—Hermanita Mayor, Hermanita Mayor… —Rábano estaba obviamente acostumbrada a ser pateado a un costado. Rápidamente regresó rodando. Partiendo las hojas en su cabeza, le ofreció el diente de león que estaba dentro a Shen Ying, como lo hacía a diario—. ¡Para… usted!
Shen Ying, fuera de todo pronóstico, vaciló. Sus ojos se ensancharon ante el ofrecimiento inesperado de una flor.
—¿Para… para mí?
—Sí, sí, sí —el rábano agitó sus hojas de acá para allá, asintiendo—. Mis flores son las más hermosas, y sólo están destinadas para la Hermanita Mayor.
Algo destelló a través de los ojos de Shen Ying. Apretó sus puños y contempló el diente de león, no reaccionó en varios segundos.
—Bien, Rábano —Lonemoon se adelantó—. ¿Tiene que dar uno todos los días? Shen Ying no los va...
Antes de que pudiera terminar, la mujer al lado de él extendió la mano y tomó la flor. La sostuvo cerca de su cuerpo y murmuró:
—Gra… Gracias…
Los dos se observaron.