La nieve revoloteaba.
Puros copos de nieve blancos descendieron y aterrizaron en el silencioso fuerte. Aparte de los soldados que servían de centinelas por encima de las murallas de la ciudad, el resto había regresado a casa o se dirigía a los bares y disfrutaba del alcohol junto a la cálida hoguera. Pero la atmósfera pacífica no podía ocultar su nerviosismo. Sabían que el siniestro ejército no muerto a gran escala lanzaría sus ataques en cualquier momento. Fue por ello que los soldados apreciaron esa tranquilidad, ya que podría ser la última vez que pudieran chismorrear y charlar con sus compañeros, silbar a las bailarinas coquetas, o acompañar a sus familias o seres queridos.
Sin embargo, la guerra ya había comenzado para algunos.
—Los esqueletos están locos. Han enviado cinco escuadrones de exploradores en tres días.