Las pupilas de Sheng Qingyi se contrajeron y se quedó en blanco. Bajo la mirada amenazante de Sheng Yize, casi se rindió de inmediato. Sin embargo, había pasado por varias crisis y de todas se había recuperado rápidamente.
—Solo es una expresión. Te lo tomaste muy en serio.
—¿Sí? —dijo entre dientes. Lanzó una mirada a la pareja de ancianos aterrada y luego arrastró a Sheng Qingyi al estudio.
—¡Dime! —Sheng Qingyi quebró un jarrón, tomó un trozo afilado y lo presionó contra el cuello de Sheng Qingyi—. ¿¡Dónde está Xiaxia!?
—No lo sé... —dijo con tranquilidad—. No tengo nada que decirte, aunque me mates.
—¿Y crees que no me atrevo a hacerlo? —dijo con desprecio. El vidrio roto cortó la piel de Sheng Qingyi, haciendo que brotara cálida sangre. Él gritó de miedo.
—¡Bastardo! ¡Soy tu padre! ¡Cómo te atreves!