Xi Xiaye le pidió apáticamente que se fuera.
Inhalando profundamente, Gu Lingsha retiró lentamente su mano. Mientras apretaba los puños, reprimió la ira que se le subía al pecho.
—¿Qué es lo que quieres? —la furia en su tono era difícil de ocultar.
—Yo debería ser la que te pregunte qué es lo que quieres. Viniste a mi territorio para desatar tu locura sin razón, Gu Lingsha. ¿Estás mal de la cabeza? ¡No tienes ninguna conciencia en absoluto! —la voz aguda de Xi Xiaye no era para nada inferior a la suya.
Gu Lingsha apretó sus puños en silencio. ¡Sólo ella sabía cuánto esfuerzo necesitaba para contener su furia ardiente!
—Esos materiales son muy importantes para Qi Kai. Ya he cerrado la discusión con la gente de Hua Heng. Xi Xiaye, no puedes ser tan despreciable. Debes dejarme estos materiales. ¡Puedo ayudarte a pagar la pena! —insistió.
—¿Dejar que los tengas? ¿Por qué debería hacerlo? —Xi Xiaye miró fríamente a Gu Lingsha.