Sangre y trozos de carne salpicados.
Las gárgolas cortaron sus garras de piedra contra los humanos sin piedad, los levantaron y los arrojaron a un lado como muñecas de trapo. Rastros de sangre salpicados en el aire y sobre los humanos. Pero, en vez de huir con miedo, los humanos abrieron los ojos ensangrentados y levantaron sus armas como un grupo de maníacos, atacando a las gárgolas con todo lo que tenían. Las espadas de metal golpearon a las gárgolas pero no lograron que la situación se volviera a su favor. Las amenazantes gárgolas movieron sus colas y lanzaron a varios humanos al aire, estrellándose contra la muralla de la ciudad.
Fue un espectáculo desordenado, horrible y sangriento.