De vuelta al jardín, Davi y Sei estaban jadeando mientras estaban tumbados en la hierba mirando la luna, brillando sobre ellos como su fiel testigo.
Sus dedos estaban entrelazados mientras yacían allí con grandes sonrisas en sus caras. Sin necesidad de decir una palabra, los dos simplemente se quedaron allí, mirando al inmenso cielo nocturno, los ojos llenos de asombro por las escasas posibilidades de que se conociesen en el vasto mundo en el que vivían. El destino definitivamente jugó un papel en la unión de sus almas.
Sus corazones latían como uno solo y ambos se sentían como si estuvieran volando alto sobre las nubes. Estaban demasiado felices de que las palabras no fueran suficientes para describir lo que sentían.
Davi levantó su mano y miró el anillo en su dedo.
—Sei... eres hermoso. —Dijo mientras se giraba hacia Sei cuando el hombre levantó su mano y acarició su mejilla, sus ojos brillaban como cristales mientras hablaba.