Aunque Darcy habría preferido derrotar a su oponente, se sintió complacido de haber llevado a Manning a un empate, antes de que los avisaran para reunirse con el resto de los invitados. En realidad, era un sentimiento bastante ridículo, pensó Darcy mientras se sacudía los pantalones de montar, pero el joven estudiante que todavía llevaba dentro y que había sufrido innumerables tormentos a manos de Manning no pudo evitar sentir una cierta satisfacción.
La excursión de la tarde para conocer los misteriosos círculos de piedra famosos en aquella región resultó más atractiva gracias a la oferta de lord Sayre de procurarles monturas a aquellos que prefirieran ir a caballo en lugar de usar el trineo. Bajo la influencia del recuerdo del éxito parcial sobre su antiguo antagonista y la perspectiva de pasar la tarde al aire libre, Darcy atravesó el patio del castillo mucho más alegre de lo que se había sentido últimamente. Con la fusta bajo el brazo y el sombrero de copa inclinado con elegancia, se estaba poniendo los guantes de montar cuando alcanzó a oír cómo la señorita Farnsworth alababa el tiempo que hacía.
—¿Te parece «espléndido», Judith? —le preguntó lady Chelmsford a su sobrina con tono de incredulidad—. ¡Espléndido para qué, por Dios! ¿Para congelarse uno hasta los huesos?
—No hace tanto frío, tía —respondió la señorita Farnsworth con aire divertido—, y después de todo, tú vas a viajar en un trineo con ladrillos calientes. No creo que lord Sayre permita que te congeles.
Darcy se puso una mano sobre los ojos y levantó la vista hacia un cielo despejado y azul. Tenía que estar de acuerdo con la señorita Farnsworth; era un día precioso. El aire era frío, pero los rayos del sol calentaban su rostro. A decir verdad, el trineo no parecía atractivo. El preferiría montar a…
—Yo, personalmente, prefiero montar a caballo en un día así. —La señorita Farnsworth se hizo eco de los pensamientos de Darcy—. Y le agradezco a lord Sayre la oportunidad de hacerlo. —Dejó de mirar a su tía para sonreír a los caballeros que estaban en el grupo y debió de notar algún indicio de aprobación en el rostro de Darcy, porque continuó—: Veo que usted está de acuerdo conmigo, señor Darcy. Debería apoyarme en esto, señor.
—Pero es que tú eres una amazona tan aguerrida, querida —intervino lady Felicia, dirigiéndole una sonrisa de superioridad a su prima—. Siempre en el campo de cacería. Debes hacer algunas concesiones a las representantes menos intrépidas de nuestro sexo, no tenemos deseos de competir con los caballeros en lo que constituye su esfera natural —dijo y se volvió hacia Darcy—. El señor Darcy sólo estaba sorprendido —concluyó. Una expresión de sorpresa y dolor cruzó fugazmente por el rostro de la señorita Farnsworth, mientras Darcy sentía en el pecho una oleada de indignación. ¡Así que las cosas iban a ser de ese tenor! Con deliberada frialdad, el caballero esquivó a lady Felicia y le ofreció la mano a su prima.
—¿Me permite acompañarla hasta su caballo, señorita Farnsworth? —preguntó.
—Es usted muy amable, señor Darcy. —La señorita Farnsworth aceptó, subiendo, con ayuda de Darcy, con facilidad a la silla de montar de amazona y tomando las riendas con pericia.
—Encantado, señora. —Darcy le dirigió una sonrisa. La señorita Farnsworth estaba muy guapa con su atractivo vestido de montar y, la verdad, el aire de seguridad y confianza que transmitía sobre un caballo desconocido, no dejaban de causarle admiración—. Apoyo su opinión y también prefiero montar. Hombre o mujer, uno puede disfrutar mucho mejor de la vista desde el lomo de un caballo.
—Siempre he pensado lo mismo. —La señorita Farnsworth le devolvió la sonrisa e inclinó la cabeza en señal de agradecimiento.
Darcy le devolvió el gesto y se giró hacia los demás caballeros. Monmouth y Trenholme también decidieron ir a caballo, y mientras esperaban por sus despectivas monturas, Darcy se subió al ágil bayo que le entregaron. El animal parecía lo suficientemente dócil, pero tan pronto como se acomodó en la silla y revisó los estribos, no pudo evitar desear tener a Nelson con él. Mientras observaba cómo se organizaban en dos trineos los otros invitados, notó la ausencia de un miembro del grupo. Darcy empujó un poco el caballo hacia delante y preguntó:
—¿Lady Sylvanie no nos va a acompañar, Trenholme?
—Oh, no —contestó con tono sarcástico—, lady Sylvanie no se digna acompañarnos a «mirar unas piedras como si fuéramos tontos». Según dice Letty, lady Sayre, desde el principio le pareció una idea estúpida, y como no pudo imponer su opinión, no va a venir. Esa insufrible…
—¡Bev! —se oyó gritar a lord Sayre, que se acercó a ellos—. Por favor disculpa la interrupción, Darcy —dijo con una sonrisa de desdén—, pero mi hermano está mal informado, como suele ocurrir con todos los hermanos. —Levantó la mano y la puso sobre la muñeca de Trenholme, agarrándosela con fuerza antes de volverse de nuevo hacia Darcy—. Lady Sylvanie está indispuesta. Hace sólo unos minutos su criada me informó que padece un terrible dolor de cabeza, producido, probablemente, por la tarta de manzana de la cena de anoche. Siempre le sucede lo mismo cuando come algo que contiene canela, pero la tentación de anoche fue tan grande que probó sólo un bocado y, voilà —dijo, suspirando con pena—, eso era todo lo que necesitaba para causar el malestar. —Sayre soltó la mano de su hermano—. Pero no temas, Darcy, ya estará bien cuando regresemos, estoy seguro.
Darcy asintió y movió las riendas del caballo para que retrocediera, y luego le dio la vuelta para reunirse con Monmouth y la señorita Farnsworth, que estaban esperando a que la comitiva se pusiera en movimiento. Los ocupantes de los trineos por fin estuvieron listos y los conductores jalearon a los caballos. Cuando los animales comenzaron a tirar del arnés, la sacudida que se produjo en los trineos arrancó algunos grititos y risas a las damas. Cuando el trineo volvió a sacudirse, al liberar las cuchillas del hielo que ya se había formado debajo de ellas, lady Felicia se deslizó sobre Manning con una exclamación. Pensando en su primo, a Darcy no le gustó nada la expresión de complicidad que apareció en el rostro de Manning, mientras la ayudaba a incorporarse. Pero la dama había iniciado el intercambio y Darcy se recordó que él no estaba en el lugar del padre de la muchacha ni de su prometido. Si Chelmsford no controlaba a su hija…