El hombre siguió en su propio ensueño, mirando exasperadamente a Shen Ying. En un segundo, quería matarla; al siguiente, no podía resistirse de ofrecerle artículos, insistiendo en que los aceptara. Todo este tiempo, su espada negra no se acercó a menos de un metro de Shen Ying. En su lugar, había una montaña de objetos delante de ella: armas inmortales, tesoros, talismanes inmortales, píldoras inmortales y hasta un par de frutas y plantas inmortales.
Shen Ying confirmó que este hombre… ¡estaba loco!
Hasta cuándo…
Se quedó sin cosas de ofrecer y finalmente detuvo su comportamiento. Parecía estar absolutamente indefenso, se sentó al lado de un árbol. Unas hojas secas cayeron y aterrizaron sobre él, pero ni siquiera se molestó en quitarlas. Se veía muy diferente a como lucía hace un momento.
De la nada, Shen Ying se sintió culpable.
—Sobre esto…