Cuando llegaron de nuevo a Ciudad Piedra Profunda, Kudla y sus subordinados sintieron que habían sido aislados del mundo por años. Cuando se acurrucaron en la estrecha cueva de la Meseta Silenciosa, ninguno habría imaginado que vería esta familiar escena otra vez. Algunos de los mercenarios que sobrevivieron empezaron a llorar, sollozando echados en el suelo.
Kudla solo se durmió un rato, pero luego se sintió frustrado y deprimido. En el camino de regreso, dos o tres subordinados habían hablado con él en privado porque estaban intentando salirse del grupo mercenario y abandonar la profesión. Era algo que ocurría a menudo en uno de estos grupos. Los mercenarios seguía siendo humanos. Si se enfrentaban regularmente a situaciones mortales, naturalmente algunos temerían por su futuro. Esta vez habían tenido suerte porque los refuerzos de la Asociación de Mercenarios habían llegado a tiempo. Pero, ¿y la próxima vez? ¿Y la siguiente a esa?