En ese momento, cuando el joven finalmente volvió a sus cabales, estuvo intranquilo. Era la primera vez que se encontraba tan agitado y asustado al mismo tiempo. Quería entrar a la casa para saber qué estaba pasando, pero temía que pudiera empeorar la situación.
—¿Qué deberíamos hacer? ¿Qué debemos hacer?
—¿Y si le pasa algo allá adentro a la señorita?
—Dios mío. Deja de decir cosas tan terribles como esa. No quiero morir todavía.
—Entonces, ¿qué hacemos?
Todos estaban de pie frente a la entrada, como si fuesen robots descompuestos, caminaban de un lado a otro, a punto de perder la cabeza. El único que se quedó quieto como un árbol con raíces fue YiJin, quien estaba meditando profundamente, como si estuviese tratando de resolver un problema que le pudiese costar la vida.