Sonia se acostó tranquilamente en la cama con las dos manos en el pecho y los ojos cerrados. El sol brillaba en su largo cabello, reflejando un brillo triste y nebuloso. Si uno la mirara ahora, pensaría que solo estaba dormida y se despertaría ante cualquiera que la llamara. Pero la espantosa sangre y la herida en su pecho indicaban claramente la verdad de que la joven estaba muerta.