Stan Watson sentía que eso era una broma, pero Anna no pensaba lo mismo.
Si ese joven mago le había transmitido una sensación de peligro al salir del arbusto, cuando luego levantó su bastón, Anna sintió que un escalofrío helado corría por sus huesos. Ese escalofrío era semejante a una víbora que la hubiera estado observando desde un arbusto o a estar de pie junto al borde de un acantilado. Era algo inexplicable, pero muy intenso.
Anna se había entrenado con el Santo de Espada de Tormenta Talos desde muy temprana edad. Sus ojos eran mucho más penetrantes que lo que una persona común podía imaginar. Desde que se había unido al Grupo de Mercenarios Dragón Rojo a los dieciocho años, hasta ese entonces, que se había convertido en la primera vicelíder, había pasado por cientos de batallas. Sus reiterados encuentros cercanos con la muerte le habían dado a Anna algunos instintos para percibir el peligro que superaban mucho a los de los Expertos Espadachines comunes.