Una noche que debía haber sido tranquila, había sido salpicada de sangre escarlata y fuego.
Los gritos y lamentos llenaba el cielo mientras que un fuego hambriento devoraba casas salvajemente. Los luchadores no muertos inundaban los hogares y campos incendiados, blandiendo sus armas contra los indefensos humanos. No tenían emociones ni creencias. Solo acataban la orden de quitarle la vida a los demás. Este era el único valor de su existencia.
—V-Váyanse. ¡Váyanse!
El pálido granjero agarraba la hoz con sus temblorosas manos, enfrentándose a los no muertos que se acercaban sin miedo a él. Su esposa e hijo estaban acurrucados en la esquina, pero los luchadores no muertos ignoraron sus gritos y aullidos. Avanzaron sin parar con sus armas en alto.
—¡Ahh! —El desesperado granjero atacó para alejar a los invasores de su esposa e hijo. Estiró sus fuertes brazos para impedir que los no muertos avanzaran más. Se volteó frenéticamente hacia su familia.