Mi pensamientos se nublaron al ver esa cuchilla en el vientre de mi Noah. Una furia maldita se apoderó de mí y me lancé con la cuchilla que tenía en mano sobre Joseph. La cuchilla que había clavado en su vientre cayó al suelo y Noah también. No podía pensar en nada más alrededor, solo quería matarlo. Clavé la cuchilla innumerables veces en su rostro, pecho, hombros, cuello, no me cansaba de hacerlo; lo hacía una y otra vez, estaba cegado de la rabia, del dolor, que no podía detenerme. Estaba muerto, y aún así sentía que no era suficiente. Mis manos no se detenían, era como si la cuchilla hubiera tenido vida propia y deseaba ser clavada en él. Su rostro estaba irreconocible, la sangre y los agujeros que tenía por todas las veces que lo apuñalé, impedían reconocerlo.
—Caden— escuché la voz de Noah, y fue cuando logré despertar de ese trance en el que estaba. Miré mis manos y estaban llenas de sangre, todo mi cuerpo estaba sucio con la sangre de ese infeliz. Me sentía contaminado al estar lleno de él. Me arrastré hacia Noah y la recosté en mi regazo.
—Resiste, Noah, te llevaré al hospital.
—Lo siento, no pude darte este bebé — sangre salía de su boca y su voz se escuchaba muy débil.
—Olvida eso, hay que llevarte a otra parte, princesa.
—Al menos vas a tener doble carne para la cena— sonrió, y su rostro se llenó de lágrimas. Sentía un nudo en mi garganta al verla así, que mis lágrimas comenzaron a bajar por mis mejillas—. Fuiste el elegido para eliminar las plagas como esa, Caden. No importa lo que pase conmigo, prométeme que acabarás con todos y cada uno de esos que están sucios. Debes ser un niño bueno y cumplir con tu encomienda, mi amor. Pase lo pase, nunca me olvides.
—No te esfuerces, Noah. No te despidas de mi, mi reina, todo estará bien porque yo te sacaré de aquí — la sujeté en mis brazos y su cuerpo se sentía muy liviano.
—No vayas, cariño. Este es mi lugar, aquí deseo estar — señaló el suelo y sonrió por última vez —. Te amo, Caden — su rostro se veía muy pálido y en segundos de decir eso, cerró los ojos.
—No, no cierres los ojos, Noah— su respiración agitada se dejó de escuchar y me puse nervioso—. ¡Noah, despierta! ¡Tú no puedes dejarme! ¡Tienes prohibido dejarme solo! — mis manos comenzaron a temblar de pánico. Ver sus ojos cerrados y al no escucharla, me destruyó por completo. Una parte de mi se sentía vacía y rota, muy rota.
Me puse de rodillas y recosté su cuerpo en el suelo para tratar de despertarla. No se movía, traté de sentir si estaba respirando, pero no sentía nada. Se estaba desangrando y no sabía qué hacer, ella me pidió que no la sacara de aquí, pero quiero ayudarla.
—¡No puedes dejarme, Noah! Tenemos sueños por cumplir, quería pedirte matrimonio y tener muchos hijos contigo. No puedes abandonarme ahora y dejarme solo otra vez. Yo no puedo estar sin ti, tú eres lo único que tengo— recosté mi cabeza en su rostro y mis lágrimas fueron humedeciendo sus mejillas —. Me juraste que estarías conmigo siempre. ¿Ahora qué hago yo? No puedo vivir sin ti. ¡Despierta, por favor! ¡Abre tus ojos, te lo ruego! — mi mente se fue en blanco —. Claro, tengo que sacarte de aquí— no se movía, pero su cuerpo estaba cada vez más frío. La sangre se había impregnado en toda su ropa. Esto no podía estar pasando.
Cogí su cuerpo y la subí en mis brazos por las escaleras, no fue tan complicado porque se sentía muy liviana. La llevé al baño y quité su ropa para bañarla.
—Estarás bien, princesa. Voy a quitarte esta sangre y quedarás limpia. Voy a coser está herida y te pondrás bien— la bañé y la llevé a la cama—. No te vayas de aquí, iré a la farmacia rápido y regreso— me dirigí a la puerta, y al darme cuenta de mi aspecto, tuve que cambiarme la ropa y lavarme toda la cara y brazos.
Fui a la farmacia y regresé con lo necesario para curarla; curé su herida y me recosté al lado de ella, poniendo mi cabeza en su frío pecho.
—Te traje unas pastillas para el dolor, mi niña hermosa. No quiero que despiertes y te duela tanto. No soy un experto curando heridas — sonreí, y fui a la cocina por un vaso de agua. Pude diluir la pastilla en un poco de agua y abrí su boca para dársela. Casi toda se derramó por su cuello y pecho—. Lo siento, princesa. Sé que estás dormida, pero debes tomarla, es por tu bien y el de nuestro bebé. Espera, no puedes tomarte eso con el estómago vacío. Lo siento, soy un idiota — fui a la cocina y quedaba un pedazo de carne en el refrigerador. Lo cociné para ella y traje el plato al cuarto. Corté en pequeños pedazos la carne y se la traté de dar, pero parece que no tenía apetito—. Te traje tu carne preferida, cielo. Debes alimentarte bien, mi amor— ella no respondía a nada de lo que decía —. Estoy hablando demasiado, solo quieres descansar, lo entiendo— dejé el plato en la mesa de noche y me acosté a su lado—. Estaba muy asustado, pensé que te iba a perder de verdad, ahora me siento aliviado, te ves mucho mejor — acaricié su pelo y removí el mechón de su rostro —. Te amo, Noah. Dulces sueños — le di un beso y la abracé. Luego de un rato en silencio logré dormirme.