Unos pocos días después…
Lin Fan aún no se había despertado de su letargo. En ese momento, estaba luchando contra el enemigo más fuerte dentro de los ciclos de reencarnación.
Dentro de una parcela vacía, Lin Fan se puso de pie. Ante él había un gigantesco Buda dorado que emanaba un poder inmenso. La luz en la parte posterior de su cabeza era excepcionalmente cegadora.
Era como el sol abrasador que brillaba sobre todo el mundo, purificando el Cielo y la Tierra.
Aquella era la Luz de Naturaleza Budista, una luz intrínseca la cual se deleitaba y crecía en su propio poder. Todo al respecto se encontraba en un estado de finalización, sin defectos ni obstáculos en su camino: era libre.