El taller de Lapis estaba tan desordenado como antes.
Rhode empujó la puerta y lo primero que vio fue un montón de materiales mágicos apilados junto a la pared del otro extremo. Esas hierbas, cristales y minerales mágicos, incomparablemente valiosos, estaban amontonados como una pila de basura. Pero a Rhode no le importó mucho eso, o tal vez ya estaba acostumbrándose. Agarró una barra de hierro y la golpeó con la pared un par de veces. Pronto, Lapis respondió:
—¿Quién es?
—Soy yo —dijo Rhode.
—¡Ah, Sr. Rhode! —Lapis chilló más agudo que de costumbre. Rhode se encogió subconscientemente porque su condición física no era la misma de siempre, y no podría resistir una explosión frenética de Lapis.