Ese pequeño bastardo era bastante atrevido después de todo. ¡Qué audaz es! No hacía falta decir que Xiao Fei no conocía los verdaderos motivos de Wang Zheng, pero estaba dispuesta a adormecerse para darse una excusa; una razón para trabajar sin restricciones. Esa era la única manera en que podía liberarse de su pesada carga de culpa.
De hecho, su corazón ya había aceptado eso completamente y se sentía extremadamente despreocupada. Su línea de pensamiento se hizo mucho más clara y lo que le preocupaba no era su propio fracaso en absoluto. No había científicos exitosos que no fueran paranoicos. Creían firmemente en su propia comprensión del mundo; los factores externos siempre eran los que terminaban interfiriendo con ellos.
—Acepto tu sugerencia. Ahora bien, maestro, deberíamos discutir qué hacer a continuación —golpeó amorosamente sus párpados.
La piel de gallina corrió por el cuerpo de Wang Zheng. Eso fue... demasiado aterrador.