Al día siguiente, al romper el alba se divisaban dos hombres que descendían por la cima, tranquilos y solitarios.
—Hermano sénior, ¿qué tal dormiste anoche? —Feng Bujue bostezó mientras arrastraba la gran bandera publicitaria. Sus pesados párpados luchaban por mantenerse abiertos, como si nunca fuesen a abrirse de nuevo si dejaba de resistirse.
—¿Tú? —Zhang Ergou respondió con indiferencia.
—No muy bien —dijo Feng Bujue sin poder hacer nada.
—Yo igual... —Zhang Ergou no quería continuar.
No sabían lo que había sucedido en la casa del Gran Maestro Lin, de cuyo interior surgía rugido tras rugido como si fuera una bestia salvaje. Tenían la intención de comprobarlo, pero el pensamiento de que el Gran Maestro Lin les advirtiera que no lo molestaran los mantuvo alejados. Así pues, dejaron que su curiosidad desapareciera.
Pero este sonido no se desvaneció con el tiempo. Más bien creció más y más fuerte con el tiempo.