semillas del

Renacimiento y los futuros fundadores

del segundo imperio galáctico. Y la crisis

actual es la que conduce a Términus a su

punto culminante.

»Ésta, entre paréntesis, es una crisis

bastante clara, más sencilla que muchas

de las que vendrán. Para reducirlo a lo

fundamental: constituyen un planeta

súbitamente aislado de los centros, aún

civilizados, de la Galaxia, y amenazado

por unos vecinos más fuertes. Ustedes

forman un pequeño mundo de científicos

rodeados por una vasta corriente de

barbarie que se extiende rápidamente.

Son una isla de energía atómica en un

océano cada vez mayor de energía más

primitiva; pero a pesar de esto son

impotentes porque carecen de metales.

»Así pues, verán que la dura

necesidad les obliga, y la acción es

inevitable. La naturaleza de esta acción,

es decir, la solución a su dilema, es,

naturalmente, ¡obvia!

La imagen de Hari Seldon se elevó en

el aire y el libro volvió a aparecer en su

mano. Lo abrió y dijo:

—Pero sea cual fuere el curso que

tome su historia futura, no dejen de

inculcar en sus descendientes la idea de

que el camino está señalado, y que al

final habrá un nuevo y más grande

imperio.

Y mientras bajaba la vista hacia el

libro, se desvaneció en la nada, y las

luces aumentaron nuevamente de

intensidad.

Hardin levantó los ojos y vio a

Pirenne mirándole, con la tragedia en los

ojos y los labios temblorosos.

La voz del presidente era firme, pero

sin entonación.

—Al parecer, tenía usted razón. Si

quiere reunirse con nosotros a las seis, la

Junta consultará con usted nuestro

próximo movimiento.

Le estrecharon la mano, uno por uno,

y se fueron; y Hardin sonrió para sí. Eran

fundamentalmente sensatos para esto;

eran lo bastante científicos como para

admitir su equivocación; pero para ellos

era demasiado tarde.

Consultó su reloj. A aquella hora,

todo se habría consumado. Los hombres

de Lee se habrían hecho con el control y

la junta no daría más órdenes. Los

anacreontianos llegarían al día siguiente,

pero esto también estaba bien. Al cabo de

seis meses, ellos tampoco darían más

órdenes.

De hecho, como Hari Seldon había

dicho, y como Salvor Hardin había

adivinado desde el día que Anselm ilustre

Rodric le reveló que los anacreontianos

carecían de energía atómica, la solución

de aquella primera crisis era evidente.

¡Tan evidente como el infierno!