Chereads / SERIE FITZWILLIAM DARCY, UN CABALLERO / Chapter 260 - Capítulo 260.- Lo que el amor trazó en mudos instantes VIII

Chapter 260 - Capítulo 260.- Lo que el amor trazó en mudos instantes VIII

—¡Fitz! ¿Qué demonios pasa? —Richard entró en el estudio de Darcy antes de que Witcher tuviera oportunidad de anunciarlo—. ¡La aldaba no está en la puerta, instrucciones para que no diga que estás en la ciudad y la imperiosa solicitud de presentarme a la mayor brevedad!

—¿Te pareció imperiosa? Te ruego que me disculpes, primo. —Richard enarcó las cejas con asombro al oír la disculpa de Darcy, pero no dijo nada—. Atribúyelo a la urgencia del asunto en que necesito que me ayudes —siguió diciendo Darcy.

—¿Mi ayuda? —El asombro se convirtió en perplejidad. Richard se dejó caer en una silla—. ¡Habla!

—Necesito tu ayuda o, mejor, la de tus conexiones, para encontrar a Wickham.

—¡Wickham! ¡Por Dios, no será que Georgiana…! —Comenzó a levantarse de su asiento.

—No… no, algo totalmente distinto, pero sobre lo cual no puedo hablar. Ha huido de su regimiento y tengo razones para creer que está aquí, en Londres. ¿Dónde podría esconderse un hombre así de las autoridades militares? ¿Hay algún lugar o gente a la que pudiera recurrir?

—Tal vez… probablemente. En todo caso, sé por dónde empezar a indagar. —El coronel miró a su primo con curiosidad y preocupación—. ¿No puedes decirme nada? Tratándose de Wickham, no dudo de que se trate de alguna perfidia, ¡esa maldita comadreja! Ya nada podría sorprenderme.

Darcy hizo una mueca para mostrar que estaba de acuerdo, pero negó con la cabeza.

—No, lo siento, pero no puedo decir nada más. Involucra a otras personas que no puedo nombrar. —Se sentó en el sillón que estaba frente a su primo—. No quiero que hagas otra cosa que averiguar dónde está; yo haré el resto. ¿Entiendes?

—Sí… y no —dijo Richard lentamente—. Pero haré lo que me pides. —Se quedó callado un momento y miró a su primo con el ceño fruncido—. ¿Te has dado cuenta de lo cansado que pareces? ¿Cuándo llegaste a la ciudad?

—Ayer por la noche.

—¿Tarde?

—Tarde… y, antes de que preguntes, salí de Pemberley por la mañana.

—¡Por Dios, Fitz! Entonces esto debe de ser extremadamente importante.

—Lo es. —Darcy suspiró, mientras se frotaba los dedos de manera distraída contra los brazos del sillón—. Debo encontrarlo tan pronto como sea posible. —Miró la cara de preocupación de Richard. Darcy sólo quería que su primo se dedicara enseguida a la tarea que le había encomendado, pero las normas de cortesía y el hecho de que fuera tan tarde exigían mostrar un poco de hospitalidad—. Pero creo que estoy libre por el resto de la noche. ¿Ya has cenado?

—¡No si se trata de la cocina de la señora Witcher! —exclamó Richard sonriendo.

—¿Una partida de billar después?

—Una. Esta noche tengo que supervisar un nuevo grupo de ingenuos oficiales jóvenes. ¡Qué digo oficiales! ¡Niños! —resopló Richard—. Pero comenzaré mis averiguaciones mañana mismo y te enviaré un aviso si descubro algo.

—Gracias, Richard. —Darcy se puso en pie y estrechó vigorosamente la mano de su primo.

—De nada, primo —dijo Richard, sonriendo—. Pero más que tu gratitud, preferiría un poco del pastel de ciruela de la señora Witcher. ¿La cena estará lista pronto?

Con una sensación de satisfacción más bien triste, Darcy observó la tarjeta que había llegado por la mañana, mientras estaba desayunando. Desde luego, era de la señora Younge. La tarjeta llevaba impreso el nombre de la pensión de su propiedad y en el reverso había nota sencilla y directa: 11 en punto. 300 £. Sí, pensó Darcy con el ceño fruncido, guardándose la tarjeta en el bolsillo del chaleco; la mujer sabía lo que le convenía y eso no incluía ser demasiado reservada a la hora de traicionar a un antiguo compinche. Había tardado tres días en llegar a la extravagante suma de trescientas libras, pero había que empezar por alguna parte y el tiempo era precioso para los dos. Cuanto más tiempo pasara la hermana de Elizabeth sin la compañía de un pariente durante su estancia en Londres, más difícil sería controlarla, si es que todavía era posible.

Sólo tardó unos minutos en liquidar aquel asunto, y enseguida Darcy se encontró de nuevo en un coche de alquiler, con una segunda tarjeta en la mano, que esta vez tenía anotada la dirección de un lugar completamente distinto de la ciudad. Cuando Darcy le dio la dirección al cochero, el hombre pareció más que sorprendido, pero luego se encogió de hombros, cerró la portezuela del vehículo, se subió al pescante y arreó el caballo. Mientras el coche arrancaba, Darcy se recostó contra los ajados cojines y meditó sobre la tarea que tenía ante sí. Tal como había planeado durante el trayecto entre Pemberley y Londres, hablaría inicialmente con la hermana de Elizabeth. La respuesta que obtuviera de ella decidiría el siguiente paso que daría. Si Lydia Bennet se mostraba testaruda, tal como había sugerido lord***, de la Sociedad, entonces el éxito de su misión residiría totalmente en su negociación con Wickham. Darcy sabía que lo más probable es que tuviera que enfrentarse a lo segundo. Tendría que comprar a Wickham, y comprarlo con mucho dinero, para poder lograr que accediera a las condiciones que permitirían recuperar la reputación de todas las personas que había arrastrado a la desgracia. Pero lo que más le preocupaba no era la cantidad de dinero que iba a necesitar. Lo que le inquietaba era que se trataba de Wickham, pensó, mientras apretaba la mandíbula.

El coche fue avanzando lentamente por calles cada vez más sórdidas, hasta que el conductor se detuvo y, tras dar un golpe en la puerta, anunció que no podría llevarlo más allá. Darcy agarró con firmeza el bastón con empuñadura de bronce y descendió del coche; le dio dinero al cochero para comprar su tiempo y arrancarle la promesa de esperarlo hasta que regresara y se encaminó hacia su destino, siguiendo las vagas instrucciones del hombre. Después de caminar durante unos momentos por un verdadero laberinto de calles rodeadas de construcciones desconchadas y miserables, se sintió totalmente perdido y tuvo que detenerse a pedir indicaciones. Sí, el elegante caballero estaba en el barrio correcto, sólo que una calle más allá de la dirección que buscaba y, sí —Darcy vio que le tendían una mano—, unos cuantos chelines serían muy apreciados. Hurgó en su bolsillo y dejó caer unas monedas sobre la sucia palma de la niña. ¡Por Dios!, pensó, reanudando continuaba su camino, ¿en qué clase de lugar se ha refugiado Wickham? La idea de ver a la hermana de Elizabeth en semejante sitio le asqueó. ¡Elizabeth estaría horrorizada! Darcy sólo podía esperar que Lydia Bennet tuviera al menos un poco de la sensatez de su hermana. Tal vez estuviera ansiosa de que alguien la rescatara.

La pensión que correspondía a la dirección que llevaba en la tarjeta era una construcción algo menos deteriorada que sus vecinas, aunque no era precisamente una maravilla. Darcy observó el fallido intento de blanquear las paredes y el patio interior. Todo eso era señal de que había habido tiempos mejores, antes de sufrir una decadencia que corría pareja al resto del barrio. Volvió a mirar la tarjeta. Con toda seguridad, aquél era el lugar. Darcy respiró hondo y sus pulmones se llenaron con el aire rancio del triste lugar. Había llegado la hora. Sintió que el corazón se le encogía. No, no… ¡debía contener las viejas emociones! Se obligó a relajarse. La felicidad a la que Elizabeth tenía derecho, la que él deseaba para ella con tanta vehemencia, dependía de la manera de enfocar aquella entrevista.