Con la cabeza gacha, parecía estar pacientemente concentrado en peinarla. Lo que más la sorprendió fue que, bajo su meticuloso cepillado, se las arregló para desenredar su desordenado pelo con facilidad y lo dejó impecable.
―Mujer tonta, ¿no sabes ni siquiera cómo secarte el pelo?
Diciendo eso, levantó el secador de pelo, ajustó el viento y el calor a un nivel bajo y, suavemente, secó su cabello.
Sus largos y delgados dedos se abrían paso entre las hebras de su cabello junto con el cálido y acogedor viento. Secó cada mechón de ella, masajeando intermitentemente sus puntos de acupuntura con la punta de sus dedos.
Tales movimientos tiernos la hicieron suspirar de satisfacción. Gimió suavemente y cerró perezosamente los ojos, las comisuras de sus labios se curvaron en dicha sin poder evitarlo.
¡Era tan cómodo!