A partir de entonces, el viaje fue tranquilo. A pesar de que todavía había protestas en el fondo, al menos ya nadie les impedía el paso. Aun así, el ambiente en el carro no era tan agradable. Marlene miró sombríamente por la ventana y sus ojos parpadeaban de ira. Lize había arrugado las cejas y no ocultaba sus resentimientos de su cara, lo que era raro ver en esa meticulosa joven. Por otro lado, Anne se había quedado dormida en el cómodo asiento, babeando y roncando.
Poco después, la capital de la luz, Casabianca, se presentó ante todos.