Una poderosa tormenta rugía.
Para Felwood, no era un buen día para hacer un cerco.
El oscuro cielo nocturno les impedía encender sus antorchas porque temían que esos bastardos los vieran y les dispararan flechas desde arriba. No había ningún sonido aparte del goteo del fuerte diluvio, y no se podía distinguir nada más que el contorno de las nubes oscuras. A Felwood le preocupaba que el grupo de fugitivos pudiese escapar. Sin embargo, lo más probable era que cayeran a su muerte incluso antes de que los asesinaran sus hombres.