El mundo se le cae a los pies.
- ¿Perdón?
- Lo siento detective, pero ha fallecido la señora Fuster.
- Y...¿No puede decirme si tenía algún familiar? Alguien que viniese a recoger sus efectos personales.
- Pues... sí, aquí consta que su hija, María Otoño, vino a recoger sus pertenencias el día de su fallecimiento.
La detective se queda mirando al joven unos segundos, ausente, pensando en qué curso puede tomar ahora la investigación.
De repente, sale de su ensimismamiento.
- Bien, muchas gracias, que tenga buen día.
Dice la detective, dejando al recepcionista con la palabra en la boca, murmurando una despedida.
Un par de horas después, ya en comisaría, Elvira todavía continúa con la cabeza hecha un lío.
"Que puedo hacer. Uno de los dos sospechosos ha fallecido."
- Señora, como idea, igual no sabe nada, pero podríamos hablar con la hija de la señora Fuster.
Dice Martí, que se encontraba en el despacho con Elvira.
La detective sigue pensando. Por supuesto que había pensado en esa opción, pero es poco probable que la hija sepa algo sobre ese pasado de su madre. Aún así, no tienen ninguna otra línea que seguir. El señor Arrigorriaga se niega a hablar, y la señora Fuster se ha reunido con su creador...
- Bien. De acuerdo Martí, no tenemos nada mejor por dónde seguir la investigación, así que...
- Sí señora. La he buscado, y trabaja en la farmacia cercana al cuartel de la Guardia Civil, al lado del Conservatorio.
- Bien Martí, pues coja el coche, vayamos a hacerle una visita.
El trayecto en coche es tranquilo. Ninguno de los dos habla demasiado. Martí se ha quitado el uniforme de policía local que parece que lleva tatuado a la piel. Elvira, al ser detective, no acostumbra a llevar uniforme.
El día se presenta caluroso, el sol brilla con fuerza en la capital riojana.
Llegan a la rotonda cercana a la farmacia. Tienen que ingeniárselas para poder aparcar, es una zona complicada. Van de incógnito, aunque no por eso causan menos revuelo las placas que lucen en sus cinturones.
Cuando entran en la farmacia, el aire acondicionado puesto a toda potencia los golpea en la cara con la fuerza de un tifón, refrescándolos al segundo.
Ambos agentes caminan directos hacia una dependienta que se encuentra en el mostrador.
Según se acercan, la cara de la farmacéutica cambia de la máxima relajación, a una pequeña tensión cuando ve las placas y las pistolas en las cartucheras de los agentes.
- Hola, yo soy la detective Elvira Moyá, y él es el agente Martí. Venimos para hablar con la señora María Otoño, ¿Está aquí?
Todavía nerviosa, la farmacéutica asiente.
- Si sí, por supuesto. Acaba de entrar en el almacén. Ahora saldrá.
Acto seguido, una joven rubia sale de la puerta de detrás de la dependienta.
Rápidamente, todavía nerviosa, la farmacéutica se gira.
- María, estos agentes te buscan. Quieren hablar contigo.
La tal María se queda mirando sorprendida a ambos agentes.