En ese momento, Lin Fan estaba rebosante de alegría. Iba a usar la fuerza con la que mamaba de los pechos de su madre para permitir que Wei, el Rey Soberano, entendiera los verdaderos horrores de lo que sería despreciar a un humilde servidor.
En cuanto al motivo por el que Wei, el Rey Soberano, aceptaría de repente, Lin Fan ya no quería pensar demasiado en eso.
A veces, la suerte también era una parte integral de la fuerza.
Quién sabía, Wei, el Rey Soberano, podría haber quedado hipnotizado por su hermosa apariencia, y se encontró incapaz de rechazar a un hombre tan afable.
Lin Fan solo necesitó una milésima de segundo.
Balanceándose con la mano izquierda, era como si poseyera una cantidad inagotable de poder. La velocidad era esencial. Esa velocidad sin parangón sobrepasó todo mientras atravesaba el vacío, dejando si tiempo al Wei, el Rey Soberano para reaccionar.
—¡Sal, mi Ladrillo Legendario Nueve Cinco!
—¡Se acabó el tiempo!