—Maestro, su discípulo sólo le ayuda a llevar a cabo lo que desea —contestó Xin Han con una mirada fría en sus ojos. Miraba a Zi Chen como si mirara a un muerto.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Zi Chen, pálido.
Xin Han chasqueó la lengua, lleno de instinto asesino.
—No crea que no sabía que este conjuro estaba hecho para concentrar el nivel de cultivación de todos en un lugar. En otras palabras, aun si las puertas del reino divinas se abren, solo una persona lo haría para convertirse en un ser divino. El maestro planeaba matarme después de que todo se llevara a cabo de modo que solo él pudiera llegar al reino divino.
—… —la expresión de Zi Chen era una de pánico. En ese momento, un pensamiento llegó a su mente.
—¡Xin Han! —Hui Ling, que estaba de pie a un lado, gritó con angustia—. Yo no sabía su plan. ¿Por qué me tratas de esta manera? ¡Confié en ti!