—¡Señor Darcy, por favor! Le ruego que tenga la bondad de no moverse. Tendré que ponerle un esparadrapo y los dos sabemos lo mucho que a usted le desagrada eso. —Darcy soltó un gruñido e hizo una mueca cuando le puso el adhesivo—. Ya está, señor. No se le notará cuando deba presentarse ante las señoras.
—El único que me verá esta mañana será Nelson, y dudo que le moleste en absoluto —contestó Darcy, haciendo que Fletcher soltara una risita. Un golpecito en la puerta interrumpió la tarea del ayuda de cámara. Fletcher fue a abrir y dejó entrar a otro ayudante de la cocina, que traía una bandeja.
—Me tomé la libertad de ordenar su desayuno, señor Darcy. Sólo algo ligero antes de su cabalgada, señor. —Darcy asintió con la cabeza en señal de aprobación y colocaron la bandeja sobre una mesa a la cual acercaron una silla. Fletcher despidió al muchacho con toda la autoridad que le daba su posición y terminó rápidamente de afeitar a su patrón, tras lo cual le dejó algunas toallas tibias para que completara su aseo matutino.
Darcy terminó rápidamente y luego se presentó en el vestidor, donde Fletcher lo ayudó a prepararse para su paseo a caballo. Se puso la ropa de manera mecánica, con la cabeza curiosamente adormilada. Murmurando unas palabras de agradecimiento, regresó a su alcoba y levantó la tapa de la bandeja del desayuno. El fuerte aroma del café y de un trozo de carne perfectamente bien aderezada lo sacó con suavidad de su adormecimiento y después de unos cuantos bocados comenzó a sentirse mucho mejor. El reloj de la habitación dio las siete; Darcy se levantó, agarró sus guantes, el sombrero y la fusta, y salió en silencio a encontrarse con la mañana.
Parado al pie de las escaleras que descendían hasta el sendero de los carruajes, Nelson sacudía la cabeza, avanzando un poco y retrocediendo luego, e intimidando en general a todos los mozos de cuadra de Netherfield. Enderezó las orejas al oír que la puerta se abría y giró su enorme cabeza hacia el lugar de donde procedía el ruido. Después de ver a su amo, estampó el casco con fuerza en el suelo, peligrosamente cerca del pie del mozo, y lanzó un grosero resoplido, que dejó escapar columnas de vapor que se mezclaron con el frío aire de la mañana.
—Buenos días, señor —dijo el mozo jadeando y sin tratar de ocultar la sensación de alivio que cruzó por su cara—. Está un poco agitado esta mañana, señor.
—¡Eso parece! ¿Te ha estado causando problemas otra vez? —Darcy miró a Nelson con el ceño fruncido, pero el animal sólo se agitó al oír la reprimenda, movió la cabeza y soltó otra bocanada de vapor—. Pareces un verdadero dragón esta mañana, viejo amigo. —Darcy tomó las riendas y, declinando el ofrecimiento de ayuda por parte del caballerizo, saltó sobre la silla. Nelson aprovechó el momento de calma que reinó mientras Darcy revisaba los estribos, para ejecutar una danza de saltos y sacudidas que le recordaron a su jinete que, en el mundo de los caballos, él estaba tan bien relacionado como Darcy—. ¡Ah, de modo que así es! Estás tan lleno de tu propio orgullo que desprecias practicar los modales de un caballero. —Darcy tomó las riendas y tiró de ellas hasta que tocaron la boca de Nelson y luego le hizo un gesto de asentimiento al mozo para que le soltara la cabeza.
El entusiasmo del caballo cuando Darcy le permitió comenzar un trotecito suave fue palpable, lo cual confirmó su sospecha de que la salida de esa mañana sería un duelo de temperamentos. Extrañamente, no era una perspectiva que le desagradara. Los rigores de un ejercicio como ése seguramente aliviarían, o tal vez disiparían por completo, la opresión que todavía sentía en el corazón.
—¡Es evidente que los dos necesitamos exorcizar unos cuantos demonios! —susurró Darcy. Las orejas de Nelson se movieron hacia atrás al oír la voz de su amo y el resoplido que siguió le aseguró al jinete que el caballo estaba totalmente de acuerdo.
A medida que se aproximaban a una cerca que circundaba el inmenso campo que había al este de la mansión, Darcy ordenó a su caballo pasar a medio galope y apretó la mandíbula al sentir que Nelson tomaba impulso para saltarla. En cuestión de segundos, la cerca apareció frente a ellos, brillando en medio de la bruma matutina. Caballo y jinete se lanzaron con determinación; el mundo entero se redujo al golpeteo de esos cascos, los crujidos del cuero y la cerca que tenían enfrente, que desapareció de repente cuando Nelson levantó las patas delanteras. Arqueó el lomo y, en medio de un silencio intemporal, llevó a su jinete por encima de la cerca. Aterrizó con un golpe que le arrancó un rugido a sus enormes pulmones, pero su grupa ya estaba lista para el largo galope campo a través. Darcy agachó la cabeza de manera impulsiva, hombre y bestia protegiéndose del viento, y volaron como si los persiguieran los mismos perros del infierno.
Caballo y jinete regresaron varias horas después, completamente exhaustos, pero en total armonía el uno con el otro. Darcy deslizó su cuerpo agotado por el lomo de Nelson y le quitó las riendas por encima de la cabeza, mientras los mozos de la caballeriza se apresuraban a llevar de nuevo al establo a su tenebroso protegido. Relajado por el ejercicio, Nelson permitió que se aproximaran, eximiéndolos de la acostumbrada demostración de carácter que solía hacer frente a los subalternos y limitándose a darle a su amo un empujón y un relincho que reclamaba su atención. Darcy buscó en su bolsillo con una sonrisa cansada, y sacó unos terrones de azúcar, que agitó frente a la atenta mirada de Nelson. Demasiado agotado para soportar esa broma durante mucho tiempo, el caballo avanzó directamente hacia el pecho de Darcy, exigiendo su premio. Después de soltar un gruñido por la fuerza del golpe, Darcy abrió la mano y Nelson agarró los terrones con la boca. El caballero se frotó el pecho mientras el animal masticaba el azúcar y luego, con una última palmadita, les entregó las riendas a los mozos que lo esperaban. Pero antes de que llegara a moverse, Nelson resopló con suavidad sobre el pecho y la cara de su amo, a modo de disculpa, y sopló delicadamente en su oído.