Li Sicheng se calmó gradualmente, se puso la ropa y abrió la puerta para regresar a su habitación. En cuanto entró, vio un pequeño bulto en la cama. Se acercó, levantó la manta con cuidado, y, de un vistazo, vio la cabeza de Su Qianci con el pelo alborotado. Ella abrió los ojos, rojos y húmedos.
Él la alzó y susurró:
—¿Qué pasa?
Ella lo ignoró, le apartó la mano y se tumbó.
Él se quitó los zapatos y se reunió con ella debajo de la manta. Haciéndose el tonto, continuó:
—Hay un tesoro ahí dentro, ¿eh?
Se introdujo, la abrazó y la miró a la cara. Habló sonando sorprendido:
—Un tesoro de verdad, muy valioso.
Su Qianci se echó a reír, pero puso una cara seria a propósito y lo empujó.
—Vete.
—Todavía quiero ver el tesoro. No me iré —contestó Li Sicheng y se acercó deliberadamente para abrazarla con fuerza.
Ella se retorció, giró el cuerpo y comenzó a quitarle la ropa.
