En el otro extremo del pasillo, los múrlocs de Kuo-toans gritaban y chillaban cuando entraron en el camarote, y el agua seguía inundando.
Lucien sintió más dificultad para respirar a medida que el aire se humedecía más.
Algunos aprendices ya habían perdido el equilibrio. Ahora, estaban sentados en el suelo cubierto de agua y llorando, mientras que otros temblaban de miedo. Era exactamente como se sentía Lucien cuando entró por primera vez en las alcantarillas y se enfrentó a los ratones de ojos rojos. No había forma de que pudieran mantener la calma.
Había muchas ideas pasando por la mente de Lucien. No obstante, no importaba cuánto quisiera protegerse Lucien y a los demás aprendices, y esconderse de los clérigos y caballeros del navío, obviamente, no era probable que sucediera en absoluto.
