Sei no interrumpió el beso. Besó a Davi más y más profundamente, como si no planeara soltarla pronto. Simplemente no se cansaba de ella. Sus besos, sus suaves labios y su cálida boca eran como drogas que rápidamente estaban convirtiendo a Sei en un adicto.
Davi, por otro lado, sentía como si su corazón estuviera envuelto en suaves malvavisco. Simplemente no podía alejarse de aquel adorable, pero irresistiblemente descarado Sei. Antes de darse cuenta, ya estaba devolviendo los besos.
Los dos siguieron besándose apasionadamente, hasta que sus labios finalmente se separaron para respirar. Sei la miró a los ojos y estaba a punto de besarla de nuevo, cuando ella unió su frente con la de él.
—Se... Sei... El pequeño Shin espera —dijo, jadeando, pero Sei no la soltó. Su mano permaneció sobre la nuca de ella.
