Así que él simplemente respondió: ―No quiero tomar desayuno; quiero comerte a ti.
Cuando escuchó eso, su cara se puso rígida. Entonces ella le contestó sombríamente:
―Oye, realmente perdí contigo; tu dolor gástrico estalló, y aún así te atreves a portarte mal…
―No sólo tengo dolor gástrico, sino que también estoy enfermo de amor. ¿No lo sabes?
¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había tocado a esa mujer?
No podía recordar la última vez que lo había hecho.
Sólo sabía que su cuerpo estaba constantemente ansioso por ella. Él quería dominarla, quería penetrarla, e incluso quería fundirla en su sangre y en sus huesos. ¿Hacía cuánto tiempo que había experimentado esa sensación?
La había extrañado muchísimo.
La había echado tanto de menos que, a pesar de sufrir de dolor gástrico, su deseo innato le acechó durante todo ese tiempo.