—Cariño, volvamos a Kingstown —sollozó Su Qianci—. Me arrepiento. De haber sabido que pasaría algo así, no habríamos venido a la capital. Me han echado de una casa y casi morimos.
—Sí, volvamos —dijo Li Sicheng, acariciándole el pelo dulcemente—. No tengas miedo. No nos volverá a pasar nada.
De repente, su teléfono empezó a sonar. Era Luo Zhan.
—¿Diga?
—No ha sido esa persona. Aún no ha regresado a China, y ninguno de tus enemigos está en la capital. Solo para asegurarnos, he registrado todas sus llamadas. No hay nada. Además, ¿este viaje a la capital no ha sido una decisión repentina? Solo tu familia lo sabía, ¿verdad? Incluso si esa gente tuviera tres cabezas y seis brazos, no podrían llegar tan lejos. ¿Se te ocurre alguien que pueda tener motivos además de los nombres que me has indicado?