En el pueblo, el chico dejó la leña e invitó a Lin Che y Gu Jingze a entrar. Esa aldea no era muy grande; parecía que podían ver el otro extremo de ella con una sola mirada. Algunas personas ya habían construido casas de ladrillo, pero aún quedaban algunas casas de barro. En ese momento, en que todos se preparaban para la comida, el humo de las chimeneas de las cocinas se elevaba en espirales, haciendo que se sintieran como si la tierra estuviera en llamas.
Lin Che miró a su alrededor y sintió como si no hubiera vivido de verdad durante mucho tiempo. Cuando volvió a mirar a ese pueblo, sintió que ese era el mundo real, mientras que su propia vida parecía un sueño.
Para ser honesta, su vida se había convertido en un sueño desde que había conocido a Gu Jingze. La vida que vivía ahora era una en la que nunca había pensado. También era una vida que estaba cada vez más alejada del mundo real.