«84 segundos». Dorian pensó, tropezó un poco. Su pecho se agitó del esfuerzo, el cansancio tiraba de él.
«Lo derribé». El regocijo lo llenó, la inquietante felicidad de sobrevivir. Parpadeó por un momento, no obstante, sus pensamientos chocaban ligeramente.
«¿Soy… el Gran Señor de lo absoluto? También soy Dorian. SOY Dorian. Dorian soy yo». Se agarró la cabeza ligeramente con el brazo que le quedaba.
Podía sentir aquellas batallas, aquellas guerras, crecer como un niño pequeño.
Aquellos eran SUS recuerdos incompletos y dispersos. Eso era él.
Al mismo tiempo, él era Dorian, un chico nacido de una familia amorosa en la Tierra, apareciendo en este extraño mundo después de su muerte.
—Puf. —Tener dos colecciones de recuerdos como propios… Era increíblemente desorientador.
Lógicamente, Dorian sabía que él no era ese niño, ese guerrero. Que aquellos recuerdos podrían sentirse como propios, pero que no lo eran en realidad.