Pese a la sonrisa calurosa en su cara, An Xiaxia se estremeció.
—No, no... Puedo correr. Sí puedo... —soltó el poste telefónico y caminó fatigosamente.
Sheng Yize trotaba con facilidad mientras ella jadeaba y lo seguía con sus piernas cortas. Cuando por fin terminaron y regresaron a casa, él alimentó a Cola y Pepsi primero y luego le lanzó una mirada.
—¿No nos harás desayuno?
—¿Eh? —quedó perpleja—. ¿Yo? ¿Cocinar?
Nunca la había dejado entrar a la cocina desde que se casaron. Por una parte, la consentía. Por otra... de verdad era una pésima cocinera... Él asintió.
—Bueno... nos haré algo —como él siempre había cocinado para ambos, ella pensó que era justo que cocinara para variar.