Sei no se movió por un largo rato. Se quedó quieto, con la mirada puesta en lo que tenía YiJin en las manos.
—Por favor jefe, acepte esto. Son de parte de la señorita —le dijo, mirando al suelo. Tenía las orejas bastante rojas, indicando lo avergonzado que estaba de haberse convertido de repente en el mensajero del amor.
En ese mismo momento, Sei finalmente tomó las cosas y tan pronto como las aceptó, el chico salió corriendo en un parpadeo sin decir nada más.
Sei le vio la espalda hasta que desapareció, antes de volver la mirada hacia lo que tenía en su mano.
En la mano izquierda tenía un canasto de camelias blancas, y en la derecha una linda lonchera envuelta con una cinta roja.