—No importa. Incluso si no tenemos pruebas contra los delitos de Tang Zhenghao, sus deudas lo harán sufrir. Por todo ese dinero, pasará al menos unos doce años en prisión. Cando salga, será un hombre viejo —susurraba Li Sicheng con voz suave, presionando su frente contra la de ella—. ¿No crees que tu hombre sea más fuerte que un hombre viejo?
Su Qianci no pudo sonreír en absoluto. Lo apartó con suavidad y contestó:
—Ten cuidado con Tang Mengying y Tang Zhenghao, en especial con Tang Mengying. Me parece raro que, de repente, tenga una enfermedad mental.
Li Sicheng también había pensado en ello. Pero, en ese momento, mientras escuchaba a Su Qianci decirlo, se sorprendió. Le tocó el pelo y comentó:
—La señora Li cada vez es mejor.
—Ey, yo siempre he sido buena.
—¿En serio? ¿Qué parte? Déjame ver.
Él alargó la mano para tocarle la cara.