Las nubes, iluminadas por los últimos rayos del sol, dan al paisaje un brillo anaranjado cálido, aumentando el sentimiento de desolación que oprime mi corazón este atardecer. Reclinado en el muro del balcón del castillo, observo las ruinas de un reino que antes había prosperado. Me trato de imaginar como se habría visto, las calles repletas de gente apresurada haciendo sus tareas diarias, las torres y cúpulas pintadas de blanco y marrón, los estandartes agitándose levemente en el suave viento, todo como me había contado mi padre, el Rey de Cádiz. Pero yo nací después de todo esto, cuando la Horda ascendió del infierno y destruyó las hermosas ciudades al sur y al norte de Cádiz con fuego y metal.

Yo quiero ver eso. Quiero presenciar la prosperidad del reino, por eso he aceptado el mandato de buscar las Reliquias.

Mi padre ha oído una leyenda sobre siete reliquias mágicas que tienen el poder de aniquilar a la Horda, y ahora nadie se lo quita de la mente. No se de dónde sacó eso, pero la verdad no me importa. Lo único importante es que ha escrito un mandato que exige que cualquier hombre fuerte y valiente que quiera defender a la humanidad salga al Desierto (es como llamamos a las tierras fuera del Muro de Cádiz) y busque las Siete Reliquias.

La verdad es que yo no creo que unas armas antiguas puedan matar a uno de esos monstruos, pero mi padre cree que no soy un guerrero, y le ensenaré que sí. También me he cansado de esperar a un milagro que nos salve, así que voy a ir.

Además, no tengo nada que perder. Ni que mi vida fuera tan emocionante bajo la sobreprotección de mi padre.

Pero aún con todas estas razones, siento un vacío profundo en mi corazón al mirar sobre el balcón, del cual no encuentro el fondo. Hemos estado en este miserable hoyo desde hace 30 años, casi una década antes de que yo naciera, sin poder dar tres pasos fuera de la muralla antes de que la Horda nos huela y no deje más que huesos carcomidos. No hemos encontrado ninguna manera de avanzar. Cada día desaparecen más soldados y cazadores. Cada día recibimos ataques de los perturbadores asquerosos ogros, y todos en la ciudad rezamos en silencio que el muro aguante.

Espero que Dios mismo le haya dicho esto a mi padre, así estoy seguro que es cierto.